/ sábado 18 de septiembre de 2021

Los recuerdos que el sismo no alteró

Patrimonio histórico del municipio, el sitio fue reconstruido tras los daños que sufrió en 2017

“Lloré cuando el sismo destruyó los lavaderos”, revela Esther Barrera Ojeda, quien recuerda con nostalgia que ese sitio fue su hogar en una época en la que trabajaba lavando ajeno para sacar adelante a sus hijos.

Recuerda que se casó y a los 15 años ya era madre. La "mala vida" que le daba su esposo la motivó a dejarlo y reunir toda su fortaleza para velar por el bienestar de sus hijos.

Lo hizo, al igual que muchas mujeres de su época, lavando ajeno. Y en los lavaderos de Jojutla encontró no sólo un lugar para llevar a cabo su trabajo, sino que ahí conoció a otras mujeres igual que ella, dispuestas a darlo todo por quienes más aman.

“Fueron años felices, era mi hogar”, dice en torno a la convivencia que se tenía con las demás mujeres. Y a pesar del duro trabajo de lavar recuerda con alegría esa época: “De ahí mantuve a mis hijos, de ahí salí adelante, trabajaba lavando ropa ajena, de las 10 de la mañana hasta las 6 de la tarde”.

Contó que nadie era dueña de los lavaderos, así que quien llegaba primero escogía dónde prefería lavar: “La primera que llegaba apartaba los tendederos y las que se retrasaban debían colocar sus lacitos para poner otros tendederos; no había egoísmo, ni envidias".

Recordó que incluso muchas veces compartían hasta la comida, especialmente para que se alimentaran los hijos de unas, ya que los niños se iban a jugar a la alameda mientras ellas tallaban en el lavadero.

A los más grandes los ponían a hacer la tarea. Había mujeres que venían por ellas los maridos con la carretilla, para llevar la ropa mojada o a medio secar, pero muchas veces con el sol bastaba.

“Los tanques de agua de los lavaderos se llenaban de agua del borbollón que nacía en la alameda, era muchísima agua, no tenía llave, el agua que sobraba caía al río que colinda con los lavaderos. Era agua dulce como la de Chihuahuita, se podía tomar, solo teníamos que lavar nuestra jícara y tomar agua de ahí, no había ni necesidad de comprar botellas de agua, pues en esa época ni había".

Por eso lamentó que con el sismo se perdiera ese yacimiento de agua y a sus más de 60 años sabe que ese lugar volverá a tener vida, ya que hasta los taxistas iban a ese lugar a lavar sus carros.

No duda que mucha gente, como ella, regresen a lavar, especialmente ahora que ya tienen baños y que hay un lugar donde otras mujeres tienen proyectos para impulsar los productos que hacen.

De acuerdo a los antecedentes históricos de estos lavaderos comunitarios, datan del año 1830, por lo que sirvieron durante 187 años hasta que el sismo de 2017 los destruyó.

“Lloré cuando el sismo destruyó los lavaderos”, revela Esther Barrera Ojeda, quien recuerda con nostalgia que ese sitio fue su hogar en una época en la que trabajaba lavando ajeno para sacar adelante a sus hijos.

Recuerda que se casó y a los 15 años ya era madre. La "mala vida" que le daba su esposo la motivó a dejarlo y reunir toda su fortaleza para velar por el bienestar de sus hijos.

Lo hizo, al igual que muchas mujeres de su época, lavando ajeno. Y en los lavaderos de Jojutla encontró no sólo un lugar para llevar a cabo su trabajo, sino que ahí conoció a otras mujeres igual que ella, dispuestas a darlo todo por quienes más aman.

“Fueron años felices, era mi hogar”, dice en torno a la convivencia que se tenía con las demás mujeres. Y a pesar del duro trabajo de lavar recuerda con alegría esa época: “De ahí mantuve a mis hijos, de ahí salí adelante, trabajaba lavando ropa ajena, de las 10 de la mañana hasta las 6 de la tarde”.

Contó que nadie era dueña de los lavaderos, así que quien llegaba primero escogía dónde prefería lavar: “La primera que llegaba apartaba los tendederos y las que se retrasaban debían colocar sus lacitos para poner otros tendederos; no había egoísmo, ni envidias".

Recordó que incluso muchas veces compartían hasta la comida, especialmente para que se alimentaran los hijos de unas, ya que los niños se iban a jugar a la alameda mientras ellas tallaban en el lavadero.

A los más grandes los ponían a hacer la tarea. Había mujeres que venían por ellas los maridos con la carretilla, para llevar la ropa mojada o a medio secar, pero muchas veces con el sol bastaba.

“Los tanques de agua de los lavaderos se llenaban de agua del borbollón que nacía en la alameda, era muchísima agua, no tenía llave, el agua que sobraba caía al río que colinda con los lavaderos. Era agua dulce como la de Chihuahuita, se podía tomar, solo teníamos que lavar nuestra jícara y tomar agua de ahí, no había ni necesidad de comprar botellas de agua, pues en esa época ni había".

Por eso lamentó que con el sismo se perdiera ese yacimiento de agua y a sus más de 60 años sabe que ese lugar volverá a tener vida, ya que hasta los taxistas iban a ese lugar a lavar sus carros.

No duda que mucha gente, como ella, regresen a lavar, especialmente ahora que ya tienen baños y que hay un lugar donde otras mujeres tienen proyectos para impulsar los productos que hacen.

De acuerdo a los antecedentes históricos de estos lavaderos comunitarios, datan del año 1830, por lo que sirvieron durante 187 años hasta que el sismo de 2017 los destruyó.

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