Flaquito, no muy alto, pero más o menos morenito, así lo describe su abuela. Aquella tarde, Brandon, un niño de 11 años, había subido al campanario de la capilla de San Nicolás Tolentino, en el pueblo de Tetelcingo, para hacer sonar la campana. Durante la fiesta de Cristo Rey, los pobladores dejan que los niños hagan sonar las campanas a su antojo y Brandon no quería perder esa oportunidad de oro. La tierra empezó a agitarse cuando las campanas sonaban.
Había dos chamacos que estaban arriba, nada más uno se salvó Rolando Bollera
Aquel día, los pobladores se habían concentrado en el atrio de la capilla para comer todos juntos, mientras los niños hacían de las suyas en el campanario.
Aún duele recordar
De no haber tocado las campanas, Brandon habría cumplido 12 años el día posterior al terremoto. Habría vuelto a la escuela. Tal vez habría seguido ensayando con su guitarra y se habría convertido en mariachi, tal como soñaba su abuela. Tetelcingo, un pueblo indígena habitado por personas hablantes del náhuatl, tiene una larga tradición de música de mariachi.
En cambio, su cuerpo fue despedido en medio de lágrimas, y su abuela, entonces, no pudo decir mucho:
Mi niño se me fue, no puedo hablar más
Dijo entonces a Dulce Gaviña, quien acudió a cubrir el sepelio.
Un año después, hay más palabras, aunque el sentimiento es el mismo
“Se fue, no quiso más vivir acá, en este mundo, y pues ya ni modo, ya me quedé sin él, ahora tengo otros nietos pero no es igual su comportamiento, y me daba lástima de mi nieto porque no estaba su papá, no lo conoció”, dice Reina Tenango, de 62 años, al interior de la tienda de abarrotes en la que aún trata de distraerse para superar la muerte del niño.
UNA OFRENDA PARA BRANDON
Ha pasado un año y la capilla de San Nicolás Tolentino, construida en el siglo XVII, cumple su condena. Tras la muerte del niño, los pobladores tomaron la decisión de derribarla, lo que más tarde les valió una multa ante el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), al tratarse de un inmueble histórico. Entre los escombros, ahora, sobresale una cruz de madera y una pequeña pelota de básquetbol, colocadas en memoria de Brandon.
Como si aún aguardaran el dictamen pericial, los pobladores tienen prohibido remover los restos de la capilla por orden directa del INAH. Mientras tanto, siguen tratando de superar la tragedia.
Yo también, de niño, venía a tocar las campanas así como mi padre, así ha sido siempre; los niños se quedan, nosotros nos vamos Gilberto Bollera