Entierros prehispánicos: un viaje de costumbres hacia la vida después de la muerte

Alrededor de este acontecimiento se desplegaban diferentes y elaborados ritos debido a la importancia del suceso

Susana Paredes

  · sábado 27 de octubre de 2018

Los entierros prehispánicos eran una tradición que ayudaba a los muertos a llegar a los reinos / Fotos: Froylán Trujillo

Al acercarse, el día de muertos es el mejor momento para recordar las tradiciones funerarias y la concepción de la muerte que tenemos en el país, si bien varía de acuerdo a las religiones, no se puede negar que provienen de los principales pueblos prehispánicos, ya sea desde lo auténtico de nuestros entierros hasta los diferentes elementos que se ponen en cada una de las ofrendas.

En la época de los mexicas, los entierros eran diferentes de acuerdo con la clase social y la muerte que tuvieran, asimismo, iban acompañados de ofrendas con lo más indispensable para ellos en vida, algo que no cambió en la actualidad.

De acuerdo con la antropóloga física del Centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) Morelos, Isabel Garza Gómez, los entierros variaban ya sea que fuera un gobernante, un guerrero, una mujer que perdía la vida en el parto (lo cual consideraban igual de importante que morir en una pelea luchando por el pueblo), un infante o un poblador común y corriente.

En la época prehispánica, la muerte, al igual que ahora, era algo importante, y por ello alrededor de este acontecimiento se desarrollaban un conjunto de elaborados ritos. Durante la existencia de este pueblo mesoamericano se decía que había varios reinos de los muertos, donde dependía la manera en que morían, el reino que les correspondía ir.

Explicó que antes de la llegada de los españoles, no existía el concepto de infierno, cielo y purgatorio, pues los conceptos eran acordes a la forma en que fallecían y esto estaba a su vez, determinado por los Dioses, por ejemplo: en el reino “Chichihuacalco” se encontraba un árbol nodriza enorme con ramas que colgaban y salía leche materna, alimentando a los recién nacidos que no hubieran probado un alimento sólido, éste era su destino final.

Asimismo, había otro lugar de los muertos que era el “Reino del Sol”, aquí se dirigían quienes morían en la guerra pero solamente los que fenecían peleando, si un guerrero moría de otra manera no iba al reino del sol, a donde partían también las mujeres que morían durante su primer parto, al considerarse que fallecían sosteniendo una lucha igual que los guerreros.

Detalló que la historia de los mexicas cuenta que los caballeros aguilas y aztecas que habían muerto en la guerra acompañaban al sol desde que salía hasta la mitad del mediodía y ahí estaban esperando las mujeres que perdían la vida en el primer parto, que ya habían sido honradas como guerreras, llamadas Cihuateteo, ellas acompañaban al sol hasta el ocaso, al llegar a este punto el sol bajaba al inframundo de Mictlantecuhtli y al día siguiente volvía a renacer.

Se consideraba que había que hacerles muchos sacrificios para que el sol no se quedara y ya no fuera a salir porque obviamente si no hay sol, no hay vida.

Las leyendas decían que todos los dioses habían muerto sosteniendo una verdadera odisea pero al morir se habían transformado en requerimientos indispensables para el hombre tales como: el agua, el aire, los alimentos, e incluso el mismo hombre, por lo que una forma de retribuir ese ejercicio de los dioses era ofreciéndoles sangre, destacó.

De igual modo, había otro reino de los muertos que era el del dios Tláloc. A este lugar iban los que morían por un rayo, ahogados, por enfermedades infecciosas o que tenían problemas severos musculoesqueléticos que les impedían una movilización adecuada, y también aquellos que tenían en su piel urticaria de gran tamaño, padecimiento que en aquel tiempo no había sido diagnosticado, pero que hoy en día podría considerarse un tipo de sífilis, quienes eran venerados por la población por ser los elegidos de este dios del agua.

