Vecino de la capital, destino turístico de muchos, adoptado como segunda casa por algunos artistas e intelectuales más importantes de nuestra era, Morelos es una amalgama donde conviven expresiones culturales de todo tipo, cada una arraigada en su territorio.
Erigido como entidad libre y soberana el 17 de abril de 1869, Morelos es un estado con más de un millón 900 mil habitantes, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía.
Integrado por 36 municipios, tres de ellos de naturaleza indígena, muchas veces ha sido definido como una extensión más de la Ciudad de México, algo que culturalmente está lejos de ser posible por las tradiciones, acontecimientos y personajes que tuvieron lugar únicamente en esta división territorial, incluso antes de su fundación. Entre los personajes que definieron la identidad actual de Morelos están Hernán Cortés, José María Morelos y Emiliano Zapata Salazar.
Además de los símbolos fácilmente identificables, como el chinelo, otras señas se encuentran en los platillos que prevalecen en comunidades indígenas, como el mole de Tetelcingo o los itacates de Tepoztlán, las prendas textiles de Hueyapan y las estructuras prehispánicas que, desde aquel momento, ya daban cuenta del cruce de caminos que identificaría a la región en los milenios venideros.
“Unidos como hermanos, los hijos de Morelos”, dice aquella pieza que, de niños, cantábamos todos los lunes en los honores a la bandera de nuestras escuelas. Aunque la letra permanece en nuestra memoria, una vez que los morelenses atraviesan el umbral que divide la educación básica de la media superior y superior la canción compuesta por Manuel León Díaz queda prácticamente en el olvido.
De acuerdo con el investigador morelense Fernando Hidalgo, coordinador general del libro Atlas de las culturas de los pueblos de Morelos, un compendio de análisis de diversos especialistas que se adentran en aquellos íconos que le dan identidad al estado y que fue editado por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), la Marcha morelense, de canto obligado en las primarias y secundarias del estado, está lejos de ser un himno de identidad del estado.
En cambio, hay otras figuras a las que los morelenses permanecen arraigados en cuerpo y alma: “Es una cancioncita que es sosa, con teclado, con marchas tan bellas que hay y compositores. Yo creo que hay más música, como la que hace la banda de Tlayacapan, que son muy identitarias, los sones y el brinco, que hasta en el extranjero se sienten muy morelenses”, explica el investigador.
Los corridos surianos
Compuestos en el marco del movimiento lírico-musical que hoy se conoce como la trova suriana, los corridos surianos son piezas clave de la identidad morelense. Durante la Revolución Mexicana este estilo musical acompañó a Emiliano Zapata y al Ejército Libertador del Sur con composiciones que trascendieron en el tiempo y siguen siendo interpretadas por los últimos corrideros del estado, entre ellas las compuestas por Marciano Silva, quien, con obras como Soy zapatista del estado de Morelos, también contribuyó al asentamiento de la figura de Zapata en la identidad local.
“Es una joya artística que debería ser valorada y cultivada. Las bolas surianas son unas composiciones muy bellas que se forman con palabras esdrújulas, y que hablan de gastronomía, mitología griega y romana, la entrega a la sencillez del campo de una forma muy ilustrada, un tesoro que se está perdiendo”, dice Hidalgo.
En su artículo Panorama de la música popular, del libro editado por la UAEM, el cantautor Jesús Peredo reflexiona sobre la trascendencia del corrido suriano y las expresiones de la música tradicional de Morelos, un recorrido que va de las sonoridades mesoamericanas a la música moderna:
“Se trata de un conglomerado de géneros que se adhirieron a través de los siglos. Aunque no es sencillo seguir la huella de cada uno de ellos, hay indicadores que señalan que la trova suriana pudo nutrirse de la música religiosa que se practicaba en los conventos y de algunos estilos poético-musicales que eran muy populares durante el virreinato”, reconstruye el músico.
Además de los corridos surianos, Jesús y Fernando coinciden en otra expresión musical que ha marcado fuertemente la identidad morelense: los sones del chinelo, obras que han tenido su mayor realce a través de la Banda Brígido Santamaría dentro y fuera del estado y más allá de las fronteras del país y que son “muy, muy morelenses”, según sostiene Hidalgo, y que dan vida a cada uno de los carnavales que tienen lugar en la entidad.
Si pensamos sólo en la Marcha morelense como el himno que da identidad a los habitantes del estado, sin duda podríamos hablar de un declive. Sin embargo, Fernando Hidalgo se adelanta a diferenciar un posible declive causado por el fenómeno de migración innegable en el estado, lugar de paso para quienes viajan a la Ciudad de México o buscan el sueño americano y se quedan a vivir aquí, al de una pluralidad de influencias que siguen conviviendo con las tradiciones más antiguas.
“Morelos es un estado cuya identidad tiene que ver con que era un cruce de caminos desde la época antigua, desde los olmecas, los mexicas, la conquista de Hernán Cortés, la intervención francesa, la intervención norteamericana y aun hoy en día”, explica.
Con un evidente desuso de aquellos himnos y cantos que nacieron en Morelos y podrían morir también aquí, el investigador considera necesario poner en valor los signos de identidad de Morelos a través no sólo de textos de divulgación, sino de espacios que los preserven, incluso a través de un museo de exposiciones permanentes especializadas en el tema:
“Ese cúmulo de elementos hacen un conglomerado que nos da una identidad morelense y es muy importante que la gente lo conozca, que pueda verlos e identificarlos fácilmente”.
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