El par de ancianos que encontraron al bebé cuidaron de él como a su propio hijo, nombrándolo Tepuztecatl. Al verlo desarrollarse, se fueron percatando de que no era un ser humano cualquiera al que criaban, pues a menudo hacía cosas prodigiosas auxiliado por su padre original. Por ejemplo, un día en que no había mucho que comer, lanzó una flecha al cielo y al regresar ésta a tierra, traía varias aves atravesadas, que les sirvieron de sustento. Hay quien dice que estos viejos tampoco eran seres comunes y que enseñaron a su hijo adoptivo a cazar, cultivar la tierra y otras artes desconocidas; pero hay también quien dice que estas cosas se las enseñó Tepuztecatl a los ancianos.
Por aquellos días, en Xochicalco habitaba una enorme serpiente a la que los pueblos cercanos ofrendaba a sus viejos, quienes morían devorados por ella. Era un terrible precio el que tenían que pagar con tal de que el enorme reptil no fuera tras todos ellos. Llegó el día en que tocó su turno al viejo padre adoptivo del hijo del viento. Pero Tepuztécatl tomó su lugar, pues aquella serpiente no le inspiraba miedo alguno y decidió además que ya era tiempo de librarse de su yugo terrible. Camino a Xochicalco tuvo una idea y fue recogiendo filosos trozos de obsidiana que ocultó entre sus ropas. Al llegar a Xochicalco y apenas estuvo frente a la descomunal víbora, esta lo devoró de un solo bocado. Dentro de ella, el joven sacó sus navajas de obsidiana y se hizo camino cortando a través de sus entrañas hasta salir de ellas, matándola. Feliz, emprendió su camino de regreso.
En su trayecto, los pueblos por los que pasaba le fueron haciendo honores y agradecimientos. En un lugar, como iba bastante sucio y harapiento por haber estado dentro de la víbora, solo salieron a aclamarle sin ofrecerle nada, lo que no le pareció bien, así que regresó ataviado como un príncipe y esta vez los lugareños le convidaron ricos platillos, pero él los rechazó diciéndoles que en realidad ese festín lo estaban ofreciendo a sus ropajes y no a él. En otro lugar, lo recibieron con música de teponaztle y chirimía, pero cuando él quiso tocar esos instrumentos se lo prohibieron. Enojado, unos dicen que sopló causando una terrible tormenta de arena y otros que simplemente se los arrebató y salió huyendo. Los pobladores de ese lugar lo persiguieron, pero el realizó varias singulares proezas para escapárseles, como subir a una ladera y orinar tanto que conformó las barrancas que rodean Cuernavaca, impidiéndoles así seguirlo.
Al llegar de regreso a Tepoztlán fue proclamado como su señor, decidiendo establecerse en la cima del cerro Ehecatépetl, logrando gran prosperidad para toda la región. Un buen día desapareció, pero casi todos dicen que sigue habitando en ese cerro, junto a su padre.