“Profunda la contrariedad de Madero, inmensa su sorpresa, cuando se entera de la rebeldía de Zapata que no licencia sus tropas, ni abandona su cuartel de Cuautla. De la Revolución caballeresca, de guante de cabritilla, que él ha dado por terminada, nace la Revolución frenética, implacable, del estado de Morelos: una Revolución que Madero tarda en comprender, porque no es contra un dictador, porque no admite promesas de arriba, en el clamor de abajo, porque sube del fondo, húmedo y fétido, y no llega a la superficie, ni escala, por su violencia, las capas superiores, ni reclama burocracia, ni perdona. Es un retoño de la Revolución capitaneada por Madero, más fuerte que Madero, como el porfirismo era más fuerte que don Porfirio. Y he aquí un escultor que teme al peso de su escultura. Madero, a las veces Apóstol y enemigo de Zapata, ama en Zapata a un correligionario y a un discípulo y ve, con recelo y con tristeza, en Zapata, a un infidente. Ambos, cada uno en su plano de acción, estímanse recíprocamente responsables; y quisieran estar unidos. Zapata, astuto y torvo, acude a un llamamiento de Madero y recorre, con aire de héroe romano, las calles de México; ofrece, sin idea de cumplir; y se vuelve a la montaña y a su conquista de Cuautla y a su consejo de zorras y a su rifle”.
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“Los hacendados de Morelos relatan asesinatos y robos que cometen los leales de Zapata y el general Victoriano Huerta recibe orden de avanzar contra Cuautla y caer, como un torrente de lava, sobre el cabecilla”.
“Un automóvil, a toda máquina, traslada a Madero, con su hermano Raúl y otros edecanes de confianza, a Yautepec, donde tiene Huerta su campamento y, después de brevecharla, continúa su viaje de exhalación. Le han prevenido los de Huerta que peligra su vida en Cuautla, hervidero de malvados; y preságianle un golpe; mas no siente miedo el Caudillo, que lleva, por guía, la Providencia, y hasta el centro de la plaza no se detiene. La excitación es, en ella, indescriptible; cada brazo es una carabina; el pecho de cada hombre escaparate de balas relucientes; y machetes y cuchillos y pistolas, como en remate, pendientes de cada cinto. La sorpresa paraliza y enmudece a los rebeldes".
"Y el hercúleo Zapata, a quien hacen rueda sus ayudantes, por invencible impulso de respeto y sumisión echa garras al sombrero galoneado y saluda a Madero, que salta y va a su encuentro decidido. No lleva otra arma que su inmensa fuerza moral. Y convence a Zapata y ajusta, con los comandantes de la forajida tropa, un convenio de inmediata y fácil ejecución: será Raúl Madero encargado del mando militar en toda la zona; y un revolucionario de grandes méritos, don Eduardo Hay,gobernador; y no quedará, en puesto alguno, un solo soldado federal. El gobierno interino rechaza el tratado volviendo por los fueros de la inmarcesible autoridad: ‘el ministro García Granados no trata con facinerosos como iguales; y el general Huerta reanuda su avance sobre Cuautla’. Las vanguardias avisan que ya se acercan los federales. Zapata se demuda y ruge como una pantera enjaulada y va de un lado a otro y amenaza blandiendo un fusil. ‘¡Muera el chaparro!’, gritan apiñadas las multitudes preparándose al combate. ‘¡Muera el chaparro!’, claman todos considerándose traicionados por el Caudillo Madero”.
“La presencia de Madero ya no despertaba el entusiasmo de antes en las clases inferiores; y su aura popular, un tiempo extraordinaria, se esfumaba, lánguida y triste, en cielos de tormenta”.