“Este libro nació de un amor y de un pesar: amor por ese México singular donde viví algunos años. Pesar por ya no vivir dentro de su clima acechante, del cual se conserva, en el fondo de uno mismo, la nostalgia. Pero llegada la hora de la revelación, que se gana a fuerza de humildad, de imparcialidad y de paciencia, México adquiere entonces su verdadera forma, y son muy raros en el mundo los pueblos y las tierras con tantas razones para satisfacer los sentidos, el espíritu y el corazón”.
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Veamos acerca de nuestro caudillo, desde una óptica malintencionada y malinformada:
“Atrincherado en la antigua Cuauhnáhuac, que los españoles convirtieron en Cuernavaca, Zapata se sostuvo, dejando miles de cadáveres a lo largo de los caminos vecinos a México. Unos fueron empalados en magueyes, otros amarrados a enormes cactus o crucificados contra troncos de árboles o mantenidos sobre nidos de hormigas rojas para ser devorados vivos o, en fin, cosidos en pieles de reses recién sacrificadas y expuestos a los rayos ardientes del sol”.
“Instalado en el antiguo Palacio de Cortés, que había tomado, Zapata contestó con desdén a los pocos americanos que podían llegar hasta él:
“-Esta es la tierra de nuestros antepasados. Somos hijos de este suelo, lo volveremos a conquistar. Es nuestro, de nosotros los indios, que lo hemos habitado desde el comienzo de los siglos. No es de los blancos ni de los mestizos.
“-Pero ustedes eran cazadores y ahora este país posee tierras fértiles, haciendas ricas y prósperas. ¿Cree que las podrán desarrollar?
“-No, en absoluto. Seguimos siendo cazadores y queremos destruir lo que llaman agricultura. Nosotros reivindicamos nuestras montañas, nuestros ríos, para vivir y no para trabajar. La tierra no es propiedad de nadie, es un bien de todos los hombres. ¡Y nosotros somos los hombres!”.
“Ese fue el secreto del zapatismo: la recuperación de todo el país indígena. Zapata no haría sino restablecer la vida salvaje que habían llevado a cabo a través de los siglos las tribus indígenas de las que descendía. Él y sus seguidores trataron de recuperar el vasto territorio de caza que había sido propiedad de los indios antes de la distribución de la tierra a los españoles tras la conquista de Cortés, y a otros ‘extranjeros’, después del advenimiento de Porfirio Díaz”.
“Este plan simplista no tenía puntos en común con una propuesta de repartición de las tierras de cultivo, animales domésticos y aperos de labranza entre las comunidades rurales y los agricultores. Sin embargo, fue el pretexto para inundar de sangre todo el territorio que Zapata podía controlar y será por ocho años lugar de revolución, saqueo y vandalismo. Fueron soldados de una crueldad sin precedentes”.
“Cuando el presidente Huerta quiso eliminarlo sin arriesgarse en una batalla contra él, le envió cinco parlamentarios de paz: le ofrecieron la amnistía, una fuerte indemnización, tierras. Zapata no hizo más que reírse de los ofrecimientos, mató a tres de los embajadores y mantuvo prisioneros a los otros dos”.
“El alcalde de un pueblo quería protestar contra la quema de archivos del registro civil. Zapata hizo colocar un palo en la arena donde cada domingo se realizaban corridas de toros. Se amarró allí al magistrado. Un toro bravo fue soltado. Los zapatistas, sus esposas y el concejo del pueblo ocupaban sus lugares en las gradas. Zapata presidía. La bestia, ostentando sus cuernos, durante una hora mantuvo al hombre con lágrimas en los ojos. El nuevo alcalde no volverá a protestar jamás”.