“Su laguna artificial y sus mujeres hermosas, un tesoro sin igual, lindo perfume de rosas”, dice la famosa canción que Juventino Hernández compuso en la década de 1950 a su natal Axochiapan. Con la mano del tiempo, la canción se convirtió en himno y la laguna en un estandarte cultural, aunque desde hace varios años ha sufrido las consecuencias del cambio climático.
La laguna de Axochiapan está ubicada en la entrada del pueblo, justo donde las letras de colores que forman el nombre del municipio le dan la bienvenida a los visitantes.
Basta subir por un pequeño camino de tierra para contemplar un paisaje contrastante: sí, aquí está la laguna y los nenúfares blancos, que recuerdan a las pinturas de Monet, siguen embelleciendo la vista, pero los estragos de la sequía también son evidentes: buena parte del suelo, que en otro tiempo también fue laguna, se ha secado. Quedan sólo las grietas oscuras y las huellas de quienes vienen aquí a pastorear ganado, tomarse una cerveza en botella de vidrio o acurrucarse en la orilla junto al ser amado, como lo hacen los dos jóvenes cuyas siluetas se mueven al otro lado del bordo. Y las garzas, que también son cada vez menos.
La danza de las garzas
Entre los límites de Morelos y Puebla, Axochiapan es un mudo testigo de una fascinante migración aviar. En los días de otoño, durante la época de lluvias, la laguna suele convertirse en un escenario efímero en el que la garza blanca se revela como un ave de otro mundo, a veces en silencio y otras grasneando, danzando, entre los nenúfares, en un ballet natural. Durante la década de 1950, estas escenas hicieron que el lago fuera muy popular en el centro del país.
Oscar Cortés Palma, cronista del municipio, evoca la nostalgia ligada al paisaje:
Dice, rememorando historias del pasado, cuando la laguna brindaba un espectáculo que ahora parece haber mermado. En 1940, durante el gobierno del alcalde Zózimo Aragón, el deseo de la población por hacer que su laguna artificial fuera conocida en todo el mundo llevó a los habitantes a transportar tierra en burros y carretillas para ampliar el bordo.
Su hermano, Eliseo, contribuyó a la causa proponiendo que la toponimia de Axochiapan se basara en la flora de la laguna. A la fecha, el nenúfar es el símbolo de la localidad.
Aves de paso
Son cerca de las dos de la tarde y el sol está a todo lo que da. Este año ha llovido muy poco, casi nada, y aunque uno esperaría no encontrar ninguna garza, tres de ellas están ahí, a lo lejos, buscando alimento. Quién sabe si lo encuentren, porque los peces también escasean, pero son persistentes.
Este fenómeno migratorio no es exclusivo de Axochiapan. Sergio González Antoyo, biólogo de la Coalición Ambiental y Cultural, asegura que la garza blanca viaja desde el norte del país buscando alimento en los cuerpos de agua de Morelos, como las presas de gran parte de los municipios de la región oriente, así como en el río Cuautla.
“Tienen sus zonas de hibernación y buscan lugares cercanos para pernoctar”.
Duermen en los árboles. Esta adaptabilidad les ha permitido enfrentar desafíos ambientales. Sin embargo, ante la pregunta sobre si el cambio climático y la contaminación han afectado la presencia de garzas en la región, González Antoyo lo confirma:
“Sí, la calidad del agua influye. La contaminación del agua puede afectar a las especies”.
Una laguna efímera
En la década de 1990, el ayuntamiento de Axochiapan se planteó la posibilidad de convertir la laguna en un atractivo turístico. Se trazaron los caminos que hoy facilitan el acceso y se construyó un pequeño parque en la orilla, pero el proyecto fue catalogado como inviable en términos ambientales.
“Se catalogó como un proyecto inviable que no tendría éxito, aunque muchos proyectos inviables sí que lo han tenido”, explica el cronista, un poco sarcástico.
Una de las razones por las cuales se descartó la posibilidad de detonar el turismo de la zona a través de la laguna fue el crecimiento de la mancha urbana en esa dirección, como efectivamente ha venido ocurriendo, pero hubo otro elemento mucho más lógico: la laguna existe sólo durante la temporada de lluvias y no hay otras fuentes de agua limpia que la alimenten.
“Se pensó en varias opciones, incluso utilizar pipas de agua”, recuerda Cortés.
Pese a la reducción de su superficie, la magia no ha desaparecido por completo. Cada garza que visita la laguna se convierte en un recordatorio de la riqueza natural de Morelos y la importancia de preservar estos ecosistemas.
La esperanza es que, con esfuerzos conjuntos y una mayor conciencia ambiental, la danza de las garzas de Axochiapan no sea un recuerdo del pasado, sino un legado para las futuras generaciones.
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