Antonia Escobar salió de la Embajada llorando en cinco ocasiones antes de que su visa fuera aprobada. Durante seis años, Antonia intentó, intentó e intentó lograr el trámite, enfrentándose a cónsules con muchas preguntas y pocas expresiones que no se dejaron convencer por sus motivos. Para ella, lo más importante era ver a sus hijas, dos ayalenses que partieron del pueblo de San Antonio hace 24 años y que hoy, por primera vez, podrán reunirse con su madre.
“En años pasados no me la dieron. Sale uno llorando, porque todos vamos pensando que luego luego nos la van a dar, pero eso es mentira. No te la van a dar a la primera vez. Va en suerte, me imagino”, dice Antonia, sentada en el comedor de su casa, adornado con un arreglo de nochebuenas y una manzana que nadie ha querido comerse hasta ahora. Es 22 de diciembre y son sus últimas horas en Ayala antes de partir al reencuentro.
San Antonio es un pueblo tranquilo, con varios terrenos baldíos y una iglesia a medio construir. Hace 24 años, Antonia tuvo que despedir a sus dos hijas mayores creyendo que no se irían por mucho tiempo, que la añoranza las haría volver en un par de años y que las cosas volverían a ser como antes. Pero excepto por la presencia de su madre, Ayala no volvió a tener mucho que ofrecerles, y Yeni y Dulce optaron por quedarse en los Estados Unidos.
“Cuando mi hija menor (Noemí) se fue, también pensé en irme. ¿Qué iba a hacer aquí, si todo lo que tenía era a ellas? Es muy duro cuando los hijos se van. Pienso que para ellos es lo mismo, pero se tienen que ir porque aquí está muy crítico. Se van para tener una vida mejor”, reflexiona la madre.
Su hija menor, Noemí, volvió de los Estados Unidos al poco tiempo. Desde entonces, no ha vuelto a separarse de su madre, quien supo criar a los cuatro hijos que tuvo como madre soltera. No con lujos, pero sí con lo necesario.
“Aquí hay trabajo, no digo que no, pero no para salir adelante”, agrega Antonia.
Reencuentros
El reencuentro entre Antonia y sus hijas será posible gracias a la intervención de la Federación de Clubes Morelenses (FCM), una organización de migrantes en Estados Unidos que, desde hace cuatro años, lleva a Chicago el programa Corazón de plata planteado desde el gobierno de Morelos para reunir a los migrantes con sus familias. De acuerdo con Juan Seiva García, presidente de la organización, la FCM ha logrado reunir cerca de tres mil 800 familias con asesorías y la gestión de trámites ante la Embajada.
“Muchas personas están mal informadas y ponen información errónea en sus solicitudes. La Embajada siempre se va a basar en la última aplicación que llenas. El cónsul revisa qué dijiste anteriormente y que coincida con tu nueva solicitud, y con un dato que no coincida es suficiente para que seas rechazado. Desde luego, también depende del cónsul”, explica Seiva.
Este diciembre, la FCM logró la aprobación de 17 visas para morelenses, pero sólo 15 de ellos lograron concretar el viaje. Durante dos meses, abuelas como Antonia permanecerán en Estados Unidos disfrutando de la compañía de sus hijos y nietos.
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