La Leyenda del Tepozteco

Mirar hacia dentro

Rodolfo Candelas | El Sol de Cuernavaca

  · martes 24 de marzo de 2020

Ante la contingencia y aislamiento que vivimos por el Covid-19, les quiero compartir un hermoso relato morelense, lleno de simbolismos y coincidencias con varios mitos, que creo puede ayudar a pasar el rato compartiendo su lectura con sus familiares. Como todas las leyendas, ésta tiene varias versiones. Ésta es la mía y dice así:

La hermosa hija de un prominente matrimonio de Tepoztlán, acompañada de su doncella, solía tomar un baño diario en el arroyo de Tlatlacualoyan a la vera del cerro Ehecatépetl, donde moraba el dios del viento, de donde bajaba un pajarillo rojo que todas las mañanas la acompañaba con sus trinos mientras se bañaba. La muchacha disfrutaba mucho de sus cantos, que hacían de su baño la mejor experiencia de sus días. En una ocasión, éste dejó caer al agua una de sus rojas plumas. La joven, sonriendo, la tomó en sus manos y la colocó en su cabeza como parte de su tocado de flores. Para su extrañeza, a partir de ese día el ave no se presentó más y su ausencia comenzó a dañar el ánimo y la belleza de la muchacha. Al notarlo sus padres, preocupados de que estuviera enferma llamaron al curandero del lugar, quien les hizo saber que lo que aquejaba a su hija es que estaba encinta. Esto los escandalizó, haciendo que el padre montara en cólera y que la madre increpara a la doncella, quien le aseguró que su joven ama no había tenido contacto con nadie. El padre hizo lo propio con sus contactos y servidumbre, pero tampoco averiguó nada. Al pasar de los meses, la joven, desde entonces confinada a sus habitaciones, dio a luz a un niño, del cual el padre quiso deshacerse para borrar así la prueba de la deshonra de su familia.

Al rayar el alba, colocaron al chiquillo en un hormiguero, pero las pequeñas hormigas en lugar de comérselo lo alimentaron, unos dicen que trayéndole migajas y otros que con su miel, pues en México tenemos a las asombrosas necuazcatl, que tiene el abdomen lleno de néctar.

Al siguiente día, tras descubrir lo sucedido, colocaron al pobre niño en el centro de un gran agave, para que el sol diera cuenta de él y nadie pudiera acercarse a salvarlo. Sin embargo el maguey dobló sus pencas cubriéndolo, e hizo escurrir por ellas el más dulce aguamiel para alimentarlo.

La mañana siguiente, tras darse cuenta de esto, pusieron a la criatura en una canasta y la colocaron en el río, para que se lo llevara y lo ahogara. Mas el río tuvo cuidado de él, y lodepositó en una de sus playas, donde una pareja de ancianos lo encontró y lo acogió como si fuera su propio hijo. Continuará.

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