Malcolm Lowry nació en 1909 en Gran Bretaña. La ceguera temporal casi total que le afectó de los 10 a los 14 años seguramente fue definitiva en su formación psicológica, que tanto se refleja en su obra. Vivió en Cuernavaca de 1936 a 1938. Su vida, asolada por la dipsomanía, terminó en 1957.
Su obra cumbre, Bajo el volcán, fue escrita cuatro veces; la primera en México en 1936, la segunda en Los Ángeles en 1938, la tercera en Canadá a partir de 1940 y la cuarta concluida en junio de 1945, también en Canadá; de esta última versión, que es la publicada, extravió el manuscrito en un bar de México, pero finalmente fue recuperado.
La trama de la novela se desarrolla en Cuernavaca y su alta densidad conceptual y numerosos simbolismos la hacen una obra difícil de leer (el propio autor recomienda varias lecturas). Los editores esbozan su contenido: “En un pueblo de México donde se dan la mano infierno y paraíso, [el cónsul] Geoffrey trata de vivir al margen de un mundo devorado por el frenesí de la destrucción. La culpa, el desamor, la soledad lo llevaron a una embriaguez que de algún modo resulta también la del conocimiento […] Tragedia contemporánea, libro de una belleza y una emoción incomparables, novela que recupera las dos fuentes: el mito y la poesía.”
Este libro tiene claros elementos autobiográficos: la dipsomanía del protagonista, el abandono que sufre de su esposa y la vida en Cuernavaca. Así la describe:
“Los muros de la ciudad, construida en una colina, son altos; las calles y veredas tortuosas y accidentadas; los caminos sinuosos. Una carretera amplia y hermosa, de estilo norteamericano, entra por el norte y se pierde en estrechas callejuelas para convertirse, al salir, en un sendero de cabras […] Del sureste surgían parvadas que se amontonaban: pájaros feos, negros, pequeños y, sin embargo, demasiado largos, semejantes a insectos monstruosos, parecidos a los cuervos, de torpes colas largas y vuelo ondulante, enérgico y laborioso. Fustigando con su vuelo la hora crepuscular, retornaban febrilmente, como cada atardecer, a refugiarse entre la espesura de los fresnos del zócalo, los cuales hasta que cayera la noche, resonarían con sus chillidos estridentes, incesantes y mecánicos.”
De Cuernavaca a la ciudad de México, reflexionaba el protagonista:
“¡Qué continua y sorprendentemente cambiaba el paisaje! Ahora eran campos cubiertos de piedras y una hilera de árboles secos. El perfil de un arado ruinoso levantaba los brazos al cielo en muda súplica. Otro planeta […], un planeta extraño en el que, si se mirara un poco más lejos, después de Tres Marías, podría descubrirse inmediatamente cualquier tipo de paisaje […] Un planeta en el cual se cambiaba de clima en un abrir y cerrar de ojos y bastaba tomarse la molestia de pensar en ello y atravesar una carretera para recorrer tres civilizaciones; pero hermoso –no cabía negar su belleza fatal o purificadora–, según fuera el caso: la belleza misma del Paraíso Terrenal.”
La novela se desarrolla en Cuernavaca, pero de manera permanente bajo el influjo del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl (hay en el texto alrededor de 100 menciones específicas a esos volcanes):
“Ambos volcanes se erguían majestuosos y nítidos contra el fondo del crepúsculo. Más cerca […] el pueblo de Tomalín, anidado tras la selva, desde la cual ascendía un tenue velo de humo ilícito: alguien quemaba leña para hacer carbón. Ante sí, del otro lado de la carretera principal, se extendían campos y boscajes entre los cuales serpenteaban un río y el camino de Alcapancingo [Acapatzingo] […]”
El final del libro es el final de la vida del cónsul, segada a balazos en una cantina de Cuernavaca.