Todavía recuerdo con cuánta ilusión escribía mi carta a los Reyes Magos. Contaba cada día y el tiempo parecía transcurrir lento. La ilusión aumentaba al acercarse el 6 de enero.
Fui afortunada. Las tresaltezas mágicas siempre cumplieron mis gustos. Muñeca o juguete que pedía se me concedía.
Tengo celosamente guardado en mi memoria el día que me trajeron el famoso horno mágico. Estaba muy emocionada. De inmediato rompí y quité seguros de la caja que contenía uno de los juguetes más increíblespara cualquier niña de mi edad.
Me puse a leer el instructivo para preparar mi primer pastel de chocolate. Aún tengo presente que fui con mucho orgullo a regalárselo a mi mamá.
Hoy es la noche previa al 6 de enero y seguramente muchos niños despertarán en medio de una algarabía.
En nuestro país, es una costumbre bien arraigada. Días previos a la noche del 5 de enero, los infantes escriben su misiva a los tres sabios del Oriente.
La carta dirigida a sus majestades de Oriente es el principal medio para elevar los deseos infantiles. La gran mayoría hace peticiones de tipo material. Juguetes, ropa, artículos deportivos, empero entre las nuevas generaciones está de moda pediraparatos de última tecnología: ipads, iphones, tablets, lap tops y hasta relojes inteligentes.
Aunque no todos los niños corren con la misma suerte. Y en esa lista de desdicha y de sueños incumplidos, está mi madre.
Ella es originaria de un municipio que se llama Cuetzala del Progreso, ubicado en la región norte del estado de Guerrero. Evelia creció en medio del campo y la naturaleza. Su niñez no estuvo basada en lujos, ni riquezas.
La abundancia provenía de otros cauces. Ella me contó que su vida entre las huertas, vacas, caballos, el río y la vegetaciónhicieron de su infancia una de las etapas más felices.
Pese a ello, Evelia siempre soñó que le trajeran una muñeca de cartón. De esas que hoy son de colección y que existían en su época.
Así fue como muchos seis de enero, la pequeña Bellita -como le decían en su casa- y sus hermanos, esperaban con ansias la llegada de los reyes magos. Pero ellos nunca arribaron. De ningún modo consiguieron un obsequio. Las carencias eran evidentes.
Pienso que como la historia de mi madre deben existir muchas otras que se quedan ahogadas en esperanza y clamor. Cuántos corazones piden a gritos vivir la emoción de abrir un regalo. De esa sorpresa inesperada que quieres disfrutar. Presumir. Atesorar. Y de dormir incluso al lado de tu preciado presente. Porque cuando eres niño, ese es uno de tus mayores tesoros.
Si hoy tuviera que escribir una carta a los tres soberanos, ya no pediría objetos materiales. Hoy exigiría que lleven regalos al por mayor a tantos niños que sufren de abandono, violencia y desamor. Porque quizás un poco de ilusión en tiempos de descomposición social, seguro les vendría demasiado bien.