Hace 58 años, Concepción Mora empezó a escribir una historia. Como las grandes historias, lo que contaba aquel primer capítulo distaba mucho de lo que ocurriría cinco décadas después. En aquel entonces, Doña Conchita, que llegó a ser madre de 12 hijos, se instalaba todos los días en la calle Ingeniero Mongoy, en el Centro Histórico de Cuautla, para vender picaditas, dobladitas, gorditas de manteca, los típicos sopes mexicanos. Sus principales clientes eran los niños que estudiaban en la primaria Narciso Mendoza. Su hijo, Félix Estudillo lo recuerda claramente.
“Casi la mayoría de niños que iban a la escuela pasaban a comer ahí y la historia es que muchas veces mi mamá les fiaba a esos niños, y ellos le venían a pagar después, muy puntuales por aquel entonces”, recuerda Félix.
Félix tiene 73 años de edad y nos recibe en el negocio junto a sus hermanos Aracely y Javier. Como todos los días, los tres reciben a cada cliente con una sonrisa en el rostro. La sonrisa es, acaso, una de las mayores herencias de sus padres, de quienes aprendieron a tratar a los clientes como debe ser: de forma entusiasta y amable, sabiendo que sin ellos el éxito no sería posible.
“El principal ejemplo que nos dieron es ser felices nosotros y hacer felices a los demás. Somos felices al convivir con todas las personas. Nos da gusto que vengan, los atendemos con esmero y cariño, y ya que esto es un negocio familiar nos da mucho placer hacerlo así”, agrega Félix.
Con el tiempo, los hermanos Estudillo han recibido en el negocio, que hoy se especializa en la tradicional pancita, a aquellos niños clientes de su madre, convertidos en padres y algunos en abuelos.
“Ahora tenemos el privilegio de que traen a sus hijos y nietos a comer aquí al negocio y se acuerdan de nosotros. Vienen y nos dicen ‘tu mamá nos fiaba y por eso venimos acá, ahora son mis hijos quienes buscan la rica pancita’”, afirma Félix.
El amigo Tomás
Dicen que Tomás Estudillo era un buen amigo y que siempre se le veía contento. De él, Félix Estudillo, su hijo, aprendió que la pancita debe prepararse estando de buenas, porque si estás de mal humor las cosas no resultarán.
“Es la mano. Que lo hagas con mucho amor también, porque si estás de mal humor no te salen bien las cosas. Hay que estar de buenas para que todo salga bien. Todo lo aprendí de mis padres. Mi papá siempre estaba de buenas, le daba gusto hacer las cosas”, narra Javier.
Javier tiene 61 años y es quien se encarga de preparar la carne para la pancita. De joven, Javier pudo haber elegido otro camino, pero, cuando su padre murió, la vida le dio una lección de responsabilidad:
“Yo llegaba a lavar la carne y la sacaba. Cuando mi papá murió, me senté en la cama y me pregunte quién sacaría la carne, y pensé que, si quería que el negocio siguiera adelante, tendría que hacerlo yo. Fue así como dejé de tomar y me quedé en el negocio, haciendo lo que él me enseñó”.
Con los años, Javier es el que más tiempo le ha dedicado al negocio de los hermanos Estudillo. Pero, en la práctica, todos han sabido preservar la tradición familiar desde las posibilidades que han tenido.
“Yo sólo llego a apoyarlos, como hasta la fecha, que convivo con mis hermanos, atiendo a la gente, me da gusto”, dice Félix.
La pandemia, un reto superado en familia
Cuando llegó la pandemia, “El amigo Tomás” tuvo que cerrar sus puertas por un mes. Durante ese tiempo, los hermanos Estudillo permanecieron unidos. Afortunadamente, cada uno de ellos contaba con una fuente alterna de egresos, lo que hizo que superar el periodo más crítico, el de las restricciones totales por parte de las autoridades.
“Estuvo cerrado una temporada, aproximadamente un mes, y a veces la gente se desorienta un poco. Muchos negocios pasaron por estos momentos. Al reabrir las puertas, la gente nos hizo el favor de seguir con nosotros y mantener la preferencia hacia nuestra comida. Les gusta la sazón, el sabor, todo, así que todos nos esperamos para que los clientes sigan viniendo”, dice Félix.
Mientras que para otros negocios de comida la clave para sobrevivir a la contingencia sanitaria fue implementar el servicio a domicilio, en “El amigo Tomás” las cosas no fueron así, y no porque los hermanos no quisieran, sino porque, sencillamente, no contaban con el personal para hacerlo.
“Sólo les llevamos a domicilio a quienes están cerca, pero más lejos no podemos, no hay personal para hacerlo”, agrega Félix.
Como muchos, este negocio subsiste hoy sí por la sazón de una pancita que se prepara con mucha paciencia, pero también por cuidar que los comensales se sientan seguros de acudir a un sitio higiénico.
“Tratamos de tener gel en la entrada, limpiar las mesas, mantener limpios los espacios. Tratamos de tener mucha higiene para que la gente no se enferme, porque tanto ellos como nosotros podemos contagiarnos, así que procuramos las medidas sanitarias”.
De padres a hijos
Concepción Mora y Tomás Estudillo tuvieron 12 hijos y fueron dos padres felices con el trabajo que les permitió sacar adelante a la familia. Más de medio siglo después de que aquella madre empezara a ganarse la vida vendiendo sopes en el Centro Histórico, sus hijos viven cada día con la intención de hacerlos sentir orgullosos. A su modo, saben que si ellos vieran lo que han construido con los cimientos que dejaron, se sentirían contentos.
“Se sentirían muy a gusto, muy contentos, porque a ellos les daba gusto que entrara la gente y les gustara la sazón. Se trata de hacer feliz a la gente dándole buena atención, y más que nada es eso, es muy importante para el negocio. Ellos nos inculcaron esas cosas y nosotros seguimos aprendiendo. Lo bueno hay que conservarlo; lo malo, hay que desecharlo”, es la reflexión de Félix Estudillo.
Y Javier agrega: “Siempre podemos tropezar, pero hay que saberse levantar y seguir adelante. Todos tropezamos, pero si nos quedamos ahí no va a pasar nada. Dios es muy grande, para que sigamos adelante ante cualquier situación”.
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