La tragedia sigue viva

Para la familia Hernández Landa la ayuda sólo quedó en promesas

Israel Mariano

  · martes 18 de septiembre de 2018

Un año ha pasado desde aquella tarde cuando a las 13:14 el reloj se detuvo para las familias en Morelos, pero los Hernández Landa la viven todos los días, así lo demuestra su casa derrumbada, como si el movimiento sísmico hubiera ocurrido apenas hace unas horas. Han sido 12 meses de que los ocho miembros deben vivir en la banqueta de su casa derruida, y donde de milagro todos siguen juntos, aunque se han llenado de discursos nadie ha llegado en su auxilio.

Se han cansado de relatar una y otra vez cómo les llegó la tragedia de improviso y tan de repente; pero aun así, explican a todos los que preguntan, que nadie los ha querido ayudar, no están en ninguna lista de ayuda, no aparecieron para las tarjetas, al menos ese dinero hubiera remediado para comprar más lonas, confió Estrella Hernández, la hija mayor que vive con su madre y sus tres hijos.

Perdieron todo; al momento del terremoto, estaba con su hijo menor que apenas camina, estaba preparándose para hacer la comida, recién había llegado de ir por el otro a la escuela.

No dio tiempo de nada, el sismo provocó que saliera corriendo hacia la calle; "no sé cómo agarré a mi hijo, le grité al otro, y del brazo jalé a mi madre para salir justo a tiempo porque la mayor parte del techo se vino encima, y esa misma suerte corrieron otras casas de sus vecinos en la calle Emiliano Zapata de la colonia del mismo nombre en Jojutla.

Desde ese momento, la vida de la familia cambió, se convirtieron en damnificados, en los primeros días llegó mucha ayuda, recordaron que era tanta que muchas cosas se desperdiciaron.

Con esa ayuda de fundaciones, autoridades, organizaciones y gente, llegaron las promesas de la reubicación, pero solo quedó en eso; primero les dijeron que en diciembre del año pasado, pero aguantaron el frio; después que ahora sí llegaría en enero al inicio del año, igual aguantaron el calor en esas lonas que improvisaron como techos, la ropa y los enseres que rescataron o les regalaron amontonados, sin orden y todos apretados.

No se quisieron ir por temor a perder el terreno, querían que los reconocieran y que si llegaba la ayuda para levantar su antigua casa que no los dejaran fuera. De nada sirvió, esa ayuda no llegó, terminó el calor y llegaron las lluvias, igual han tenido que soportar la humedad, la gente que pasa por allí, ya no se asombra a fuerza de verlos todos los días.

Su madre ya no camina bien, tiene una andadera que le prestaron, en las puertas de su tienda, hay montones de arena, y piedras, pero no tienen para levantar la casa.

El lugar es deprimente, en sus ojos se nota la desesperanza, su casa no fue clasificada como pérdida total porque el techo era de lámina, aunque las paredes de ladrillos, sólo por ese trámite burocrático, quedaron abandonados, olvidados y al mismo tiempo atrapados a un año de una tragedia que nunca imaginaron vivir.