La pintura de Remedios Varo no dejará nunca de hechizarnos, de asombrarnos con sus insólitas asociaciones entre los sueños, los objetos y las personas. Lo que ignoraba era que la gran pintora también había escrito. Como es natural, lo que escribió es un material onírico y fantasioso, que con esa grácil manera propia de sus cuadros traza una escritura lúdica y sorprendente.
Remedios Varo (1908-1963) empieza su formación pictórica en la Academia de San Fernando de Madrid y en 1941 llega a México, huyendo de los horrores de la segunda guerra mundial. Y fue en nuestro país, que no abandonó hasta su muerte, donde la obra de Remedios se desarrolló sólidamente. Surrealistas como Leonora Carrington, entre otros, encontraron aquí un lugar idóneo para reiniciar su vida. Estos artistas no llegaron a México sólo a buscar un refugio inexistente en Europa, sino que rápidamente se dejaron hechizar por los encantos del “lugar surrealista por excelencia”, como lo definió el poeta francés André Breton.
Entre las epístolas y sueños de Varo vertidos al papel, aparece una “Carta a un pintor no identificado”:
“He dejado pasar un tiempo prudencial y ahora creo, es más, tengo la seguridad de que vuestro espíritu se encuentra propicio a comunicarse conmigo. Yo soy una reencarnación de una amiga que tuvisteis en otros tiempos".
"Ella era poco agraciada físicamente hablando: nariz abundante, cutis pecoso, cabello rojizo, peso inferior al que debiera. Afortunadamente, mi actual encarnación sólo ha conservado como característica física el cabello rojizo. El resto… ¡amigo mío!, ¡qué mango!: nariz griega, curvas seductoras, sin ser obesa, beneficio de abundancias sin par y, en resumidas cuentas…, ¿que tengo algunas arrugas? ¡detalle insignificante!: es el equivalente a la noble pátina que adquieren los objetos de buena calidad”.
“Esta reencarnación no fue fácil; después de atravesar mi espíritu, primero por el cuerpo de un gato, después por el de una criatura desconocida perteneciente al mundo de la velocidad –es decir, a ese que nos atraviesa a más de 300 mil kilómetros por segundo (y que, por lo tanto, no vemos)– fui a dar, inexplicablemente, al corazón de un trozo de cuarzo. Al favor de una tormenta abominable, los fenómenos eléctricos me fueron favorables y, cayendo un rayo en dicho trozo de cuarzo, rescató mi espíritu que, describiendo una espiral, fue a alojarse en el cuerpo de una mujer metidita en carnes que por allí circulaba. Me siento satisfecha de esta circunstancia y por eso me atrevo a escribiros, en el entendimiento de que no me habéis olvidado”.
“He pensado que el teléfono es un aparato inhibitorio y muy frío para comunicar. Pero escribirse cartas es diferente. Creo que mi alojamiento en un trozo de cuarzo es una experiencia que puede interesaros; otros pequeños descubrimientos, también. Yo estoy dispuesta a comunicaros todo”.
“Si os animáis a contestarme, dadme cuenta detallada de vuestra actual actividad. La mía, en los últimos cuatro meses, ha consistido en la crianza de un sobrenatural cachorro de perro".
"Es animal parlante, amable y útil si hubiera grandes sequías, ya que de su cuerpo fluye casi constantemente un líquido ambarino que la gente común cree ser orina, pero yo sé que es algo de composición química superior”.
“Por vivir yo en una habitación de suelo no absorbente, he considerado que dicho animal debe ir a vivir a Cuernavaca, en un jardín en donde las plantas pueden beneficiarse de la humedad que esta criatura produce”.
“En cuanto a la actividad maniática llamada Pintura… ¿qué puedo deciros? Ambos fuimos atacados de este mal, si queréis recordarlo. No sé si habréis persistido en esta rara forma de perversión, yo sí, ¡helas!, y cada vez me siento más avergonzada de tamaña frivolidad”.
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