Una pequeña escultura de piedra con rasgos característicos del Posclásico Temprano encontrada en Santiago Tepetlapa, Tepoztlán, nos permite deducir el establecimiento de complejas redes de intercambio por las cuales transitaban productos, así como ideas y permite proponer que este sitio estaba inmerso dentro de una dinámica pan-mesoamericana
El sitio prehispánico del Yohualtépetl se ubica al sur de la Sierra de Tepoztlán, en el norte del estado de Morelos. Este sitio fue construido a lo largo de las laderas del cerro Yohualtépetl extendiéndose hacia el pequeño valle delimitado por el Yohualtépetl, el Cematzin y el cerro Tlaxomolco. Basándose en los datos de los complejos cerámicos se ha determinado la presencia de cuatro etapas de ocupación en el sitio del Yohualtépetl, la más temprana corresponde al periodo Preclásico Tardío (400 a 100 a.C.), la segunda pertenece al Epiclásico (700-900 d.C.), la tercera está asociada al Posclásico Temprano (900-1150 d.C.), y la última corresponde al periodo Posclásico Medio-Tardío, entre 1150 hasta 1521 d.C.
Hacia el sureste de Yohualtepetl se localiza el área conocida como Atetecaxtle, que corresponde a la ocupación del periodo Posclásico Temprano del sitio. Esta área se ubica al oeste del poblado de Santiago Tepetlapa cruzando río Atongo.
El Posclásico Temprano en Mesoamérica y en Morelos
De acuerdo a López Austin en una publicación de 2008, el Posclásico Temprano se caracteriza por la reducción de la frontera norte de Mesoamérica, quizá por causas climáticas. Esta retracción de los límites propicio la penetración al territorio mesoamericano de pueblos agricultores y recolectores-cazadores norteños. La movilidad de los grupos humanos a su vez condujo a la inestabilidad política y a la formación de unidades regionales pluriétnicas y militaristas.
En esa misma obra, López Austin, señala que esta política de integración regional tiene como justificación la reproducción de una urbe mitológica premundana llamada Tollan donde sólo se había hablado una lengua y donde vivieron todos los pueblos del mundo, esta ciudad mítica estaba gobernada por Serpiente Emplumada; que sería llamado Quetzalcóatl en el Posclásico Tardío. Por lo que quienes pasaban como representantes de Serpiente Emplumada intentaban instaurar sobre el mundo el orden del legendario gobierno de Tollan aplicando a diferentes regiones la pertenencia al sistema pluriétnico. Tula, Chichén Itzá, y Cholula fueron tres capitales que se proclamaron como representantes terrenales de la Tollan.
Por su parte, Nalda (2001) identifica el Posclásico Temprano como un periodo de gran actividad bélica y de alto aprecio hacia quienes participaban en las guerras, debido a que las sociedades se militarizaron intensamente como respuesta a la defensa de territorios en disputa y de expansión hacia nuevas tierras.
López Lujan (1989), afirma que Tula Xicocotitlan fue habitada originalmente por pueblos propios del norte de Teotihuacán, probablemente otomíes, posteriormente, a causa de la movilidad social y la contracción de las fronteras mesoamericanas durante la fase Prado (700-800 d.C.) arribaron a la región los tolteca-chichimecas, consecutivamente durante la fase Corral (800-900/950 d.C.) llegaron a Tula los nonoalcas, pueblo de habla náhuatl que rendía culto a Quetzalcóatl en su advocación de Tlahuizcalpantecuhtli, convirtiendo a Tula en un asentamiento pluriétnico, con una población de múltiples orígenes, lengua y costumbres.
No fue hasta la fase Tollan (950-1150 d.C.), cuando Tula Xicocotitlan lograría su verdadero apogeo. Acorde a Noguez en 2001, el éxito durante esta fase pudo ser consecuencia de la decadencia o crisis de los grandes centros de poder herederos de Teotihuacán, entre ellos: Monte Albán, Xochicalco, El Tajín, por lo que probablemente Tula puso bajo su control las rutas de tributo y comercio que estos centros iban abandonando, especialmente al norte de Mesoamérica. Además del control sobre las fuentes de obsidiana de Pachuca.
