El mundo se quedó sin fútbol, pero no fue el fin, porque nos dimos cuenta que una “bata blanca” sustituyó una “copa”, siendo los profesionales de la salud los héroes. La pelota no rodó, y millones de personas lo hubiesen agradecido. Un mundo sin fútbol pudo haber sido solo un sueño guajiro, una pesadilla para los amantes de este, pero pasó, justo en el momento de tempestad, donde miles ahogaron el grito de gol, y se adentraron entre paredes. Se adentraron en un confinamiento llamado cuarentena que pasó a tener más 60 días. El fútbol no paró al coronavirus, incluso tuvo que suspenderse para combatirlo. Los futbolistas perdieron la atención, pero muchos deseaban verlos para saciar una sed de espectáculo.
El futbol es un negocio que mueve millones de dólares al rededor del mundo. En México, por lo menos 2 mil; también es cierto que no es indispensable, pero es necesario por el hecho de aportar un porcentaje directo al Producto Interno Bruto del país. México no necesita a ciencia cierta más futbolistas, pero si todos nos dedicáramos a patear un balón durante 30 minutos, quizá nuestra tasa de obesidad bajaría, quizá estaríamos fuera de la población vulnerable y menos propensos a enfermedades cardiovasculares.