Los marginados de la ceremonia

Hay los que mejor van por algo para desayunar porque esto no empieza y el tiempo pasa y el hambre es canija

Daniel Martínez

  · lunes 1 de octubre de 2018

Foto: Froylán Trujillo

“Mira ahí va el Zague, y nosotros que votamos por él y le hicimos campaña, como sus pendejos acá afuera”, reclama la señora en medio de un grupo pequeño de maestros, uno de visitantes de Xochipetec, y otro de dirigentes populares de la colonia Antonio Barona. Todos ellos marginados de la toma de protesta de su gobernador, de su ídolo, del que no les va a fallar.

No son tantos como uno habría esperado, en total se juntarán unos quinientos expectantes alrededor de la estructura metálica con que se cerró el acceso a la Sesión Solemne del Congreso del Estado en la que Cuauhtémoc Blanco Bravo rendirá protesta como Gobernador Constitucional. Tampoco es mucha su molestia, a lo mejor la supera la decepción, venían a ver a su Cuauh, al que en la campaña tuvieron a unos metros, con el que se tomaron selfies e hicieron la pose del arquero triunfador. Venían pero quedaron fuera, a unos metros que ahora parecen muchos porque están llenos de gente con trajes y sacos, de invitados especiales, de nuevos funcionarios públicos o quienes aspiran a serlo.

Hay los que mejor van por algo para desayunar porque esto no empieza y el tiempo pasa y el hambre es canija.

Pocos profes acudieron a la plaza. Nicanor Pérez Reynoso, morenista de esos de muchos años, de los que se opusieron siempre a la Reforma Educativa y que le ayudaron en la campaña a Cuauhtémoc Blanco Bravo, está fuera de la estructura. Va incómodo porque sabe que han sido desplazados, que no se les tomó en cuenta para proponer al Secretario de Educación Pública o al director del Instituto de la Educación Básica. Avisa que en breve tomarán acciones para lo que ya están sumando inconformes que, afirman otros docentes, son muchos en el sector.

Más allá, Hugo Eric Flores, el dirigente nacional del PES aguarda justo a la entrada del Centro Comercial Las Plazas, le acompañan dos o tres trajeados y como si hubiera sido tocado por Cronos, sin avisar nada comienza a caminar cuando cree que ya es tiempo de buscar la entrada.

El ánimo entre la clase política, la que fue convocada al recinto, es de crítica sobre la organización del acto y de desánimo sobre las posibilidades del nuevo gobierno “es que le dejan una enorme deuda”, comenta alguien; otro augura que el gabinete no responderá a las necesidades de los morelenses; uno más afirma que será cuesta arriba para todo. Pero eso no lo comparte la gente de a pie, los cientos de curiosos que pasan por ahí y los que fueron a apoyar a su Cuauh, a ese que veían jugar futbol y luego meterle goles al gobierno del estado desde el Ayuntamiento de Cuernavaca, al que acabó con la política para convertirla en esta versión de la vida pública, en la que caben personajes tan disímbolos como todos los que se guarnecen del sol bajo la carpa, pero en la que siguen sin caber ellos, los que hicieron la campaña, los que votaron por él, salvo como figura en el discurso y receptores de la promesa “no les voy a fallar”.

Cuando empieza el acto, después de varios preventivos mezclados con música de elevador, los comentarios siguen. Las especulaciones sobre los que estarán en el gabinete se mantienen entre muchos que cargan carpetas llenas probablemente se solicitudes de empleo y currícula. Pero lo que llama la atención son los cuellos que se estiran para tratar de ver, entre todos, a Cuauhtémoc Blanco.

La ceremonia será como muchas otras, luego se empieza a diluir la asistencia y ya es más la gente que está fuera, los que compran unas papas fritas porque no alcanzaron a almorzar, los que buscan la salida inmediata del centro de la ciudad, que quienes se quedan a iniciar el nuevo gobierno. La señora que reclamó la presencia de Zague en su lugar se mueve lenta por la calle de Gutenberg hacia el mercado, por más que levantó el cuello no pudo ver a Cuauh más que en una de las pantallas que también le quedaron muy lejos, pero se le queda grabado que su gobernador, tres veces, le prometió que no le va a fallar.