La ocupación durante el Posclásico Temprano de Yohualtepetl y Atetecaxtle es definida por la presencia del tipo Tohil Plumbate, una de las cerámicas de comercio más importantes durante esa fase de la historia mesoamericana. La cerámica Plumbate conforme a Cobean (1990) es una loza semivitrificada de color oscuro brillante de apariencia metálica, que resulta de la exposición a altas temperaturas de las arcillas con las que fue producida. Las formas más diagnósticas del tipo Tohil Plumbate son vasijas de paredes rectas convergentes y soporte anular, vasijas de cuerpos globulares de cuello recto, vasijas efigie, ollas con soportes trípodes huecos, vasos tipo florero con base pedestal, sahumerios con mango, así como cajetes con cuerpos curvo convergentes y bordes evertidos. Como parte de su decoración hay vasijas con incisiones y grabados con la efigie de Tláloc, viejos, perros, venados, guajolotes y probablemente figuras de monstruos. Las incisiones forman bandas, diseños continuos o lineales, así como también hay estampados curvilíneos.
El periodo Posclásico Temprano en el estado de Morelos ha sido insuficientemente estudiado, como lo menciona Canto en un artículo anterior del Tlacuache solo se han identificado cuatro sitios con ocupación de esta temporalidad: Jantetelco, en el oriente de Morelos, El Tlatoani en Tlayacapan, Atlacholoaya, en el poniente del estado, y el Yohualtépetl y el área de Atetecaxtle. En el mismo artículo de 2017 Canto nos dice que aunque solo se ha reportado la presencia del tipo Tohil Plumbate en tres sitios: Jantetelco, El Tlatoani y el Yohualtépetl, las excavaciones en Atlacholoaya han permitido definir el complejo cerámico Atlacholoaya Temprano semejante al complejo cerámico de la fase Tollán en acabados y formas, pero a pesar de la semejanza con el complejo de la fase Tollán, todavía no es posible proponer relaciones de interacción para este periodo, ni mucho menos plantear una relación directa con Tula.
En el Tlatoani la cerámica Tohil Plumbate se localiza en el área destinada a las funciones político-administrativa y a los talleres en la cima del cerro por lo que González, en 2012, la cataloga como una vajilla asociada a la vida cotidiana de la clase hegemónica local.
La escultura del Posclásico Temprano
Otro rasgo que identifica al Posclásico Temprano es su estilo de escultura, llamado por Beatriz de la Fuente (1985) escultura tolteca, el cual se caracteriza por unos rostros solemnes, despersonalizados e inexpresivos; la roca volcánica en la que se tallaba la mayoría de las veces aporta un aspecto áspero y rústico. Todos los rostros de escultura tolteca presentan profundas cavidades ovaladas a manera de ojos, las narices son rectas y delgadas y la boca es una simple oquedad en forma de elipse menos profunda que los ojos.
Jiménez, en su libro de iconografía en las esculturas toltecas de 2008, observa que todos los personajes tienen la frente estrecha y recta, los ojos son una pequeña hendidura con posibles incrustaciones de hueso, concha o algún mineral, la nariz es recta, encontrando un gran parecido con las figurillas de arcilla de estilo Mazapa, la boca abierta de regular anchura, posiblemente tenía incrustaciones de materiales similares a las de los ojos, las orejas se representan muy poco, y aún menos personajes lucen cuello, el cabello largo hasta los hombros, los brazos son cortos, los muslos largos y rollizos, en cambio las piernas son cortas y delgadas, y los pies minúsculos.
Algunos ejemplos de escultura tolteca de este libro son: cariátides, personajes de pie de 4.60 metros de altura aproximadamente en cuyas cabezas descansaba la techumbre del templo donde se encontraban; los Chac mooles, personajes recostados que tienen las manos sobre el vientre para sostener un objeto cuadrado o redondo, tal vez utilizados como altares para colocar ofrendas; algunos portaestandartes, figuras humanas o de animal en posición de pie o sentada con una oquedad donde se insertaba una insignia; atlantes, personajes de pie representados con las manos en alto sobre las que descansaban las mesas o altares de los templos; lapidas-escultura de individuos ataviados con un yelmo zoomorfo; y esculturas de bulto de individuos con los brazos cruzados al frente, el cabello largo sobre la espalda y un flequillo en la frente. Todos estos personajes llevan armas, adornos y vestimenta que los caracterizan como guerreros, gobernantes, sacerdotes, divinidades y ancestros divinos.
