Si hubo un cine en Cuautla sobre el que casi todos llegaron a coincidir que fue el mejor, ese fue el Cine Reforma, que llegó a ser la principal competencia del Narciso Mendoza durante la década de 1950, aquella en la que se filmaron algunas de las mejores películas de la época de oro tanto del cine nacional como del de Hollywood. Aún ahora, el lugar está lleno de muchas anécdotas:
“Había unas tostadas únicas en Cuautla que las hacía Pancho. Él era el trabajador de la dulcería y sus tostadas eran algo exquisito. Comerse una tostada del Cine Reforma era algo único”, recuerda Samuel Hernández Beltrán, cronista de la ciudad, quien llegó a ver aquí películas como Cleopatra, Gigi y Ben-Hur.
La época dorada del cine
En los últimos 70 años este edificio, ubicado sobre la calle Escolta de Morelos, ha pasado por tres etapas esenciales: de la década de 1950 a 1980 el lugar operó como cine, bajo el nombre de Cine Reforma y, posteriormente, a partir de mediados de la década de 1960, como Río Cinema.
Hasta el día de hoy quienes se acercan al lugar pueden ver algunas de sus gradas sobre las que el público tomaba asiento para disfrutar de las funciones.
“Allá estaba el proyector”, dice Jorge Meza, señalando el espacio donde debía estar aquella máquina, y donde hoy ya no hay nada.
A sus 55 años, Jorge recuerda haber disfrutado varias películas aquí, siendo aún niño. En aquel entonces el cine era administrado por Don Manuel Borbolla, un empresario que llegó a Cuautla en el año 1939, proveniente de Yautepec. En la heroica, Borbolla se convertiría en un importante promotor de la cultura y un hombre admirado por su sencillez: él mismo se encargaba de salir a ofrecer los programas por las calles de la ciudad, mientras que su esposa vendía los boletos.
“Se convirtió en el cine preferido de mucha gente a la que le gustaban las películas norteamericanas”, recuerda el cronista cuautlense.
Transformaciones
A mediados de los 80, el cine pasó por una nueva transformación y se convirtió en la conocida Arena América, en cuyo cuadrilátero se enfrentaron luchadores de la talla de El Santo, Mil Máscaras y Tinieblas.
Jorge Meza, que para entonces ya había crecido, también disfrutaría de aquella etapa de su vida: “El techo de asbesto siempre fue el mismo, y sigue ahí hasta el día de hoy”, relata con nostalgia.
Al fondo aún se alcanza a adivinar el nombre de la arena en el muro, así como el de la marca de cerveza que la patrocinaba. Si el lugar estuviera en silencio, probablemente se escucharían los gritos de toda la gente, adultos y jóvenes, que vivieron aquí la adrenalina de la lucha libre.
Sin embargo, aquella etapa duraría muy poco, pues para el año 1987 el edificio volvería a transformarse: desde entonces, la construcción opera como el Estacionamiento América y Meza tiene el privilegio de ser el encargado.
Sólo quedan los recuerdos
“Aquí había un jardín”, recuerda Jorge, señalando hacia el exterior del ahora estacionamiento. Al reconvertir el lugar por última vez, los dueños optaron por destruir parte de las gradas, pero como los carros no pueden estacionarse arriba, varias estructuras originales siguen en pie.
“A veces la gente llega y me pregunta por aquellos años. Es una gran historia que no debe perderse”, reflexiona Jorge.
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