/ viernes 7 de junio de 2024

[Extranjeros en Morelos] John Steinbeck y su relato dramatizado de la vida de Emiliano Zapata

En esta primera entrega leemos un relato dramatizado sobre la vida del Caudillo del Sur, Emiliano Zapata, escrito por el Permio Nobel estadounidense John Steinbeck

El Premio Nobel estadunidense John Steinbeck escribió el guion para la película ¡Viva Zapata!, de Elia Kazan, con Marlon Brando y Anthony Queen. Además, escribió un relato dramatizado de la vida de Zapata, donde leemos:

“Los habitantes de Morelos son gente afable y de voz suave, originarios de una tribu algo diferente a la azteca. Los hombres son excelentes jinetes y grandes trabajadores. Están llenos de energía, pero, a la vez, transmiten una amabilidad poco fre­cuente. Tanto las mujeres como los hombres tienen facciones delicadas”.

“Gracias a la colaboración de Porfirio Díaz, las haciendas, los grandes propietarios, rebasaron sus demarcaciones. En muchos casos, los pueblos fueron incendiados, llegando a plantarse caña de azúcar donde antes hubo casas, mientras los expulsados de sus tierras comunitarias tuvieron que ponerse a trabajar para los grandes latifundistas, o esca­parse y convertirse en prófugos. La vida empezó a resultar imposible para los amables y pacientes habitantes del estado de Morelos bajo el sistema establecido por Porfirio Díaz e impuesto por las tropas y la poli­cía rural.”

“Incluso, con frecuencia, se arrebataron a los pueblos sus pastos comunales, de forma que las vacas, de las cuales dependían los indios para sobrevivir, no tenían dónde pastar. El menor indicio de rebelión o de revuelta se sofocaba con una ferocidad increíble. Los indígenas eran tratados como anima­les, y como a tales se les perseguía”.

“Las dimensiones de las haciendas crecieron y crecieron. De hecho, eran como baronías medievales. Tenían grandes casas, con ingenios azucareros situados por lo común dentro de la propiedad, poseían esclavos (o esclavos por deudas), dispo­nían de la fuerza necesaria para retener a éstos y, de hecho, gozaban de facultades para decidir sobre la vida o la muerte de los trabajadores. Nadie cuestionaba jamás a los hacendados”.

En las fiestas patronales de los pueblos morelenses: “Deambulan los músicos tocando los corri­dos, en realidad las verdaderas canciones populares del país. Tratan de cualquier cosa importante que haya acontecido en el mismo, de modo que cuando ocurre algo histórico, al poco tiempo se escribe un corrido sobre el suceso”.

“La gente del estado de Morelos es muy aseada, y aunque la ropa de trabajo pueda estar sucia y harapienta, cuando asiste a las ferias mayores suele llevar hatillos con camisas y calzones blancos limpios para vestir en la feria. Los llevaban enrollados y cuando llegaban al pueblo se los ponían. Y para las ferias a veces también usaban pañuelos de colores al cuello, atados en la garganta o sujetos con un anillo bajo la nuez. Lucían los habituales sombreros de ala ancha de palma, llamados ‘trestellas’, aunque los más ricos usaban sombreros de fieltro. Los pijamas de manta blanca eran típicos de los campesinos. Por encima de éstos, y por lo general de sangre mestiza, se encontraban los charros —el grupo al que pertenecía Emiliano Zapata—”.

“Muchos le odiaban [a Zapata], tanto como otros le amaban, pero con el paso del tiempo el odio se ha ido esfumando, mien­tras el amor crece sin interrupción. Incluso quienes le odiaban, y los hijos de éstos, advierten que el odio se diluye, sustituido por la admiración hacia el hombre. Es probable que, con el paso del tiempo, Emiliano Zapata surja como el hombre más grande y más puro de México, y adquiera una enorme impor­tancia, paralela a la Virgen de Guadalupe, como patrón humano de la libertad del país”. Ciertamente, Zapata fue el revolucionario mexicano más respetable, sin intereses personales.

El Premio Nobel estadunidense John Steinbeck escribió el guion para la película ¡Viva Zapata!, de Elia Kazan, con Marlon Brando y Anthony Queen. Además, escribió un relato dramatizado de la vida de Zapata, donde leemos:

“Los habitantes de Morelos son gente afable y de voz suave, originarios de una tribu algo diferente a la azteca. Los hombres son excelentes jinetes y grandes trabajadores. Están llenos de energía, pero, a la vez, transmiten una amabilidad poco fre­cuente. Tanto las mujeres como los hombres tienen facciones delicadas”.

“Gracias a la colaboración de Porfirio Díaz, las haciendas, los grandes propietarios, rebasaron sus demarcaciones. En muchos casos, los pueblos fueron incendiados, llegando a plantarse caña de azúcar donde antes hubo casas, mientras los expulsados de sus tierras comunitarias tuvieron que ponerse a trabajar para los grandes latifundistas, o esca­parse y convertirse en prófugos. La vida empezó a resultar imposible para los amables y pacientes habitantes del estado de Morelos bajo el sistema establecido por Porfirio Díaz e impuesto por las tropas y la poli­cía rural.”

“Incluso, con frecuencia, se arrebataron a los pueblos sus pastos comunales, de forma que las vacas, de las cuales dependían los indios para sobrevivir, no tenían dónde pastar. El menor indicio de rebelión o de revuelta se sofocaba con una ferocidad increíble. Los indígenas eran tratados como anima­les, y como a tales se les perseguía”.

“Las dimensiones de las haciendas crecieron y crecieron. De hecho, eran como baronías medievales. Tenían grandes casas, con ingenios azucareros situados por lo común dentro de la propiedad, poseían esclavos (o esclavos por deudas), dispo­nían de la fuerza necesaria para retener a éstos y, de hecho, gozaban de facultades para decidir sobre la vida o la muerte de los trabajadores. Nadie cuestionaba jamás a los hacendados”.

En las fiestas patronales de los pueblos morelenses: “Deambulan los músicos tocando los corri­dos, en realidad las verdaderas canciones populares del país. Tratan de cualquier cosa importante que haya acontecido en el mismo, de modo que cuando ocurre algo histórico, al poco tiempo se escribe un corrido sobre el suceso”.

“La gente del estado de Morelos es muy aseada, y aunque la ropa de trabajo pueda estar sucia y harapienta, cuando asiste a las ferias mayores suele llevar hatillos con camisas y calzones blancos limpios para vestir en la feria. Los llevaban enrollados y cuando llegaban al pueblo se los ponían. Y para las ferias a veces también usaban pañuelos de colores al cuello, atados en la garganta o sujetos con un anillo bajo la nuez. Lucían los habituales sombreros de ala ancha de palma, llamados ‘trestellas’, aunque los más ricos usaban sombreros de fieltro. Los pijamas de manta blanca eran típicos de los campesinos. Por encima de éstos, y por lo general de sangre mestiza, se encontraban los charros —el grupo al que pertenecía Emiliano Zapata—”.

“Muchos le odiaban [a Zapata], tanto como otros le amaban, pero con el paso del tiempo el odio se ha ido esfumando, mien­tras el amor crece sin interrupción. Incluso quienes le odiaban, y los hijos de éstos, advierten que el odio se diluye, sustituido por la admiración hacia el hombre. Es probable que, con el paso del tiempo, Emiliano Zapata surja como el hombre más grande y más puro de México, y adquiera una enorme impor­tancia, paralela a la Virgen de Guadalupe, como patrón humano de la libertad del país”. Ciertamente, Zapata fue el revolucionario mexicano más respetable, sin intereses personales.

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