La escultura de Santiago Tepetlapa y la probable función que tuvo
El fragmento de escultura encontrada en Atetecaxtle de 12cm de altura por 7cm de ancho, elaborado en una roca volcánica semicircular que conforma la cabeza, a la que se le agregaron líneas para lograr el rostro, presenta las características de la escultura tolteca ya descritas, es decir, cavidades ovaladas como ojos, aunque en este caso son más redondas probablemente como una forma local de representar los ojos, la nariz fue mutilada, pero debió ser delgada y ocupar poco espacio en el rostro, la boca como una cavidad en forma de elipse, y el semblante es inexpresivo. Pero también exhibe varias diferencias: la cabeza tiene una horadación en la parte inferior donde se embonaba la espiga que la unió al cuerpo, al contrario de las esculturas toltecas que se plasmaban en una sola pieza, tampoco presenta cabello o flequillo, ni tocado u orejeras.
Sin embargo, debido a que no se recuperó el cuerpo, no se tiene elementos que indiquen cuál fue su función. Posiblemente la cabeza se encontraba sobre un cuerpo con los brazos cruzados sobre el pecho, por su tamaño y sencillez es factible que se trate de una escultura relacionada con la religión doméstica, y la ausencia de atributos, elementos y atavíos que lo identifiquen con una deidad se debe a que esta escultura era adornada en fechas determinadas con un atuendo que imitaba la vestimenta de los habitantes de Yohualtepetl o de sus dioses, en lugar de la indumentaria con la que Tula representaba a sus divinidades.
Recordemos que, como menciona Carrasco en 1981, los dioses son un retrato de la complejidad de la sociedad mesoamericana, pues cada uno representa a un grupo étnico, alguna actividad humana, ya sean naturales como el parto y enfermedades, o culturales como la guerra, la caza, el comercio, el tejido, entre otras, también a uno de los sectores en que se dividía la sociedad, o los productos y especies naturales más estimados. Por lo que las entidades divinizadas representan los valores humanos más apreciados por las sociedades que desean sacralizarlos, reproducirlos y transmitirlos íntegros a las siguientes generaciones. Todo esto da lugar a un complicado sistema de simbolización e identificación de las deidades, en el que cada una posee indumentaria característica, decoración, peinados e instrumentos de los grupos de los que son patrones.
Volviendo con la figurilla de Atetecaxtle y su relación con los rituales domésticos, Smith define estos como aquellos que incluyen:
“una amplia diversidad de actividades realizadas en y alrededor de los hogares de las personas y en el área rural, con énfasis en la curación, la fertilidad, el orden, la adivinación, la súplica y otros temas relacionados con el individuo y la familia.” (Smith, 2002, p. 96)
Varios rituales relacionados con el parto, la enfermedad, la fertilidad agrícola, la adivinación y otros asuntos de importancia para los miembros de la familia se han relacionado con el uso de figuras antropomorfas desde el Preclásico Temprano como una gran tradición mesoamericana, incluso en 1629, Hernando Ruiz de Alarcón en su Tratado de las supersticiones y costumbres gentílicas que hoy viven entre los indios naturales de esta Nueva España, relata la historia de Miguel Bernardino, natural del pueblo de Cuauchichinola en la comarca de Cuernavaca, quien tenía un idolillo dentro de su cuexcomate creyendo que aumentaba las cosechas. También refiere a los tres ídolos que escondía don Miguel, un indio principal de Xoxouhtla (Jojutla), dentro de un montón de calabazas:
“de en medio de ellas le saco en un plato de barniz negro y con otros dos ídolos con muchas ajorcas y juguetes, cuales se suelen poner a los niños por adorno, si bien el barniz negro del plato en que estaban manifestaba bien el mal estalaje de los que en aquellos ídolos eran reverenciados (sic)”. (Ruiz de Alarcón, 1999, p.13)
A cada uno de estos tres ídolos se le atribuía un efecto, como acrecentar las cementeras, la riqueza, entre otros. Es resaltable que las esculturas de Jojutla estaban adornadas con pequeñas “ajorcas y juguetes” como posiblemente se encontraba la escultura de Tepetlapa en el pequeño altar doméstico donde se situaba.
