El tema de la División sexual del trabajo pocas veces es atendido dentro de las políticas públicas del Estado Mexicano. A pesar del trabajo que se realiza en los institutos para las mujeres, en el resto de las instituciones gubernamentales existe un gran vacío sobre el conocimiento del tema y es que, muchas personas que detentan el poder, aun acogen la idea errónea de que son los hombres los más aptos para desempeñar trabajos en ámbitos públicos, con relación a las mujeres, a quienes se les sigue considerando idóneas para desempeñar labores en el ámbito doméstico, de tipo reproductivo, principalmente el sector de los servicios, como el trabajo doméstico, alimentos, servicios educativos y cuidado de personas.
Históricamente hablando, desde el inicio de las sociedades mercantiles, se gestó un concepto de trabajo productivo que acentuó aún más la división sexual del trabajo, desvalorizando profundamente el trabajo doméstico y de cuidados. Esta idea decimonónica sigue permeando en todas las esferas sociales porque los roles asignados a las mujeres, siguen viéndose como algo de tipo natural y no cultural. Es apenas, hasta los años 70 cuando, gracias a planteamientos teóricos y movilizaciones de compañeras feministas en todo el mundo, el tema de la división sexual del trabajo empieza a verse como un asunto de carácter social y político, se ha evidenciado, por supuesto, la desigualdad de oportunidades entre mujeres y hombres y la violación grave a los derechos humanos por causa de estas ideologías.
En tiempos más actuales, a pesar de los abundantes trabajos de investigadoras sociales que han explicado con detenimiento las condiciones del sistema sexo-género y replantean constantemente la capacitación con perspectiva de género a figuras públicas; las formas como siguen dándose las relaciones laborales y económicas son inequitativas porque se subordina a las mujeres por el tipo de tareas que desempeñan; se reconoce más el trabajo técnico o especializado porque genera productividad y ganancia. Aun los programas sociales de apoyo a la productividad siguen afianzando esta ideología de la división sexual del trabajo, basada en eternizar las actividades tradicionales consideradas “propias de mujeres”. Hace apenas unos 9 años, en los trabajos censales del país se empezó a considerar que las tareas del hogar como las domésticas y el cuidado de personas tienen un alto valor social y económico. Sin embargo, poco se ha revisado sobre la multiplicidad de jornadas laborales que las mujeres practican durante el día, considerando variables como la etnia, medio rural, estado civil, edad o nivel educativo. Lo cierto es que, las tareas realizadas por mujeres, adultas, adolescentes y niñas siguen siendo invisibilizadas en muchos aspectos a pesar de la contribución que tienen en la economía nacional.
En el ámbito urbano por ejemplo, las mujeres distribuyen su tiempo entre el trabajo fuera de casa y las labores domésticas, por el acceso más inmediato a los servicios públicos como las guarderías, sus jornadas podrían ser más aligeradas; pero en el ámbito rural, donde el acceso a los servicios es escaso, las mujeres pueden dimensionar otros problemas para realizar sus labores diarias, sean o no remuneradas.
En localidades rurales e indígenas del estado de Morelos, las mujeres que viajan hacia los centros rectores de la economía, tienen jornadas laborales de más de ocho horas, con bajos sueldos y sin prestaciones. Además de su trabajo remunerado, estas mujeres vuelven a sus casas a cumplir con sus “responsabilidades” asignadas socialmente, como el aseo de la casa, la alimentación y cuidado de los miembros de la familia. No suficiente con esto, muchas participan también en las actividades del ciclo agrícola y las tareas religiosas, ya que ello acredita su arraigo familiar y comunitario y les permite afianzar, si es posible un pequeño patrimonio personal.
Si bien es cierto, gracias a que las mujeres se han ido incorporando al mercado laboral, la economía familiar ha mejorado porque en cierta forma, es más fácil el acceso a los bienes de consumo; la situación para las mujeres en términos de tiempo y calidad de vida no siempre ha ido en mejoría; muchas de ellas comprometen la salud a temprana edad o se enfrentan a problemas como violencia familiar o discriminación por no cumplir cabalmente con su rol social asignado. Es a causa de la división sexual del trabajo culturalmente aprendida, que los hombres no se han incorporado de lleno a las actividades del hogar y eso implica mayor carga de trabajo para las mujeres que suelen recurrir a otras mujeres para sostener la unidad doméstica.
Conversando con mujeres dedicadas a los servicios domésticos en zonas turísticas de Morelos, algunas consideran que a pesar de sus capacidades y aptitudes, por el simple hecho de ser mujeres, “los patrones” les asignan actividades propias de casa, preparación de alimentos y cuidado de personas. Es común ver, en las fincas donde trabajan matrimonios, los hombres se desempeñan como administradores y cuidadores del lugar; ellos pueden ser jardineros, choferes o de mantenimiento general. Las mujeres en cambio, se encargan exclusivamente de labores de la cocina, el trabajo doméstico, cuidado de infantes o personas adultas y servicio a personas en general. Esto es solo una forma que pretende mostrar cómo la división sexual del trabajo continúa y pone de manifiesto la desigualdad de condiciones entre mujeres y hombres.