La primera locomotora llegó a Cuernavaca el primero de diciembre de 1897. Para el paso del ferrocarril, el municipio donó 232 mil 943 metros cuadrados de terrenos obtenidos de 13 propietarios, para conformar lo que se llamaría la Estación y Patios. Este proyecto formó parte del segundo intento de una compañía inglesa de construir un ferrocarril interoceánico de vía ancha que pudiera llegar al Pacífico pasando por la Ciudad de México. Todo iba bien hasta 1996, cuando el ferrocarril dejó de funcionar y desde ese tiempo se elevó el número de familias en ocupar los espacios de las vías y maniobra de ese servicio.
En las décadas subsecuentes, esa área que se ubica en la parte céntrica de la capital del estado, comenzó con su negro historial, conocida ya como los Patios de la Estación, se transformó en un barrio de Cuernavaca estigmatizado por la violencia, la inseguridad, refugio de malvivientes, centro neurálgico para la venta y el trasiego de drogas, y muchas cosas que hacían impensable la incursión de las personas, no se diga de la fuerza policíaca.
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Si bien, en la actualidad la llamada estación (del ferrocarril) comenzó habitarse hace más 100 años cuando los trabajadores de Ferrocarriles Nacionales de México empezaron a asentarse en el lugar; anteriormente eran patios, callejones grandes con contadas casas que existían de los primeros ferrocarrileros que llegaron a vivir a ese lugar. Gradualmente llegaron personas, la mayoría de Guerrero, contratadas como guardavías que viajaban en el llamado armón, desde la Estación hasta el Balsas, en ocasiones lo iba cargando una máquina, pero regularmente eran ellos los que se encargaban de checar las vías y que no se estuvieran saliendo los clavos de los durmientes.
Por ejemplo, en 1960 empezó a llegar más gente familiar o conocida de estas personas que empezaron a ser llamados “paracaidistas”. Y hace unos 20 años llegaron quizás familias completas, todos de un pueblo llamado Huitziltepec, en Guerrero, y con el paso de los años, cuando deja de circular el tren, se ubican muchas más familias de este pueblo en los patios. Estas personas mantienen sus tradiciones como la danza de los tlacololeros y la danza del pez y la comparten en la fiesta de la colonia, se explica en un breve recuento histórico.
Pero antes del tren y de la aparición de casas, en ese lugar, explican a manera de historia, que había pantanos de chapopote en la estación y muchos árboles de eucalipto principalmente. Los primeros en llegar acarreaban agua desde el famoso Pilancón, que era un borbollón donde nacía el agua y hasta allá se desplazaba la gente para bañarse y lavar la ropa. Este lugar se ubicaba en donde ahora existe Plaza Cuernavaca. Para alumbrarse se usaban candiles y estufas de petróleo o los famosos fogones de barro que prendían con leña. La gente hacia su propio pan, tenían sus hornos, y hacían tortillas a mano, amasando el maíz en el metate.
En la década del 2000, el lugar comenzó a ser anhelado por los actores políticos por sus votos, muchos con promesas pudieron entrar en esa zona, y prometieron que darían las escrituras a las familias para que tuvieran certeza de su patrimonio, algunos lo intentaron pero no pudieron otros solo prometieron y apenas alcanzaron a pavimentar algunos accesos.
Fue en esa época cuando el lugar comenzó a ser visto como una zona de alta marginación con necesidades urgentes, incluso se abrió una parte al menos en donde es visible, se construyó una cancha y una parroquia. Dejó de ser el escondite de malvivientes para ser un área prioritaria.
En la disputa por el espacio entre gobiernos municipales y estatales y colonos, se ha marcado la historia de la Estación. “Al no haber una regularización en la tenencia de la tierra, al haber existido infinidad de programas de regularización que fracasaron la gente ha autoconstruido sus viviendas”, se comenta atinadamente en la página Ilusionismo Social, Investigación, Participación y Culturas Populares.
Finalmente la visita del presidente Andrés Manuel López Obrador el pasado 30 de octubre, puede ser el primer paso hacia la urbanización total, pero sobre todo, la posesión oficial de sus predios a más de mil familias que ocupan uno en ese lugar histórico y emblemático de Cuernavaca.