Tumbada sobre el asfalto boca abajo, con las manos esposadas y la rodilla de una policía sobre su espalda, una mujer grita y se queja ante la mirada de otros tres agentes. Instantes después, queda inconsciente y se escucha a los policías decir “aún respira” antes de cargar el cuerpo en el coche patrulla. La mujer, Victoria Esperanza Salazar Arrianza, de 36 años y nacionalidad salvadoreña, fallece de camino a la comisaría. Las escenas de la brutal detención a manos de la policía municipal de Tulum, grabadas por los vecinos y subidas a las redes sociales, han vuelto a prender la mecha de la indignación en uno los rincones turísticos más exclusivos del Caribe mexicano. Que la policía cometa excesos en sus funciones cotidianas de brindar seguridad a la ciudadanía no parece una novedad de la cual debamos sorprendernos, sino porque ahora vemos casi en tiempo real la falta de control y límites con que parecen operar los “guardianes del orden” que, contra toda lógica, parecen los principales promotores no solamente del desorden sino, además, de que se pueden cometer delitos con la más absoluta impunidad. Las policías han sido siempre las mejores escuelas del crimen y a menudo más que brindar seguridad se han caracterizado como cuerpos de seguridad para la persecución de opositores o incriminar inocentes. Visto así, existe una situación desproporcionada entre los elementos de seguridad y la ahora víctima no solamente en cuanto al número de participantes, sino porque se observa un uso excesivo de la fuerza cuando la persona ya había sido sometida. Un policía literalmente descarga todo el peso de su cuerpo presionando con sus rodillas la espalda de la detenida. En efecto, como muchos han comentado, la escena parece una vulgar imitación del exceso de fuerza aplicado por la policía de Minesota, en Estados Unidos, que terminó por asesinar a George Floyd. Resulta más pedagógica una acción desproporcionada y criminal de un colega de profesión que un millón de cursos para adiestrar en derechos humanos y en el uso medido de la fuerza, a policías que aplican el brutal método con que emulan excesos injustificables. Mientras tanto, en la página oficial del municipio de Tulum, Quintana Roo, se muestran algunas imágenes y se informa sobre las políticas de capacitación, así como la estrategia seguida a fin de garantizar seguridad expedita a la ciudadanía a través de la policía de proximidad. En este sentido, no parece que esos policías hayan recibido algún curso para aplicar los protocolos ya conocidos en situaciones de ese tipo o continúan aplicando las viejas prácticas para someter a presuntos delincuentes. La actuación de esos policías contradice las acciones que en la materia ha pretendido implantar el actual ayuntamiento. Al parecer, las autoridades han actuado más o menos rápido y los policías están en calidad de detenidos sujetos a investigación, mientras que un oficial ha sido separado de su cargo. La celeridad con que se actuó puede deberse a varios factores, pero sin duda fue la acción del presidente Bukele en tanto que se trataba de una ciudadana salvadoreña y las protestas de la sociedad civil local, los elementos que propiciaron una pronta respuesta de las autoridades judiciales frente a los hechos. Resulta perturbador ver que ni los propios policías sean capaces de evitar los excesos que a todas luces estaba cometiendo uno de sus colegas o quizás piensan que eso es parte de las rutinas diarias del oficio. Cuando se dan cuenta que están siendo filmados, simplemente se limitan a dar vueltas y uno que otro se encarga de obstruir la mirada escrutadora de la cámara de un celular indiscreto. Más sorprendente resulta que todo sucede en la más completa indolencia, pese a que se observan transeúntes por la calle, nada parece impedir la acción policial. Al mismo tiempo, llama la atención que la ciudadanía solamente se limite a registrar el vídeo de las atrocidades policiales, pero parecen no inmutarse por la brutalidad que se ejercía sobre la víctima, como si lo más importante fuese captar el momento. Es verdad que sin el vídeo o los vídeos tomados quizás no tendríamos mayores elementos que evidenciaran los excesos de los cuerpos de seguridad, pero resulta un tanto devastador la indiferencia que pueden ocasionar estos hechos que le damos mayor peso a su registro y no a la brutalidad de los acontecimientos en sí mismos. También es cierto que, ante una policía de este tipo ¿quién desea ponerse en riesgo? Con estos policías, no es gratuito que la ciudadanía conceda poca credibilidad a las instituciones de seguridad del Estado, pese a la relevancia que tienen en la vida cotidiana de las personas. Establecer una policía cada vez más confiable y profesional nos llevará tiempo, aunque sería conveniente acelerar un poco más el paso en esa dirección. No obstante, el gobierno federal actual se ha concentrado en incrementar los efectivos de la Guardia Nacional bajo control militar en términos operativos para contrarrestar los problemas de inseguridad existentes en el país. Ya veremos con cuanto éxito logra semejante objetivo
Por: Luis Jorge Gamboa Olea