Fíjense, queridos lectores, que el otro día, Jonathan, un joven adolescente, hijo de amigos míos al que saludé en una tienda local me detuvo un momento y me sorprendió con las preguntas que me hizo:
“Disculpe señora, sé que usted se dedica a escribir y tal vez nos pueda ayudar a unos amigos y a mí. Fíjese que el maestro nos acaba de dejar de tarea escribir, una o dos cuartillas, sobre el tema que elijamos pero mi pregunta es: ¿cómo podemos comenzar a escribir? y otra cosa ya más personal, ¿qué siente usted cuando escribe y porqué le gusta escribir?”.
Uff, qué preguntas banqueteras me haces chico, sin embargo, por unos instantes, en medio del ruido callejero, me abstraje, me quedé en silencio pensando qué decirle y es que la verdad no es fácil hacerlo por lo mucho que podría uno contestar, pero para no darle una respuesta banal, le prometí que mi próximo artículo o sea el de hoy, dada la premura de la tarea escolar se los dedicaría a él y a sus amigos con mi ofrecimiento de que cualquier duda se las respondería a través de mi correo.
Verán, yo comencé a escribir por primera vez como a los 15 años para una revista de don Sealtiel Alatriste, ya fallecido, abuelo del actual novelista, que era amigo de mi papá, me pidió unas críticas de libros que iba yo a dejar a su casa de la calle de Fuego en el Pedregal de San Angel, recuerdo dos: El País de las Sombras largas, de Hans Ruesch y Los que Vivimos, de Ayn Rand y así me seguí.
Les confieso que en mi caso personal, desde niña, como a los siete, ocho años comencé a leer, primero cuentos de hadas, más tarde, me seguí con muy buenos libros que mi padre tenía en su biblioteca, casi todos clásicos o de excelentes autores como Gregorio Marañón me recuerdo Tiberio, Historia de un Resentimiento, La Guerra y la Paz de León Tolstoy, El Príncipe Idiota de Fedor Dostoievsky, Sinuhé el Egipcio de Mika Waltari aunque si tenía junto a mi una revista Life, por ejemplo, la devoraba por igual; me encantaban sus reportajes, sus fotografías de personajes de actualidad. Todo leía yo.
Conforme pasaron los años y llego al día de hoy, comienzo con la segunda pregunta que me hizo mi joven amigo y luego las entremezclo. Querido Jonathan, cuando me siento frente a mi computadora ya con mis manos sobre el teclado, mi imaginación que no tiene fin, comienza a volar. Confieso que hay veces cuando inicio por ejemplo con una de estas columnas, las titulo de un modo y a medio camino lo cambio porque amplié el tema o me desvié a otro. Pero de vuelta a la pregunta de ese joven de por qué escribo, le contesto: Creo querido Jonathan que en realidad lo hago porque en cada escrito, como dice Eduardo Galeano, recojo un pedazo de mi propia vida que vuelvo a acomodar y él añade: “… a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros o por donde sea. ¿Por qué para qué escribe uno, si no es para juntar sus propios pedazos de vida?”.
Y tiene razón porque al avanzar en un escrito, de renglón en renglón vamos recordando pensamientos que creíamos olvidados y que al regresar tenemos la certeza de que no los podemos olvidar porque han formado parte de nuestra vida y por lo tanto nos son imprescindibles para continuar la existencia. Y son esos recuerdos los que de pronto nos alcanzan y nos obligan a detenernos porque aunque hayan permanecido tanto tiempo sosegados, de pronto acomodan su ruidoso silencio y nos traen prácticamente frente a nosotros, sonidos y rostros, besos y caricias, sonrisas y lágrimas que no podemos volver a dejar ir.
Y es que en realidad aunque los creíamos dormidos, todas esas pasadas vivencias nunca se van. Y en esto de recordar entran no sólo lo vivido sino la cultura de cada quien, por ejemplo, cómo recuerdo a Carlos Fuentes diciendo que “México impuso a Cortés la máscara de Quetzalcóatl pero Cortés la rechazó e impuso a su vez a México la máscara de Cristo a través de la conquista espiritual aparejada a la militar. Desde entonces, agregaba Fuentes, es imposible saber a cuál dios se adora en los altares barrocos de Puebla, Texcoco o Oaxaca, entre otros antiguos lugares si a Cristo o una deidad prehispánica, al Galileo coronado de espinas o a la serpiente coronada de espinas”. O cómo olvidar esos afectos y cariños auténticos que el tiempo afortunadamente no borra, sólo los reafirma bajo el fondo de una brisa fresca que silba en rededor. Gabriel García Márquez decía que un escritor escribe para explicarse a sí mismo lo que no se puede explicar. Pero bueno, aunque las anteriores son meras frases, yo, modestamente puedo recomendar a quien quiera escribir que lea buenos libros, que estudie, que cualquier duda la investigue y que converse lo más que pueda con gente que le aporte buenos temas sin olvidar que hay que tener vocación y disciplina para escribir. Y hasta el próximo lunes.