[Ocio] La chilena que ama a Cuernavaca

Una entrañable huésped de la ciudad a la que llamó albergue de su vida

  · sábado 8 de enero de 2022

En 1974, la poeta llegó a México para posteriormente asentarse en la Ciudad de la Eterna Primavera /FOTOS: ARCHIVO OEM

La escritora chilena Eliana Albala Levy (Temuco, 1929), doctora en literatura, llegó a México en 1974, al año siguiente del derrocamiento de Salvador Allende. Asentada en Cuernavaca, se ha dedicado a la docencia y a cultivar diversos géneros literarios: poesía, ensayo, novela y cuento. Ha recibido diversos premios por su obra y variados reconocimientos. Sus publicaciones han visto la luz en libros y en numerosas revistas y periódicos de México, de Latinoamérica y de Estados Unidos. Extrañamos mucho a Eliana porque en 2018 regresó a vivir a Chile. Leamos este poema suyo titulado “Cuernavaca doblada en los espejos del aire”, ganador de los Juegos Florales de 1984 en esta ciudad:


Cuernavaca, puente que vuela en la espesura

aferrado al vacío

repitiendo, copiándote el reflejo

de tus jardines amarillos,

morados,

fucsia-naranjas

agresivos de espinas

o ascendentes y rojos como llamas

que tocan las vibraciones de la historia

reptando las paredes.

Mientras tanto, doblada en los espejos del aire,


Cuernavaca,

te extiendes boca abajo

de bruces contra el sur

para alcanzar el mar

que está tan lejos.


Cuernavaca, camino de las geografías,

yendo y viniendo por las encrucijadas del planeta

distante

en la distancia del espacio-tiempo.

Llena de mundo

desde los fundadores de Cuaunáhuac.

Llena del sol y el agua del descanso

nada tienes que reclamarle

al frío del invierno.


Cuernavaca de los días cálidos,

de los vestidos descubiertos,

de las casas gozosas

que esperan fieles en los prados.


Cuernavaca de los artistas que dibujan

tu luz,

poetas de las cosas bellas

poniendo orquídeas en tus árboles.

Aquí se sientan contra el sol

para estar a tu espalda:

multiplicada huella de quebradas, calcándote

a ti misma, matemática.


Mural abierto al mundo,

mirándolo

pero sin descubrir tu cara,

sin concedernos todavía la inagotable efigie paralela

que escondes boca abajo

hacia el mar

como buscándolo,

como yéndote,

como dándote a él desde la altura

mientras saludas

—repitiéndote, saliéndote de ti—

muchedumbres de afuera

que se miran en ti desde muy lejos,

con los pies en la arena.


Cuernavaca, que existes florecida

de gente

desde hace treinta siglos.

Tus mesetas se cortan

por cañadas tan hondas

como el goce escondido

de aquellos que tallaron la obsidiana,

como el orgullo sordo de los que en Teopanzolco

edificaron la "Pirámide de los Templos Gemelos",

hermana del gran templo de Tenochtitlán.


Teopanzolco, santuario de la fecundidad y de la

/guerra.

Teopanzolco, santuario de la lluvia

que germina en los montes.


Teopanzolco, santuario de los vientos

para que el polen de la historia se reparta

y no muera.


Cuernavaca, albergue de mi vida.

Yo también soy de lejos.

Y es necesario que levantes tu hundido rostro

y me lo acerques

para hablarte al oído.


Es preciso que pongas el oído

y el alma

que te regalo aladamente

para que puedas escucharme

desde ese cuerpo tuyo esbelto y alargado

que te repite prolongándose

reflejado en el aire

porque serás —llena de pájaros sonoros—

la otra cara del diálogo.


Cuernavaca, estoy sola,

pero esta oda te envuelve en mis palabras.

Dentro de ti, mi compañero

ha muerto

inolvidable

para siempre en tus brazos.

Y te quedaste en él,

(y en mí —que soy el eco

que aún respira su historia—)

primaveral, geográfica, dilecta, multiplicadamente

/viva

para siempre

en su muerte.


Con una fecha irreversible, incuestionable,

para siempre

en su lápida.