[Nosotras] Nancy Van Overveldt: un ave libertaria

A los 13 años ganó el concurso nacional de pintura juvenil de Holanda y, acabando la guerra, en 1945, entró a la Academia de las Bellas Artes de la Haya

Reicelda Oxilia | El Sol de Cuernavaca

  · jueves 13 de enero de 2022

La obra de Nancy se puede observar en el Museo Morelense de Arte Contemporáneo / Cortesía | Reicelda Oxilia

Después de varios intentos, por cuestiones de pandemia, por fin logramos entrar de nuevo al magnífico Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano (MMAC). Se percibía un inusal helor que invadía a las desoladas paredes, aunque todavía guardaban los cálidos murmullos de la reciente conmemoración de los 100 años del natalicio de Juan Soriano, que Elena Poniatowska y Marek Keller llevaron a cabo. Es verdad, el espíritu de Juan, “el niño de los mil años”, sigue cada día más vivo.

Esa mañana caminamos por los jardines y entre las enormes y entonces solitarias esculturas que nos miraban sorprendidas al escuchar el crujir de la hojarasca a nuestro paso. Tal vez ellas, como nosotros, se preguntaban qué será de la humanidad por este azote mundial de la pandemia.

Después de ver otras dos muy interesantes exhibiciones, entramos a la sala superior donde descubrimos la magnífica obra de la pintora holandesa Nancy Van Overveldt. Desde antes de cruzar el umbral de la galería, ya se percibía la luz que irradiaban sus coloridos cuadros, y al acercarnos pudimos apreciar claramente sus historias, pasiones y vivencias personales a través del tiempo, reflejadas en los retratos, las aves y las bicicletas que aparecían recurrentemente. “Impulsada por el deseo de captar lo maravilloso, me entrego a la pintura”, dice en el folleto.

De repente, escuché la cálida y apacible voz de una hermosa mujer de larga y rubia cabellera hablando de la obra de Nancy. No quise aproximarme para no interrumpir, suponiendo que estaba haciendo un video sobre la exposición, pero en algún momento escuché que era una de las hijas de la autora, Tiahoga Ruge, hablando con profunda admiración sobre cada uno de esos maravillosos cuadros, muchos de ellos de su colección, además de ser la curadora de la exposición. Entonces sí me acerqué para pedirle una cita y me hablara, en detalle, de esos magníficos cuadros que arrojan tanta luz y libertad por todos lados.

Sorteando los días, todavía en pandemia, Tiahoga y yo nos pudimos ver en el museo. Entonces supe que Nancy pintaba a diario, durante ochos horas, llena de pasión, y después agarraba su bicicleta para irse a pasear, ya fuera en Tepoztlán, en la Ciudad de México o en Holanda.

“Como pintora, soy un recipiente de corrientes profundas; siento esas corrientes en colores y formas, por eso necesito pintar. Gozo cada viaje de colores y líneas hacia lo desconocido. Me siento empujada hacia espacios cada vez más y más “, decía Nancy.

Desde niña comenzó a pintar y sus padres apoyaron siempre su talento. A los 13 años ganó el concurso nacional de pintura juvenil de Holanda y, acabando la guerra, en 1945, entró a la Academia de las Bellas Artes de la Haya.

Posteriormente se fue a París para estudiar en la academia de André Lothe, cerca de la estación de Montarpasse, en donde también acudiera Tamara de Lempicka, “la baronesa con pincel”, la pintora polaca que también vivió y murió aquí en Morelos, muy amiga de uno de los reyes del “jetset” de Morelos, Robert Brady, en cuyo museo podemos ver algunas de las obras de esta pintora. En ese momento, la Academia Lothe era una de las más importantes en esos tiempos, en el que Nancy conoció a Picasso y a Kandinsky en París, entre otros pintores, y también conoció al que posteriormente sería su es-poso, Reinhard Ruge, un alemán mexicano que estaba haciendo su doctorado en ingeniería hidráulica en París.

Entre amor y arte, Nancy llega a México a los 21 años con su nuevo esposo. Yo siempre me he preguntado cuál es la verdadera impresión de las personas europeas al descubrir por primera vez estos lares tan nuestros, porque si bien todo en este país es más colorido y “cálido”, lleno de pirámides, tradición, música, tequila e historia, nuestras mentalidades tienden a ser más bien “constreñidas”, en muchos aspectos; ni hablar del exacerbado machismo y de la también extraña forma de percibir y ensuciar a la naturaleza, que en Europa le tienen gran respecto. Porque eso sí, los campos, ríos y jardines europeos parecen hermosas maquetas recién pintadas, hasta en las zonas más rurales, aunado a su espíritu deportista, lo cual le ha permitido llevar a cabo todo tipo de actividades al aire libre desde la más tierna infancia. De ahí que Nancy fuera muy deportista, fuerte y sana, además de ser una persona muy espiritual, pero lo más importante de su vida era la pintura.

Así que Nancy llega con su esposo Reinhard a Tepoztlán, quien había sido invitado conjuntamente con sus alumnos en calidad de ingeniero hidráulico por el presidente Municipal de aquel entonces, don Vicente Campos, ya que Reinhard era el rector de la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura. De esta manera, hicieron el levantamiento del pueblo de Tepoztlán, además de hacer la infraestructura básica del lugar, por aquellos lejanos años cincuenta cuando era un pueblo más pequeño.

Nancy y Reinhard compran una casa de piedra, en lo que hoy se conoce como el Valle de Atongo; lugar de milpas y campesinos. Ese fue su primer encuentro con nuestra naturaleza, de ahí que muchos de sus cuadros “hablen” de las milpas, el pueblo, el paisaje mágico en las noches de luna llena. Hasta pintó un biombo que nos habla de los incendios en la época de secas y el sol, mismo que se puede apreciar en la exposición.

