Llegué a la localidad de Xalostoc, ubicado en Ayala. Apenas unos 28 grados y los rayos del sol provocaban fatiga en mi andar. Con la boca seca y una botella vacía, añoraba un vaso de agua urgente.
Era mediodía y la caminata con dirección hacia la comunidad indígena “El pañuelo” era impostergable. Casi 10 kilómetros. Los rayos del sol conectaban con una panorámica del campo. Tierra fértil de cebollas que se da en Morelos.
Mis pasos continuaron hasta el destino final. Y ahí. Desde ese punto. Comenzaría a escribir la historia que a continuación compartiré.
Me introduje a un pasillo que conecta con cerca de 15 casas. Algunas de ellas se sostienen por varillas y pocos cimientos. En otras, desde el exterior se aprecian pisos de tierra. Casi todas son construcciones con materiales deteriorados o deficientes como lámina, carrizo o concreto.
Toqué la puerta en una de las viviendas. Y de pronto se asomó una mujer de aproximadamente unos 27 años con un bebé en brazos. Le pregunté por el representante de la congregación. Pero no tuve suerte. Sin embargo, conversé con la esposa de Juan López, a quien reconocen como la autoridad moral.
Su nombre es Zenaida Vázquez. Tiene 30 años. Es originaria de Alcozauca, situado en las montañas de Guerrero. Es madre de cuatro hijos. Y su esposo es quien encabeza la actividad al interior de El pañuelo.
Zenaida cuenta los orígenes de la comunidad. Ella dice que llegaron a Morelos desde hace 18 años.
-Nosotros salimos de Alcozauca por necesidad. Ya no teníamos qué comer. Y por eso decidimos salir de nuestra tierra.
Es una mujer que viste de una manera demasiado modesta. Su ropa ya no es la misma, ahora sus prendas son afines a lo que visten en cualquier otra región del municipio. Quizás como consecuencia de la influencia urbana.
Zenaida habla mixteco y zapoteco.
-Todos los que vivimos aquí hablamos dos dialectos. Y con el paso del tiempo aprendimos su lengua, el español.
En el pañuelo hay poco más de 12 familias. Los hombres o jefes de familia no están presentes. En su mayoría se van a otra entidad, y algunos incluso a Estados Unidos para enviar dinero a sus mujeres.
-Mi marido así como los de las mujeres de esta comunidad no están presentes en casi todo el año. Como no encuentran trabajo, se van a otro lado a ganar dinero.
Hoy esta cofradía de indígenas está a la deriva. Con la llegada del Covid-19, sus habitantes han resentido aún más el rezago de alimento, educación y servicios básicos.
Los casi 40 niños y jóvenes toman clases en un pequeño cuarto de 40 metros cuadrados. Los maestros son enviados por parte del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe). Aunque con la pandemia, solo van esporádicamente.
La falta de acceso a una vida digna impacta en la calidad de vida de estos hogares. Problemas que se reflejan en el retraso de los niños en la escuela, estrés, tensión, rompimiento familiar, condiciones insalubres que traen dificultades en la salud como afecciones en la piel, enfermedades gastrointestinales o parasitarias.
En El pañuelo residen familias que están al margen de los planos de desarrollo urbano. A ellos los ha olvidado la sociedad. En especial, los gobiernos.
2021 es un periodo de elecciones intermedias. Hoy, muchos de los que se postulan ahora sí les funciona la memoria y se acuerdan de las zonas y colonias marginadas. Y aunque el escenario, el trabajo de convencimiento electoral será más virtual y digital. Habrá casos que enviarán a sus equipos de avanzada para llevar despensas que solo les matará el hambre momentánea. Invocarán promesas y se presentarán como los verdaderos generadores de cambio para tantas comunidades donde la gente es ignorante y analfabeta. Y es ahí donde no se sabe si es más letal el Covid-19 o la esperanza que les venderán tantos fabuladores.