“Después de la caída de Díaz, Madero trató de convencer a Zapata y a sus rebeldes de que se desbandaran y tuvieran confianza en él. Sus esfuerzos cayeron por tierra cuando el gobierno interino abrió operaciones militares contra los zapatistas; éstos se atrincheraron y combatieron. Finalmente Madero perdió la paciencia y exigió la rendición condicional antes de considerar las demandas de los campesinos morelenses.
Así el movimiento de Morelos se fincó en una rebelión permanente bajo su propia bandera, el Plan de Ayala, que estigmatizaba a Madero como traidor y trazaba un programa de reforma agraria. La insurrección de Morelos nunca fue una amenaza real para el gobierno de Madero, pero se hizo, en modo creciente, problemática y costosa. El golpe de 1913 [de Huerta contra Madero] en la ciudad de México, no cambió nada. Los jefes rebeldes consideraron a Huerta (que en una ocasión había mandado a los soldados federales contra ellos) no sólo sin legitimidad política, sino personalmente despreciable. Zapata simplemente cambió el blanco de su ira y siguió su lucha. Estableció contactos esporádicos con los constitucionalistas, cooperando a veces militarmente cuando había ocasiones en su terreno, pero sin confiar nunca realmente en que ellos harían lo correcto para los pueblos y sus necesidades”.
“Los federales allanaron pueblos enteros sin resultado alguno. El prestigio de Zapata escaló las cumbres y más feroces fueron sus hombres en el combate. En lo militar, la situación llegó a un punto muerto”.
“Zapata, como siempre, había permanecido ateniéndose a sí mismo, independiente y con un solo pensamiento. Se mantenía fuera del rebaño constitucionalista cuyas fuerzas reconocía como copartícipes en la lucha contra los federales, pero sin concederles ninguna condición legal especial. A pesar de los esfuerzos carrancistas por doblegarlo, seguía tratando al Primer Jefe como a un igual, como a un jefe entre la media docena de otros dirigentes del movimiento norteño”.
“Los federales conservaban sólo Cuernavaca que estaba rodeada y sin ayuda, y Zapata fraguaba un avance sobre la ciudad de México. Esperaba ocupar la capital después de la caída de Huerta, no necesariamente con la idea de disputarse la posesión con los constitucionalistas, sino porque creía que estar en el centro de una acción tan importante como liberar la sede de los poderes nacionales, era el mejor medio de garantizar que su gente y sus pueblos estarían seguros cuando la revolución terminara”.
“Los representantes de Carranza trabajaron para llegar a alguna clase de entendimiento con Zapata, que lo apartara de los brazos de Villa. Carranza mismo, después de la entrada en México, depuso su orgullo lo suficiente como para ofrecer a Zapata una entrevista personal. Pero todo fue inútil. A los sureños nunca les habían gustado Carranza ni sus pretensiones, y Carranza despreciaba a los zapatistas considerándolos agitadores ignorantes de mente estrecha. Sin embargo, una delegación carrancista se presentó en Cuernavaca. Orgulloso, suspicaz y temeroso de verse envuelto en una trampa que comprometiera sus principios, Zapata hizo esperar dos días a los delegados y les dijo después, lisa y llanamente, que antes de que entraran en ningún trato, Carranza debía firmar el Plan de Ayala y limitarse a tomar las decisiones ejecutivas que tuvieran la aprobación de Zapata. Carranza rechazó desde luego ese ultimátum”.
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