Por último, estaba el Reino de los Muertos “Mictlán”, donde gobernaba Mictlantecuhtli, dios de la muerte. Aquí se le conocía como la morada de la gran mayoría de los humanos fallecidos, que morían de forma natural. Primero se amordazaba el cadáver, y daban paso a los rezos y entonaban canciones, además de largas y emotivas despedidas; si era un gobernante, el entierro duraba cuatro días y previo al entierro le hacían una velada para que fueran los monarcas de los reinos cercanos, en este caso tenían una mayor cantidad de ofrendas.

La antropóloga indicó que este tipo de altares se colocaba para todos los que morían dependiendo de la edad, sexo y la clase social, con la diferencia de que, para los gobernantes, se decía, que igualmente mataban a personas que les servían porque el viaje a “Mictlán” duraba cuatro años y durante ese recorrido, además las ánimas necesitaban sus alimentos, y había que estarles haciendo ofrendas a Mictlantecuhtli.

Refirió que no existía la cremación porque no alcanza el nivel del fuego, sin embargo, a quienes iban con Tláloc los enterraban completos al ser una ofrenda directa, quien además de ser el dios del agua, era de la tierra y la naturaleza. A los niños pequeños los enterraban para que llegarán a su lugar de origen, mientras que a los guerreros que morían en batalla, su cadáver se quedaba en el campo donde les hacían algún rito, sin embargo, se traían alguna parte de ellos para que llegando a Tenochtitlán se efectuará una gran ceremonia, un bulto funerario que representaba al difunto donde la viuda salía vestida de negro, quienes duraban mucho tiempo sin bañarse en señal de duelo, había cantos, y se contaba con la presencia de varios sacerdotes.

En cuanto al lugar de los entierros se diferenciaba de la misma manera, a una persona rica la enterraban cerca del Palacio, al ser su deber cuidar a toda la población, y a las personas de clase baja debajo de los pisos de sus casas porque pensaban que una parte del difunto se quedaba en ese sitio para cuidar a su familia.

Garza Gómez aseveró que los mexicas no tenían el concepto de cementerios como el que se tiene hoy en día, ya que los sepultaban en un lugar denominado cistas (monumento megalítico funerario individual de pequeñas dimensiones), en petates, y en ollas. Sin embargo, si se suscitaba algún padecimiento que mermara a la población hacían un entierro simultáneo o colectivo y hasta había fosas. Cuando enterraban a sus seres queridos se acostumbraba hacerlo junto con huesos de algún familiar o gente cercana poniéndoselos como ofrenda.

Como se había mencionado antes las ofrendas eran colocadas donde los enterraban cumpliendo muchas funciones. Primero, para venerar a los dioses y segundo para acompañar a las ánimas en su largo recorrido, siendo el viaje más largo a “Mictlán”.

Desde ese tiempo había festividades de muertos, una para los niños y otra de los adultos, a diferencia de ahora, la celebración duraba 20 días, es decir un mes mexica, acostumbraban empezar los preparativos para el siguiente mes que se festejaba a los muertos adultos; cortaban un gran tronco y lo colocaban durante el mes de los santos niños para ponerle ofrendas mostrando su afecto a los pequeños, luego a la llegada de la fiesta de los adultos, se ponía un palo en posición erecta y tenía hasta arriba una serie de papeles que significaban que el hombre no se podía deshacer de sus prejuicios y lo que lo ataba al mundo hasta que fallecía.

No obstante, algo que siempre estuvo presente fue la flor de cempasúchil, la cual, al nacer de forma natural en los campos durante estos meses, se acerca tanto con la muerte, sin embargo, en lugar de pan, eran tortillas y en lugar de calaveritas de azúcar se endulzaban los alimentos con miel.

Los entierros prehispánicos contaban con toda una preparación y tradición detrás al tener como objetivo que los familiares que se adelantaron pudieran llegar a los reinos como su destino final para descansar en paz y poder continuar con su labor después de la muerte; era un proceso largo pero cada detalle era importante y no sé podía olvidar.

En el presente tenemos parte de estas costumbres, las cuales han viajado de generación en generación, especialmente en día de muertos, fecha de suma importancia para algunas religiones.

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