Geovani vio siempre a su padre en silla de ruedas. Cuando el joven nació, la silla ya estaba ahí. Nunca pudo verlo de otra forma.
En cierto modo, ser criado por una persona con discapacidad contribuyó a formar en él una idea de la sociedad distinta a la del resto de sus amigos: la silla de ruedas no quería decir discapacidad (esa palabra no existía), sino que era un miembro más de su familia. Con los años, Geovani quiso seguir los pasos de su padre, un jugador de básquetbol amateur.
Al principio no sabes cómo hacerlo, pero es cosa de agarrarle el modo. En mi caso, lo hago por mi papá, porque él me motiva a seguir adelante, y cuando me pasa algo en el transcurso del día, es él quien me apoya
Explica Geovani, de 15 de edad, sentado en su silla. A un lado, su padre, y, un par de metros más allá, 10 hombres en silla van de un lado a otro con ganas de anotar.
La verdadera inclusión
No todos los equipos de básquetbol en silla de ruedas están integrados por personas con discapacidad.
No, al menos, a nivel amateur, donde se permite que las personas convencionales, en su mayoría familiares de quienes sí necesitan la silla para desplazarse, puedan integrarse al juego.
Hacerlo no es fácil, pues los entrenadores tienen que evaluar varias cosas y decidir si, finalmente, la silla supone el mismo reto que para todos.
“Para lograr la inclusión es lo que estamos trabajando, que haya inclusión desde los dos lados, porque esa es la finalidad, que a final de cuentas nos sintamos todos como uno solo”, explica Artemio Adorno, coordinador juvenil de la Sindicatura del municipio de Ayala, que este fin de semana llevó a cabo el primer cuadrangular de básquetbol en silla de ruedas. Xochitepec, el municipio del que viene Geovani, es uno de los competidores.
Padre e hijo
Geovani Martínez tiene 40 años de edad y sólo cinco meses menos sin poder usar las piernas. Ocurrió cuando era un niño, después de haber padecido polio, así que, en realidad, para él no existe un antes y un después.
Tal como para su hijo, la silla siempre ha estado ahí, dispuesta a moverse despacio, para ir de un lado a otro en casa o en la calle, o para ser impulsada a otras velocidades, como cuando necesita estar del otro lado de la cancha para que su piloto levante el balón y lo arroje hacia la canasta.“Cuando las personas convencionales juegan en silla de ruedas, aprenden a convivir con la discapacidad, se erradica la discriminación y hay inclusión”, afirma el padre, en espera de entrar a la cancha.
Finalmente dijo que la silla de ruedas se ha convertido en un vínculo que lo ha unido más a su padre, a quien la polio nunca le permitió caminar.