En la ofrenda de muertos de la familia Ramírez Villanueva de Cocoyoc, este año habrá dos luces más. Dos de sus miembros se adelantaron en el camino en este segundo año de la pandemia: Irene y don Gilberto.
Don Gilberto Ramírez Vázquez era el jefe de la familia que formó hace 72 años con su esposa doña Ramona Villanueva Flores; Irene era la segunda hija que nació del matrimonio que procreó siete hijos. Ambos fallecieron este año.
Apenas en febrero pasado, víctima del Covid-19, ¡otra vez el Covid!, perdió la batalla Irene, la segunda de siete hermanos, postrada al interior de su hogar en la Ciudad de México. Su muerte fue acelerada, tenía poco que había ido a visitar a sus padres en Morelos. Lo hacía de manera cotidiana, pero la última vez que lo hizo, nadie imaginaba que sería su despedida.
Sus cuatro hermanos que aún sobreviven y sus padres se enteraron que estaba enferma, pero no pasaron más de tres días para recibir la mala noticia de su deceso.
"Se fue rápido, le faltaba la respiración y murió por esta maldita enfermedad”, comentó su cansada madre de 88 años, quien tan sólo dos meses después recibiría un segundo golpe igual de duro con la muerte de su esposo.
De él dice su hijo Abelardo, su partida se debió a complicaciones propias de su edad, pues a sus 89 años se encontraba postrado en una silla de ruedas desde tiempo atrás.
El destino y la vida parecen ensañarse con esta familia que es muy reconocida en el pueblo de Cocoyoc por la lucha social que ha emprendido don Gilberto y su esposa en favor de las necesidades de su comunidad, dos de ellas son la creación de un panteón hace algunos años, y la otra, una escuela de nivel medio superior, el CBTA 193, el cual se echó a funcionar a partir del 2008, pero a la fecha sigue pendiente su construcción, pese a contar ya con un terreno de 20 mil metros cuadrados que compraron y donaron las autoridades del municipio de Yautepec.
Sin embargo, la vida a don Gil no le alcanzó para ver culminado ese sueño que fue pensado en favor de los jóvenes estudiantes para tener su propia escuela y evitar los largos desplazamientos a otras comunidades.
Encabezó ese mismo año el Patronato Pro Construcción de la escuela, la cual fue aceptada primero como una extensión del CBTA de Tlalnepantla de la misma zona de Morelos con ayuda del director del plantel.
Su casa, la cual construyó él mismo siendo maestro de obras al poco tiempo de haber unido su vida con la de doña Eva, luce un tanto desolada porque falta el pilar de ese hogar donde la hoy viuda vive con una de sus hijas y nietos que la atienden. En ese lugar también acondicionó las oficinas del citado patronato.
En el patio se destacan varios árboles frutales, como un tamarindo, mango petacón, chico zapote, palmeras, pimiento, entre otras especies, donde bajo la sombra luce vacía todavía la silla tipo mecedora que era su favorita para descansar.
Justo a un costado se pondrá la gran ofrenda familiar, como cada año, en la que se recuerdan a 30 difuntos de la familia; hoy serán dos más, y es su hijo Abelardo quien informa que se rendirán todos los honores a su padre y hermana recién fallecidos, como lo marca esta tradición ancestral muy mexicana con los alimentos que degustaban en vida, como el tradicional mole, entre otros.
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