Smith, en la publicación citada anteriormente, hace uso del concepto de pequeña y gran tradición para examinar las relaciones entre la cultura de las poblaciones rurales y la alta cultura dominante de las civilizaciones que la envuelven y en la naturaleza de la interacción entre los diferentes niveles sociales de la práctica religiosa.
La gran tradición se cultiva en escuelas o templos y la pequeña tradición se aprende y mantiene en las aldeas o comunidades periféricas, aunque la mayoría de las celebraciones rurales incorporan elementos de rituales de gran tradición, estos elementos han sido adaptados y modificados para adecuarse a las costumbres locales, por lo que en las poblaciones provinciales se esperaría encontrar elementos que imiten la religión publica oficial, elementos locales distintivos que no tienen equivalentes en la religión pública y elementos que modificaron la religión pública.
De acuerdo con este modelo, los gobernantes del estado promueven una ideología legitimadora que es ampliamente aceptada por la población, y la aceptación y asimilación son una forma importante de control social en tales grupos.
Smith cita a Blanton (1996), cuando sugieren que las figurillas hechas en molde fueron usadas por el estado Teotihuacano para reforzar conceptos oficiales, y de este modo el estado intervino en el ritual doméstico para controlar el comportamiento de sus súbditos.
A su vez, Manzanilla en 2002 menciona elementos relacionados con los rituales domésticos en Teotihuacán como los jarrones Tláloc, esculturas de Huehueteotl, incensarios tipo teatro, candeleros y otros ítems, que desaparecen del registro arqueológico después del colapso de la ciudad, un hecho que apoya firmemente la idea de que el ritual doméstico estaba profundamente arraigado en la religión del estado.
De tal manera, Yohualtepetl adopto los elementos de la escultura y cerámica llamados tolteca para facilitar su coalición en una confederación de ciudades estado, las cuales intercambiaron productos de elite a pesar de la enorme variabilidad cultural en la que se encontraban envueltos los grupos mesoamericanos. Estos elementos fueron promovidos por la clase dirigente para justificar y demostrar su adhesión a la nueva ideología y modelo económico, político y militar del Posclásico Temprano, y aceptados por la población en general, quienes llevaron la expresión escultórica oficial, con su estilo local, a sus ritos domésticos.
Aún falta saber con cuáles grupos se relacionó el Yohualtépetl para obtener el Tohil Plumbate y con qué grupos formó el Yohualtépetl la confederación.
Conclusión
La evidencia señala que la presencia de la cerámica Tohil Plumbate y la escultura de estilo tolteca en Morelos se deben más a la circularon de ideas junto con el intercambio de bienes que a una supremacía tributaria o conquista militar.
Al adoptar cánones estilísticos “toltecas” o característicos del Posclásico Temprano en la cerámica y la escultura, las sociedades que habitaron Morelos procuraban anunciarse ante sus coetáneos como iguales a los toltecas y otros grupos hegemónicos de ese período, y adquirir por medio de estos complejos parte del estatus y de la reputación que acompañaba a Tula y otros centros regionales de poder. Los motivos que llevaron a la elección de estos motivos fue probablemente la inserción de los valles de Morelos en la red de intercambio comercial como una manera de anunciar su alianza con la urbe que incluyó la aprehensión de una nueva ideología que respaldó una organización social y política, la confederación o unión de ciudades, como la Triple Alianza del Posclásico Tardío.
Pero estos cánones fueron modificados, al cambiar entre otras cosas, la forma y la decoración en un proceso de adopción, rechazo y transformación, de esta manera los grupos de Morelos crearon un lenguaje propio que les daba una identidad y que al mismo tiempo proclamaba su pacto e independencia del dominio tolteca o de otra ciudad.
Bibliografía
- De la Fuente, B. (1989). Tula. En Peldaños en la conciencia: rostros en la plástica prehispánica (pp. 37-39). México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México.
- Jiménez, E. (1998). Iconografía de Tula. El caso de la escultura. México, D.F.: Instituto Nacional de Antropología e Historia.
- Smith, M. (2002). Domestic Rituals at Aztec Provincial Sites in Morelos. En P. Punklet (Ed.), Domestic Ritual in Ancient Mesoamerica (pp. 93-114). Los Angeles: The Cotsen Institute of Archaeology at UCLA.
Coordinación editorial: Giselle Canto Aguilar