Liliana, Gerardo, Rodrigo, Andrés y Sandra podrían decir palabras tristes, pero no las dicen. Hace casi un año, el mundo se paralizó para ellos. Bailarines, bailarinas, la covid-19 fue dando lugar a una serie de sucesos que finalmente los llevaron a cerrar las puertas del número nueve de la calle Matamoros, en el Centro Histórico de Cuautla: Casa de arte, un espacio donde antes se danzaba un día tras otro, y donde hoy, en cambio, el silencio abre paso a la reflexión.
“Lo extrañamos. Creo que estamos transitando a formas de ver cómo vamos a hacerle, porque imagínese, ¿cómo convocas ahorita a un niño, a un adulto mayor a bailar? Es doloroso y fuerte pensarlo, pero estamos dejando que las cosas fluyan, que tomen su camino”, dice Liliana Abúndez, codirectora y fundadora de “Malitzi, arte escénico”, una compañía de danza con 15 años de trayectoria, y acaso la más longeva de la ciudad.
Casa de arte es una antigua casona de adobe ubicada a espaldas y unos metros del palacio municipal. La bienvenida te la da una lámpara móvil hecha con tres botellas recicladas, desde las que pende un trozo de madera con letras de colores, y un recordatorio de que el tiempo no pasa en vano: la pintura en las paredes del pasillo ha ido desprendiéndose del adobe, dejando al desnudo tierra y piedras que han pasado aquí más tiempo que cualquiera de nosotros.
Malitzi, arte escénico
La historia de Malitzi se remonta al año 2000, cuando la necesidad de contar con un espacio para la creatividad en Cuautla llevó a Liliana a abrir las puertas de “Malitzi, un lugar para enseñarte”, en aquel entonces ubicado a unos metros de la zona donde se aglutinan las centrales de autobuses del municipio, a orillas del Centro Histórico. En aquella época, en que el teatro “Narciso Mendoza” tenía las puertas cerradas, Malitzi se convirtió en uno de los principales centros culturales de la región, especialmente para las artes escénicas, pero siempre multidisciplinario.
“Fue un lugar importante para la localidad, porque todos los creadores, y sobre todo los escénicos, recurrieron a ese foro. Era muy vivo”, recuerda.
En 2006, el centro cultural cerró las puertas de aquellas instalaciones y experimentó una transformación: sus fundadores se avocaron a la danza contemporánea y fundaron la compañía actual, trasladando la sede a la antigua casa de la familia, la que tiempo atrás habitó Marcelina Benítez, precursora del ballet folclórico en Cuautla y figura irrenunciable para su familia y mucha gente: a través de las décadas que le ha tocado vivir, Marcelina Benítez ha inspirado a otros jóvenes que, siguiendo sus pasos, encontraron en la danza una forma de vida.
“En nuestro caso tenemos esa posibilidad de mirar hacia atrás y reconocer ese camino trazado por nuestra familia, aunque al principio era algo que yo negaba mucho, yo sí decía ‘esto no me gusta”, cuenta Rodrigo de la Cruz, sobrino de Liliana, nieto de Marcelina.
Rodrigo, Andrés y Gerardo
Rodrigo, Andrés y Gerardo ingresaron a la compañía siendo adolescentes y por razones distintas: mientras que Rodrigo renegó de la danza incontables veces antes de finalmente sentir “el llamado”, para Gerardo y Andrés fue una atracción a la que no dudaron en decir que sí.
“Fue una necesidad personal: yo estaba en contacto con el lugar, yo veía, yo pasaba, se me antojaba. Había algo dentro de mí que quería salir, así que me acerqué y comenzamos con este arte del cuerpo, que antes no era tal cual la danza contemporánea, pero sí un acercamiento al cuerpo desde el lado físico y el movimiento, y me di cuenta a esa edad que tenía esta pasión para desarrollar, y con ese ímpetu seguir explorando”, recuerda Gerardo Sánchez, primero de Rodrigo y Andrés, que años después terminó por profesionalizarse en la danza y hoy, además de ser maestro, colabora en otros colectivos.
“Es como si tomara un vaso de agua que me da vida. Lo mismo pasa con Malitzi en su amplia variedad de manifestaciones: me hace estar vivo, pleno, no caer en vicios. Me mantiene en un estado de alerta y consciente también”, dice, por su parte, Andrés de la Cruz.
Al igual que Gerardo, los hermanos De la Cruz han hecho de la danza una profesión, pero la pasión y el sueño de elevar a Malitzi hasta lo más alto los ha llevado a asumir una gran variedad de funciones: desde tramoyistas hasta community managers. Entre una función y otra, han hecho alianzas con otros jóvenes que han hecho de Malitzi su propia familia, y de la danza un punto de encuentro y desahogo. Como Jesús Estrella, a quien se le podría considerar el fotógrafo oficial de la compañía, pero cuyo interés en el grupo surgió desde cada una de las sillas del público que llegó a ocupar.
“Él empezó como un espectador de Malitzi. Era alguien que iba a los eventos cuando era centro cultural, y después dijo ‘me gusta la fotografía’; empezó a hacerlas y a involucrarse con nosotros, y ahorita tiene una visión mas de atrás del grupo y se ve en su trabajo, transmite eso y le da un realce”, explica Andrés.
Bailar en medio de la pandemia
Cada año, desde 2007, “Malitzi, arte escénico” organiza y lleva a cabo el Encuentro de danza, un espectáculo que reúne no sólo los trabajos desarrollados por la compañía, sino que invita a grupos de otras regiones para exponer al público cuautlense sus mejores trabajos. No había habido un solo año en que este evento fallara, hasta que llegó la pandemia y, con ella, uno de las etapas más difíciles en la vida de esta familia.
“A mí me ha sido muy complicado seguir empujando dentro de esta formación virtual. Como maestro, me cuesta mucho trabajo llegar a los objetivos desde un espacio así, y a lo mejor es una cuestión de resistencia mental, que tal vez tenga que trascender, porque finalmente estamos en esto”, reconoce Gerardo.
Pero ningún integrante de Malitzi se suelta en palabras tristes. En cambio, prefieren ver este escenario con una mirada optimista, nuevas oportunidades y un momento para revalorar todo lo que les rodea:
“Es un trabajo hacia la profundidad interior y a partir de ahí generar hacia los demás, porque ya no nos vemos, sólo vemos la mitad de nuestras caras. Entonces imagino el resto de tu cara, pero se puede ir más allá de los ojos. Es un trabajo que puede que le llames de fineza. Yo considero que es más de profundidad”, sostiene Sandra Abúndez, madre de Rodrigo y Andrés.
Sandra tiene la costumbre de salir todas las mañanas a caminar por el río Cuautla. Esta mañana se ha sorprendido escuchando cada sonido producido por el choque de viento con las ramas de los árboles, las voces de las personas que ha encontrado en el camino, el ruido de la ciudad que no descansa. Una labor minimalista donde la danza aparece esta vez no en un escenario elaborado para una presentación especial, sino en todos los movimientos del cuerpo:
“Incluso cambiar de posición la cabeza, subir una escalera, girar muy rápido, sentarte al piso, levantarte: todo eso son pequeñas metáforas del movimiento de la vida”.