/ miércoles 20 de noviembre de 2024

Un cubano escribe sobre la Revolución Mexicana

El periodista Manuel Fernández Cabrera vino a México en 1915 como corresponsal de “El Heraldo” de La Habana, y dijo al respecto las siguientes líneas

“La revolución mexicana arranca de causas y con causas serias, trascendentales, de fuerza y valor universal; no es producto de ambiciones locas, de fatalismo de raza, de lo que un audaz ministro extranjero pudo llamar ‘manejo de once millones de indios brutos, por doscientos mil blancos sinvergüenzas”.

“Nadie, ni nada, es suficiente para contener a Pancho Villa, invencible guerrillero, en su desatada avalancha de ataque; ni a Ángeles, maestro de tácticos, comandando personalmente la invasión; ni a los propios zapatistas, tan bravos, tan corajudos, tan con su sed de tierras, con su sed de exterminio”.

Fernández Cabrera conversa con nuestro connotado pintor, el Dr. Atl, cuando éste le dice: “-El último perjuicio, y calamitoso hasta el peligro de mi vida, aconteciome en el cuartel del bravo e ilustre general don Emiliano Zapata’. Este tan estirado, heráldico tratamiento, a quien escuché llamar siempre bandido de la sierra, me llevó a intercalar: ‘-¿Verdad, entonces, de su ex-zapatismo?’ Siguió el Dr. Atl:

“-Zapata aceptome sin reservas, sin siquiera exigirme referencias. Charlamos. Nos compenetramos. Dispuso que entrase y saliese en sus campamentos en la hora y lugar que se me antojara (excepcionalísima excepción). Un día confidenciáronle cómo disfrazaba mi nombre. Palafox, su secretario, tornose, con la noticia, colérico, furibundo; declaró: si aparece, friéguenlo de remate. Todavía nos entendimos (considero, por mi honor, la supremacía de las aspiraciones teóricas consignadas a través del articulado del Plan de Ayala). La felonía de Villa, y los suyos, surgió; lograron catequizar al señor Zapata. Tuve cartas suyas participándomelo y ofreciéndome el gobierno de tres mil guerreros en Tizapán. Contesté... sólo, mi muy ilustre general, veo un peligro en esa transición del zapatismo revolucionario al zapatismo político; puede perder, en parte, su diamantina pureza al amalgamarse con otros elementos que no tienen las mismas tendencias, ni están consagrados por el dolor de las necesidades, verdaderamente terribles, que han hecho de vosotros, una síntesis de la energía y de los derechos de los pueblos".

"Temo se confunda y pierda, virtualmente, este movimiento de Morelos, el más grande que ha germinado en la América libre. (Y el zapatismo se ha perdido, deshecho)”.

Continúa Fernández Cabrera: “Una nueva noche; otra mañana más; y en parte, cumpliéronse los negros presagios: Eufemio Zapata, hermano, y segundo de Emiliano, pisaba, triunfador, la urbe angelopolitana; echábanse allá a repique de pascua las campanas; ensordecían el aire los mueras al ateo de don Venustiano, estrechándose, en fraterno apretón, clericalismo y zapatismo; mientras, despavoridos, diezmados por la derrota, íbanse las huestes; unos, hacia Apizaco, a San Marcos los otros”.

“¡Horrores en delirio; demencia cárdena; macabra orgía de sangre; salvaje, supermonstruosa zambra de esqueletos, ante la sombra lívida del hermano Caín!... Todo eso, y más, cabría pensar conociendo los ‘hechos’ del zapatismo, sus ‘hazañas’ en la franja divisoria de convencionistas a constitucionalistas; topográficamente: llano de la meseta central, desde la hacienda Guadalupe al andén Ometusco; cincuenta y seis kilómetros de tierra, por los que la muerte bate sus rojas alas, exterminadoras”.



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“La revolución mexicana arranca de causas y con causas serias, trascendentales, de fuerza y valor universal; no es producto de ambiciones locas, de fatalismo de raza, de lo que un audaz ministro extranjero pudo llamar ‘manejo de once millones de indios brutos, por doscientos mil blancos sinvergüenzas”.

“Nadie, ni nada, es suficiente para contener a Pancho Villa, invencible guerrillero, en su desatada avalancha de ataque; ni a Ángeles, maestro de tácticos, comandando personalmente la invasión; ni a los propios zapatistas, tan bravos, tan corajudos, tan con su sed de tierras, con su sed de exterminio”.

Fernández Cabrera conversa con nuestro connotado pintor, el Dr. Atl, cuando éste le dice: “-El último perjuicio, y calamitoso hasta el peligro de mi vida, aconteciome en el cuartel del bravo e ilustre general don Emiliano Zapata’. Este tan estirado, heráldico tratamiento, a quien escuché llamar siempre bandido de la sierra, me llevó a intercalar: ‘-¿Verdad, entonces, de su ex-zapatismo?’ Siguió el Dr. Atl:

“-Zapata aceptome sin reservas, sin siquiera exigirme referencias. Charlamos. Nos compenetramos. Dispuso que entrase y saliese en sus campamentos en la hora y lugar que se me antojara (excepcionalísima excepción). Un día confidenciáronle cómo disfrazaba mi nombre. Palafox, su secretario, tornose, con la noticia, colérico, furibundo; declaró: si aparece, friéguenlo de remate. Todavía nos entendimos (considero, por mi honor, la supremacía de las aspiraciones teóricas consignadas a través del articulado del Plan de Ayala). La felonía de Villa, y los suyos, surgió; lograron catequizar al señor Zapata. Tuve cartas suyas participándomelo y ofreciéndome el gobierno de tres mil guerreros en Tizapán. Contesté... sólo, mi muy ilustre general, veo un peligro en esa transición del zapatismo revolucionario al zapatismo político; puede perder, en parte, su diamantina pureza al amalgamarse con otros elementos que no tienen las mismas tendencias, ni están consagrados por el dolor de las necesidades, verdaderamente terribles, que han hecho de vosotros, una síntesis de la energía y de los derechos de los pueblos".

"Temo se confunda y pierda, virtualmente, este movimiento de Morelos, el más grande que ha germinado en la América libre. (Y el zapatismo se ha perdido, deshecho)”.

Continúa Fernández Cabrera: “Una nueva noche; otra mañana más; y en parte, cumpliéronse los negros presagios: Eufemio Zapata, hermano, y segundo de Emiliano, pisaba, triunfador, la urbe angelopolitana; echábanse allá a repique de pascua las campanas; ensordecían el aire los mueras al ateo de don Venustiano, estrechándose, en fraterno apretón, clericalismo y zapatismo; mientras, despavoridos, diezmados por la derrota, íbanse las huestes; unos, hacia Apizaco, a San Marcos los otros”.

“¡Horrores en delirio; demencia cárdena; macabra orgía de sangre; salvaje, supermonstruosa zambra de esqueletos, ante la sombra lívida del hermano Caín!... Todo eso, y más, cabría pensar conociendo los ‘hechos’ del zapatismo, sus ‘hazañas’ en la franja divisoria de convencionistas a constitucionalistas; topográficamente: llano de la meseta central, desde la hacienda Guadalupe al andén Ometusco; cincuenta y seis kilómetros de tierra, por los que la muerte bate sus rojas alas, exterminadoras”.



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