La escritora argentina María Barbieri (1957) vivió en nuestro país las primeras dos décadas de este siglo, residiendo en Ciudad de México y en Cuernavaca. Editora y profesora en Filosofía por la Universidad Autónoma de Entre Ríos, ha obtenido premios en poesía, cuento y ensayo.
Ganó el Premio al Mejor Libro Artesanal en la Feria de Escritores Independientes de Buenos Aires (1994) por el libro de poemas Y los esclavos de espaldas relucientes se echan a reír.
Ha publicado en obras colectivas y en medios argentinos y mexicanos.
Es autora de un libro para niños. Barbieri escribió esta remembranza de Emiliano Zapata en un poema de 2010 titulado El regreso y la partida:
No había maíz, comimos el perro.
No había maíz, comimos la acémila.
No había maíz, comimos el caballo.
No había maíz,
pero no nos comimos a la gente,
dijo Ignacia, el día en que le hicieron la muerte
con una soga de siete pesos y ni un quererte.
Así puede empezar la historia que les voy a cantar.
Son del corazón de la memoria, no son por azar.
Bajo la mítica luna de Morelos anoche mataste un hombre,
Miliano.
Eso dicen los que te quieren, al pensar en las cosas que
pudieron ser y no fueron.
Nadie lo vio en la equívoca noche. Ojos le crecieron al
silencio.
Dicen que era su figura, su traje de charro, su sombrero.
Sus bigotes.
Los cascos de su caballo en estampida, dicen que
escucharon.
A pólvora olió el viento.
Dicen que vino por rancias escrituras que huelen a virreyes.
En la antorcha azul que era la noche
se vio el cuerpo del delito, el del entrevero era su hijo.
Dicen que antes del tiro se escuchó una voz
hecha de silencio con la lengua del pueblo: “¡Traidor!”
Ese día la gente estuvo de fiesta,
barrieron las calles, limpiaron el aire,
la felicidad era tanta que se sentían buenos y hasta
parientes,
el perfume del cilantro corrió como agua por las calles,
contando de una sola vez el tamaño de la alegría.
En la alta noche se escuchó: Se acabaron las cervezas.
Chocolate pa mi chula.
Los cuicacoches hacían bailar hasta a los que no tenían
piernas,
había pollo en hojas de aguacate con chile guajillo,
chile de árbol sin desvenar trepado a las coronillas
ardientes,
manteca de cerdo chistando en las ochavas, chuletas de
puerco,
en la esquina donde los miércoles se ponía el cambiadero,
los charales abrazados en el aceite hirviendo
llamaban a las maracas junto a los comales y chilitos en
danza,
charales descabezados y sin cola entrando en el mole
verde sin vergüenza.
Dizque cuarenta millones de kilos de guacamole.
Dicen que en la alta noche asaron tejones y tlacuaches,
que el mezcal corrió con gusanos y chapulines que bajaban
del monte
mientras iban y venían las palabras encendidas:
“El árabe lo llevó pa su tierra.”
“Que no, que él no se raja.”
“Los de allá dicen que lo han visto por las cumbres de
Quilamula.”
“A mí me dijo mi abuela que duerme en una cueva del
Cerro Prieto.”
“A qué tanto lío y tanta distancia, si anoche andaba acá,
estaba su caballo bebiendo en el río.”
Dicen que en esa noche rara dormían las armas, como
despiertas.
Dicen que en la historia del pueblo nunca hubo tan dilatado
festejo.
Y dicen que así fue no tanto por la ciega partida, sino de
iluminados por el regreso.
Hasta los tecorrales parecían alegres. Esto sí es bien
cierto.
Yo los vi. Vengo de ahí.
Chachalaqueaban las ganas
de acostarse con la noche,
mi talacha es la canción
es el soñar
la revolución,
con un cachito e fe
el chamuco no te va a comé,
ojos de verde jade
chalchihuite bajo los pies.
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