"Todo por servir se acaba", lamenta don Marcos,depositando su viejo auxiliar auditivo en un pequeño estuche azul,donde lo conserva, con la esperanza de conseguir el dinero quenecesita para repararlo. A sus 74 años, con dificultades paracaminar y escuchar, Marcos Efrén Zariñana, "La Pulga", ha dejadoatrás su vida como rescatista, maratonista y conferencista. Viveprácticamente en el olvido.
Famoso por haber salvado la vida de 27 personas en latragedia que causó el sismo de 1985, en la Ciudad de México, elseñor Zariñana vive en la casa que le regaló el expresidenteMiguel de la Madrid, en Cuautla, en agradecimiento por el servicioque prestó a la nación. Ahora trabaja como cerillo en unsúpermercado.
Al lado de su esposa María Guadalupe y de su perroPacquiao, su vida transcurre entre las pequeñas alegrías delhogar y la gran nostalgia que encierran sus paredes, repletas defotografías y reconocimientos de sus años como rescatista.
El precio de ser un héroe Criado enCuautla, Marcos Efrén Zariñana asistió a la primariaHermenegildo Galeana, que en aquellos años se encontraba atrásdel Palacio Municipal. Allí adquirió el mote con el que seríaconocido a nivel internacional.
"Por mi apellido, me tocaba sentarme hasta el final,y cuando la maestra Antonia Alanís pedía trabajos o tareas parapoder salir al recreo, yo me brincaba los mesa-bancos para llegarantes que los demás; un día me dijo: 'ay, Zariñana, pareces unapulga', y allí empezó la historia".
El 19 de septiembre de 1985, Zariñana, entonces de42 años de edad, llegó al Distrito Federal para recoger elnúmero y camiseta con los que correría un maratón tres díasdespués. A las 7:19 horas de aquel día, el corazón del paíssufrió un infarto del que sólo llegaría a recuperarse gracias alvalor de personas como Zariñana, héroes de la cotidianeidad quelo dejaron todo para sumergirse en los escombros y buscar a lossupervivientes.
Clavado de rodillas en los cascajos, buscandoseñales de vida en la oscuridad, "La Pulga" ignoró las heridasque sufrió y el ruido insoportable que hacían las máquinas en lasuperficie. Sólo al cabo de los años y de nuevas tragedias,descubrió el precio de sus hazañas: además de su deficienciaauditiva, los problemas de sus rodillas lo obligaron a retirarse delos maratones cuando aún no estaba listo para hacerlo. "Sentí tanfeo que me puse a llorar", recuerda. Y vuelve a llorar.
Las secuelas Marcos Efrén Zariñanapreferiría no hablar sobre aquellos años. Los médicos leprohibieron revivir esos episodios con cualquier persona.
"Me prohibieron dar entrevistas, porque de junio aseptiembre, me venía una crisis nerviosa. Cada año tengo queprepararme física y psicológicamente", explica.
En la mesa central de su sala, lucen ahora lasfotografías que más atesora. Junto con varios libros y revistas,las conserva dentro de un maletín negro, que abre en muy contadasocasiones. Pasaportes, postales, documentos oficiales: algunos desus objetos más preciados están allí. Al verlos, sus ojosbrillan al otro lado de las gafas.
El héroe olvidado Marcos Efrén noha podido olvidar el dolor que experimentó en sus años comorescatista. Aunque en su memoria hay imágenes satisfactorias, comolos rostros de la gente a la que arrancó de las entrañas delsuelo, otras son escenas crudas, de muerte y desesperación,envueltas en la oscuridad de la tragedia.
Para evitar que se apoderen de él, las combate condistracciones, bordando, tocando la armónica para que Pacquiao lecante, y, recientemente, trabajando en un supermercado del CentroHistórico.
"Me siento súper contento y feliz de haber puesto laparte que me correspondía", afirma, momentos antes de despedirseen la puerta de su casa.
"Creo que vienen cosas más peligrosas y duras parael mundo. Por más que yo quisiera estar presente, no sé si pueda,pero mientras esté aquí, sentadito, bordando, le pediré a Diosque no pase nada", es lo último que pronuncia, antes de volver alpatio.