Buena música, fiesta hasta el amanecer y mucho ligue,. solo eran posible en el antro gay de moda en la primera década de los 2000: La Casa del Dictador.
Este lugar tenía como público meta a la comunidad LGBTQ+ de Cuernavaca, sin embargo, había cabida para todos. Luis Gogarty fue Dj de este centro nocturno por más de ocho años y asegura que el establecimiento fue uno de los más exitosos que marcó a una generación completa.
La Casa del Dictador estaba al norte de la ciudad de Cuernavaca, sobre avenida Emiliano Zapata, y se caracterizaba por su fachada color pistache, en donde resaltaban las letras LCDD.
La clientela en su gran mayoría era local, pero también había presencia de personas de la Ciudad de México y Guadalajara, ya que en esa época Cuernavaca dominaba la vida nocturna y todos querían venir a la ciudad a bailar y divertirse.
El inmueble era una casa antigua estilo victoriano con aspecto lujoso. Originalmente los dueños querían hacer de esa propiedad la competencia directa del hotel y restaurante “Casa de Campo”, ubicada en la calle Mariano Abasolo, en el centro de la capital morelense, pero no se concretó este objetivo.
Entonces abrieron un bar muy pequeño en el jardín de la propiedad para posteriormente usar toda la casa como centro nocturno gay, el cual llevó el nombre de La casa del dictador.
“Este lugar, al igual que todos en Cuernavaca en esa época, era de solo un día y en nuestro caso era el viernes cuando se nos llenaba”, cuenta Luis. La fiesta empezaba desde las 10:00 horas y la fila de quienes pedían ingresar ya era larga: “Generalmente unas 100 personas esperaban afuera”, en su mayoría hombres.
En la entrada de la casa había un guardarropa y algunas mesas, mientras que del lado izquierdo estaba el jardín con mesas tipo periqueras y sillones pequeños. En la esquina una pista de baile donde los asistentes coreaban y bailaban las canciones de moda en esa época.
“De verdad la música era increíble, siempre teníamos lo más nuevo. Por lo general era música en inglés y una que otra en español, pero todas las que tocaba eran de la comunidad, pero no podía tocar más de tres canciones en español, el resto eran en inglés”, narra el exDJ.
Agrega que su entonces jefe lo entrenó durante ocho meses para que lograra entender cuál era el ritmo que la fiesta en La Casa del Dictador debía tener noche a noche.
Luis cuenta que siempre había trabajado en discotecas “buga” (término que usan los miembros de la comunidad LGBTQ+ para referirse a los heterosexuales) pero los años que estuvo en La casa del dictador fue una experiencia única, con un público muy respetuoso y dispuesto a bailar hasta el amanecer.
“Todos los que trabajamos ahí éramos bugas y nunca hubo un problema, siempre disfruté de mi trabajo en ese lugar”, expresa Gogarty.
Recuerda que en el antro no había discriminación y todos los asistentes se sentían ellos mismos en todo momento, lo cual era liberador en general, ya que sólo estaban ahí para bailar, conocer gente y divertirse sanamente.
Los precios en ese entonces seguramente para las nuevas generaciones serán difíciles de creer, pues se cobraba un cover o consumo mínimo de 45 pesos, y este pago inicial incluía dos cervezas.
Actualmente ir a un antro representa por lo menos 200 pesos por persona, además de que los tiempos han cambiado y quedan pocos lugares exclusivos para la comunidad gay, como Baby Queen, en Plan de Ayala o Enigma, en el centro.
La Casa del Dictador cerró sus puertas en el año 2010 y los motivos, según cuenta Luis, fueron diversas discrepancias económicas entre los tres socios que administraban la discoteca. De hecho, uno de ellos decidió abrir su propio antro pero el éxito no fue el mismo.
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