En el año 2010, en la ciudad de Cuernavaca abrió sus puertas Spring Bowl, un espacio que es recordado por los grandes torneos locales y nacionales de boliche que ahí se organizaban y, en especial, porque era un lugar de convivencia cien por ciento familiar.
Spring Bowl se encontraba en la parte norte de Cuernavaca, en la avenida Domingo Diez, colonia San Cristóbal. Uno de los clientes asiduos de ese lugar era Mario Paredes Rosales, quien recuerda que en el establecimiento además de poder jugar boliche, los visitantes disfrutaban de una sección de maquinitas con videojuegos y una más de snacks.
En el local había una boutique en la que se adquiría ropa, zapatos e incluso bolas de boliche: “Recuerdo que los días miércoles y jueves se llenaban de gente que iba a jugar torneos o en la liga de Cuernavaca. Había un día donde todo era neón y apagaban las luces y veías todo fluorescente mientras jugabas”, narró Paredes.
Por su parte, Daniel Castillo, otro de los fieles clientes que tuvo Spring Bowl, comentó que sin duda este era un lugar de ambiente familiar: “Se organizaban torneos a lo largo del año, duraban cinco o seis semanas y eran básicamente los jueves y viernes. Las empresas también organizaban sus torneos, ya sea interno o interempresariales”.
También recuerda que en este boliche la música que ahí se escuchaba era muy agradable, aunque el volumen era bajo para que se permitiera a los jugadores concentrarse y disfrutar del momento.
“Yo creo que el hecho de que no tenían competencia los hizo que perdieran las ganas de innovar y de darle mantenimiento a las instalaciones, al grado de que las bolas y zapatos que rentaban estaban muy deteriorados”, expresó con respecto a sus últimos años que permaneció en funcionamiento el establecimiento.
Él participó en los torneos junto con su esposa y su padre. En total eran 10 personas los que conformaban su equipo, de hecho, recuerda que contaban con uniformes y sus propias bolas.
“El ambiente era muy agradable, familiar, la música de fondo adecuada. Mientras se realizaba el torneo cenábamos las hamburguesas con papas fritas que no podían faltar y tampoco los refrescos. Era una actividad que esperábamos con gusto y la convivencia era divertida”.
A la mente le vienen aquellos días en que sus hijos aprendieron, a la edad de tres y cuatro años, a jugar boliche en Spring Bowl, e incluso llegaron a celebrarles sus fiestas de cumpleaños ahí.
También comenta que el establecimiento contaba con una zona de mesas de billar, por lo que se volvió el preferido de jóvenes y adultos: “Fue grato compartir con ellos un espacio que anteriormente yo compartí con mi papá, mi tía y amistades”.
Carlos Ramírez, quien solía acudir con su esposa y amigos, cuenta que en el tablero en vez de poner sus nombres utilizaban apodos, pasando grandes veladas amenas de diversión y entretenimiento.