Tiahoga, recuerda haber vivido en la casa del campanario de Plaza San Jacinto, del antes Distrito Federal, y Nancy la llevaba en bicicleta a la escuela, cosa que ruborizaba a Tiahoga, porque era algo totalmente fuera de serie en esos tiempos, el que una mujer anduviera en bicicleta por las calles. De hecho, Nancy se trajo su bicicleta desde Holanda, porque le habían comentado que en México no había bicicletas “para mujeres”. Pensándolo bien, todavía, en muchas rancherías y lugares apartados, el uso de la bicicleta parecería seguir siendo exclusivamente de uso masculino.

Pero Nancy se sabía pintora y, hablando de mentalidades “diferentes”, esto le causaba un gran conflicto, porque Reinhard quería que ella “lo atendiera y se dedicara a él”, pero ella no tenía tiempo ni ganas para eso, solo se dedicaba a pintar, lo que le costó su matrimonio. Lo mismo le sucedió con Valentín Saldaña, su segundo esposo; filósofo y escritor mexicano, con quien tuvo a su segunda hija, Alejandra Saldaña en 1964.

En esa época, y bajo el seudónimo de Dolores Cienfuegos —como antiguamente escribíamos las mujeres para no ser descubiertas— empezó a tejer la urdimbre de su tiempo, a través de una colección de elocuentes cuentos cortos con ilustraciones que ella misma hizo, que narran de manera subrepticia los diez años que vivió con él. En ellos supo reflejar, de manera casi poética, este México machista, este México de las fiestas, este México surrealista visto con cierto humor desde el punto de vista de mujer holandesa que veía todas estas escenas que le parecían divertidas y hasta pasionales, pero que también le eran muy difíciles de asimilar desde el punto emocional, ya que le causaban también, obviamente, mucho dolor. Seguramente se encontrará en la biblioteca del MMCA, uno de esos cuadernos llenos de vivencias, para poder también deleitarnos con su escritura.

“Tienes que cumplir”, me dijo Federico, “eres mi mujer”. Tenemos que ser muy amables con Luis y no hay que despreciarle sus fiestas”. Federico me explicó que Luis era cercano suyo y que, además, iba a alcanzar una posición política muy importante. “No nos podemos desligar. Por favor sé muy cordial con él y con María, su mujer. Dile algo amable, dile que te gusta su casa o su vestido o lo que sea. Hay que ser “amables”.

Nancy llegó a exponer en Bellas Artes en 1966, con gran éxito, como parte de la Academia de Artes de México. Matías Goritz, el escultor, poeta, historiador del arte, arquitecto y pintor mexicano de origen alemán, fue su maestro y mentor, y quien la introdujo al mundo artístico de México; el que, conjuntamente con Luis Barragán, diseñaron las enormes y emblemáticas torres de Satélite. En ese ámbito cultural, Nancy conoció a Ángela Gurría, la escultora mexicana, primer mujer en convertirse en miembro de la Academia de Artes de México en 1973, a quien Nancy le hizo un retrato, que también puede apreciarse en la exposición; una de sus monumentales esculturas más conocidas, “Señales”, fue la que creó para los Juegos Olímpicos de México en 1968; mide 18 metros de altura y fue colocada en la primera estación de la Ruta de la Amistad. Nancy y Ángela fueron íntimas amigas hasta el último día de la vida de Nancy. Una pintora-escritora y otra escultora, luchando con todo en pos de sus pasiones.

Cuando Nancy vivía en Tepoztlán, Dr. Atl llegaba a su casa y lo acompañaba a la montaña a pintar y a dibujar. También veía con frecuencia a Diego Rivera, pero todo esto causaba muchísimos celos también en Valentín, que tampoco pudo soportar que fuera exitosa, al grado de destruir uno de sus cuadros. Ese fue el final de esa relación. No sólo no la comprendía, sino que se atrevió a destruir su obra y Nancy, se buscó otro lugar donde pudiera vivir y seguir pintando. Al morir Valentín, regresa a Holanda con su pequeña hija Alejandra y, aunque ahí abrió su nuevo estudio, siempre regresó a México, por lo menos dos o tres meses, como Miembro del Salón de la Plástica Mexicana.

«Me quería divorciar de Federico, pues su consumo de alcohol aumentaba día con día. Había yo hablado con un abogado joven sobre mi problema, pero éste no parecía entender bien mis dificultades».

La fascinante vida de Nancy se puede “leer” a través de esta luminosa exposición llena de aves y bicicletas; el vehículo desde donde estudiaba la luz, a las personas, los paisajes. Nada de esto hubiera sido posible sin esas dos ruedas siempre ambulantes, porque su pintura estuvo siempre relacionada con la actividad física y las fuerzas de la naturaleza, jugando un papel fundamental para su creación, o simplemente caminando bajo la lluvia, o remando en Michoacán, que tanto le gustaba. Por eso no sorprende que este lenguaje plástico esté colmado de vivencias, con algunos claro oscuros, sí, pero prevalece la fuerza de una mujer que a lo largo de los años vivió en México y Holanda, y que siguió produciendo obra en México, dedicándose a la pintura ante todo, porque nunca dejó de hacerlo hasta el último día de su vida.

Gracias a Tiahoga Ruge, porque a través de tus relatos es que también pude apreciar a esta gran artista a través de la piel. A Nancy, la mujer que pisó suelo morelense, llenándonos de enorme orgullo por su espíritu libertario.


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