/ lunes 3 de octubre de 2022

[Extranjeros en Morelos] La vida entre sueño, devoción y comida

El diplomático estadunidense Brantz Mayer, secretario de su embajada, vivió en México de 1841 a 1842 y no parece habernos estimado mucho.

“En muchos sitios el bosque de pinos forma claros y glorietas, como si fuese un parque, y cubre una amplia área de praderas y de valle. Pronto el ambiente se fue haciendo más suave, el sol más caliente, la vegetación más variada, los campos menos áridos; mas todo era paisaje de bosque, al parecer jamás tocado por la mano del hombre”.

“De repente cambiamos de clima. Habíamos dejado atrás las tierras frías y las tierras templadas, y en un rápido descenso de la montaña nos habíamos metido de hoz y de coz en la tierra caliente, en que el sol ardía con furor tropical. La vegetación cambió por completo y se hizo más exuberante. Y de pronto, a través de un resquicio de los cerros, se nos presentó ante los ojos el valle de Cuernavaca, suavemente inclinado hacia el este”.

Llegados a esta ciudad, “recorrí de arriba abajo muchas callejuelas estrechas y en declive, bordeadas de casas de un solo piso, ventiladas y frescas, y por lo general con balcones y pórticos que las protegen del sol abrasador. Me llamó mucho la atención el aspecto más amable y apacible de la gente, comparada con la del valle de México. El conjunto tiene un aspecto napolitano. Los jardines son numerosos y llenos de flores. A los lados de las calles corren acequias que vierten incesantemente el agua fresca y clara de los montes”.

“Los hermosos suburbios de Cuernavaca se hayan habitados principalmente por indios, cuyas casas están edificadas a lo largo de estrechas callejuelas. Ya podéis figuraros que en una comarca en que es una delicia el caminar todo el día al aire libre bajo la sombra de los árboles y en la que no se requiere otro abrigo que el necesario para cobijarse durante el sueño y para protegerse de las lluvias, las habitaciones de la gente han de ser en extremo sencillas. Unas cuantas cañas con una punta metida en el suelo y un techo, y paremos de contar”.

“Regresamos a Cuernavaca, pasando por un delicioso arrabal de sotos y bosquecillos. Muchas familias de las principales estaban sentadas a la sombra de los pórticos, y no era posible dejar de parar mientes en la belleza delicada de las hembras”.

“Se dice que la característica general de Cuernavaca es la dejadez; y, como en todos los climas suaves, es ella fatal para la industria y el espíritu de empresa. La temperatura es demasiado alta para estas virtudes. El hombre no ha de menester más que sombra, abrigo y con qué satisfacer su apetito; no hay nada que mueva a hacer hermoso y atrayente el interior de las moradas. El trabajar al aire libre cansa a la gente; el leer dentro de casa le aburre. Se levantan temprano, porque en la cama hace demasiado calor; van a misa, para gozar del aire fresco y perfumado de la mañana; se echan a dormir después de comer, porque hace demasiado calor para salir de paseo; y van a vísperas, para matar el tiempo hasta que llega la hora de comer otra vez, como preparación para otra siestecita. Y así, entre el sueño, la devoción y la comida, se va pasando la vida asaz inútil en esta comarca de verano eterno.”

Cerca de Cuautla, en “la hacienda de Santa Inés, nunca olvidaré la amistosa acogida que nos dispensó don Felipe Vargas. Nos explicó que el mayor castigo que puede imponerse a los indios es expulsarlos definitivamente de las tierras en que han trabajado ellos y sus antepasados desde tiempo inmemorial. Pero añadió que, para castigar excesos y faltas de menor importancia, se echa mano de otros castigos; y no me cabe duda de que los azotes desempeñan una función importante en el mantenimiento de la disciplina en estas plantaciones mexicanas”.

“Se dice que la característica general de Cuernavaca es la dejadez; y, como en todos los climas suaves, es ella fatal para la industria y el espíritu de empresa”

Brantz Mayer, diplomático estadunidense

“En muchos sitios el bosque de pinos forma claros y glorietas, como si fuese un parque, y cubre una amplia área de praderas y de valle. Pronto el ambiente se fue haciendo más suave, el sol más caliente, la vegetación más variada, los campos menos áridos; mas todo era paisaje de bosque, al parecer jamás tocado por la mano del hombre”.

“De repente cambiamos de clima. Habíamos dejado atrás las tierras frías y las tierras templadas, y en un rápido descenso de la montaña nos habíamos metido de hoz y de coz en la tierra caliente, en que el sol ardía con furor tropical. La vegetación cambió por completo y se hizo más exuberante. Y de pronto, a través de un resquicio de los cerros, se nos presentó ante los ojos el valle de Cuernavaca, suavemente inclinado hacia el este”.

Llegados a esta ciudad, “recorrí de arriba abajo muchas callejuelas estrechas y en declive, bordeadas de casas de un solo piso, ventiladas y frescas, y por lo general con balcones y pórticos que las protegen del sol abrasador. Me llamó mucho la atención el aspecto más amable y apacible de la gente, comparada con la del valle de México. El conjunto tiene un aspecto napolitano. Los jardines son numerosos y llenos de flores. A los lados de las calles corren acequias que vierten incesantemente el agua fresca y clara de los montes”.

“Los hermosos suburbios de Cuernavaca se hayan habitados principalmente por indios, cuyas casas están edificadas a lo largo de estrechas callejuelas. Ya podéis figuraros que en una comarca en que es una delicia el caminar todo el día al aire libre bajo la sombra de los árboles y en la que no se requiere otro abrigo que el necesario para cobijarse durante el sueño y para protegerse de las lluvias, las habitaciones de la gente han de ser en extremo sencillas. Unas cuantas cañas con una punta metida en el suelo y un techo, y paremos de contar”.

“Regresamos a Cuernavaca, pasando por un delicioso arrabal de sotos y bosquecillos. Muchas familias de las principales estaban sentadas a la sombra de los pórticos, y no era posible dejar de parar mientes en la belleza delicada de las hembras”.

“Se dice que la característica general de Cuernavaca es la dejadez; y, como en todos los climas suaves, es ella fatal para la industria y el espíritu de empresa. La temperatura es demasiado alta para estas virtudes. El hombre no ha de menester más que sombra, abrigo y con qué satisfacer su apetito; no hay nada que mueva a hacer hermoso y atrayente el interior de las moradas. El trabajar al aire libre cansa a la gente; el leer dentro de casa le aburre. Se levantan temprano, porque en la cama hace demasiado calor; van a misa, para gozar del aire fresco y perfumado de la mañana; se echan a dormir después de comer, porque hace demasiado calor para salir de paseo; y van a vísperas, para matar el tiempo hasta que llega la hora de comer otra vez, como preparación para otra siestecita. Y así, entre el sueño, la devoción y la comida, se va pasando la vida asaz inútil en esta comarca de verano eterno.”

Cerca de Cuautla, en “la hacienda de Santa Inés, nunca olvidaré la amistosa acogida que nos dispensó don Felipe Vargas. Nos explicó que el mayor castigo que puede imponerse a los indios es expulsarlos definitivamente de las tierras en que han trabajado ellos y sus antepasados desde tiempo inmemorial. Pero añadió que, para castigar excesos y faltas de menor importancia, se echa mano de otros castigos; y no me cabe duda de que los azotes desempeñan una función importante en el mantenimiento de la disciplina en estas plantaciones mexicanas”.

“Se dice que la característica general de Cuernavaca es la dejadez; y, como en todos los climas suaves, es ella fatal para la industria y el espíritu de empresa”

Brantz Mayer, diplomático estadunidense

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