Tenía diez años cuando el Popocatépetl la obligó a abandonar su casa junto a su familia. La memoria de Josefina Cazales, habitante de Tetela del Volcán, retiene el recuerdo de la evacuación del año 2000 como una reliquia de la niñez, una cicatriz que se desvaneció con el tiempo, pero que no se curó del todo. Dos décadas después, Josefina vive de nuevo bajo la sombra de aquel recuerdo, sabiendo que podría volver a experimentarlo.
"Yo lo viví y al principio sí me dio miedo", confiesa Josefina en uno de los puntos más altos del pueblo, a 18 kilómetros del volcán, donde, junto a otras mujeres de su edad, trabaja en la cocina del hotel Xantico Palace.
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En la mitología náhuatl, Xantico era la diosa de los volcanes, los hornos y el fuego del hogar, una divinidad apropiada para resguardar a quienes aprendieron a vivir cerca de la montaña humeante. En la entrada principal del hotel Xantico Palace, una escultura de la diosa recibe a los visitantes dándole la espalda al coloso.
Es lunes y el cielo está nublado. Ahora mismo el volcán no se deja ver, pero anoche, cuando la lluvia deshizo las nubes que lo cubrían, mantuvo en vela a las madres de familia. Josefina despertó a Suri, su hija, y le mostró el volcán en el momento en que el material incandescente, "la lumbre", como ella lo llama, se deslizaba en las laderas.
"Le dije que no se espante, que es algo de la naturaleza y que sí puede llegar a haber una erupción, pero que no es peligroso", repite, como si se lo repitiera ella misma para darse valor.
Suri tiene la misma edad que ella cuando fue evacuada. En aquel diciembre, más de tres mil 500 personas de Tetela del Volcán y Ocuituco fueron ubicadas en los albergues que se habilitaron en Cuernavaca, Jiutepec y Temixco. La familia de Josefina fue asignada a Cuernavaca y permaneció ahí durante una semana, hasta que el panorama se tranquilizó.
"Hubo carros del gobierno que nos estuvieron evacuando, pero también hubo gente que se quedó", recuerda.
El recuerdo de los más grandes
En los pueblos morelenses cercanos al volcán no todos los testimonios son idénticos. En Hueyapan, Héctor Huertas comparte la experiencia de vivir bajo la sombra de Don Goyo, pero su relación con el volcán tiene raíces aún más profundas, en las historias que su abuelo Narciso le contaba, originadas tiempo antes de que existiera la televisión y la radio, cuando la gente se refería a la caída de ceniza con el vocablo náhuatl xalquiuhitl y muchos ignoraban de dónde venía la lluvia de arena, aunque el temor siempre estuvo presente:
"Los abuelitos sabían que había xalquiuhitl, que es lluvia de arena, pero no sabían de dónde venía, y rugía y temblaba, pero entonces no había carros ni nada, la gente iba caminando a todas partes, regresaban, platicaban con sus hijos, y decían vamos a comer a lo mejor por última vez, porque no sabemos al rato o mañana qué es lo que va a pasar, si vamos a estar o ya no", narra el anciano, con su sudadera que dice New York y su sombrero de palma.
En la segunda década del siglo XX, a partir de 1912, el volcán Popocatépetl tuvo otro de sus periodos de mayor actividad, con explosiones en el cráter y emisiones de ceniza y piedra pómez. En una época que, comparada con la actual, parecería prehistórica, los habitantes de los pueblos cercanos poco sabían acerca del peligroso vecino. No sabían que medía más de cinco mil metros de altura. Ignoraban que las emisiones de ceniza son, de hecho, un buen signo, porque significa que los domos del cráter se están destruyendo. Ante el xalquiuhitl, los hombres salían al campo ataviado con calzones de manta y sombreros grandes, y trabajaban con la incertidumbre de una criatura indefensa.
"A cada rato vaciaban sus sombreros, por tanta arenilla, eso era lo que nos platicaban los abuelos", cuenta Héctor.
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