Regresan al campo, en vez de ir a los salones

En Ciudad Ayala, hijos de familias jornaleras no pudieron volver a las escuelas por falta de recursos

Emmanuel Ruiz

  · martes 21 de agosto de 2018

Esmeralda, Anayeli y Vianey, niñas jornaleras / Fotos: Emmanuel Ruiz

Hay sueños que se rompen demasiado pronto. A sus 14 años, Anayeli, hija de un matrimonio de jornaleros en Ciudad Ayala, está segura de que no volverá a pisar un salón de clases y se mentaliza para pasar el resto de su vida en el campo, siguiendo el ejemplo de sus padres, dos migrantes guerrerenses que se alquilan cada temporada para la cosecha de maíz y frijol en los cultivos de la zona.

¿Te gusta la idea de trabajar en el campo?, le pregunto a la niña, mientras su madre se seca las lágrimas.
“No me gusta, pero quiero apoyar a mis papás”, responde.

Martha Salgado, una indígena tlapaneca que llegó hace 16 años a Morelos con la esperanza de una vida mejor, soltó el llanto cuando hablaba sobre conseguir un nuevo empleo para lograr que su hija volviera a la escuela. Anayeli, sin embargo, es lo suficientemente grande para discernir una mentira. “Yo creo que ya no se va a poder”, dice, resignada.


El presente de los niños jornaleros

El municipio de Ciudad Ayala, ubicado en la región Oriente de Morelos, es uno de los más productivos en el sector agropecuario. Sin embargo, un siglo después de la lucha que emprendió Emiliano Zapata para dignificar la vida de los campesinos, hay cosas que no han cambiado mucho, sobre todo en lo que se refiere a las familias constituidas por migrantes y jornaleros que todavía viven en casas de cartón.

Minerva Bautista, habitante del campamento Gustavo Salgado, tiene una nieta que quiere ser médico. El problema de Esmeralda, su nieta de 12 años, es que pertenece a una familia que no tiene dinero para inscribirla en la secundaria.

“Nadie se fija en nosotros, nadie nos apoya, no hay becas, no hay oportunidades, no hay nada; hace tiempo la Sedesol hizo una encuesta para un programa de jornaleros agrícolas, para los niños migrantes, pero no ha llegado nada”, explica Minerva, mientras Esmeralda y su hermana pequeña pelean por una bicicleta y un par de perros negros corren tras ellas.

Sobre nosotros: un cielo plomizo, con nubes amenazantes, cargadas de lluvia. Hacia el Este: el cerro de San Antonio alberga de una de las únicas tres escuelas públicas que aceptan a niños jornaleros en esta región del estado.


16.2 por ciento de los adolescentes de 12 a 17 años también se queda sin estudiar, según el INEGI.

Una luz en la oscuridad

Desde hace 10 años, María Teresa Domínguez dirige la primaria multigrado Rafael Merino, de las únicas tres primarias en Ciudad Ayala que aceptan a jornaleros. Se encuentra en una de las zonas con mayor presencia de migrantes campesinos, quienes encontraron aquí una oportunidad de no dejar a sus hijos en el limbo del analfabetismo. Aun así, en su primer día de clases, la primaria sólo recibió 50 estudiantes.

“Los niños se nos ausentan porque a veces no hay dinero ni para el recreo, o se van con sus papás a los cortes en otros estados, y pueden ausentarse hasta por dos meses”, explica la directora, que ha tenido que apoyar a los jornaleros elaborando todo tipo de escritos con tal de que el Instituto de la Educación Básica del Estado de Morelos (IEBEM) acceda a darles educación a estos niños.

“Vienen sin papeles, no tienen acta, son niños que no existen; he tratado de ayudarles consiguiéndoles la cartilla de vacunación para comprobar su fecha de nacimiento, su nombre y sus apellidos, es muy difícil, pero es parte de mi función”, agregó.

Desafortunadamente, no todos logran ingresar. Muchos son los que quieren comenzar sus estudios de primaria con hasta 15 años de edad cumplidos, cuando el límite en esta escuela para los estudiantes de primer grado es de 10.

La directora reconoce que parte del trabajo que realiza para lograr inscribir al mayor número de alumnos es para que la escuela no desaparezca por escasez de matrícula; cuando los jornaleros se instalaron en el campamento, en 2014, hubo padres de la comunidad que cambiaron a sus hijos. “La gente que se siente de dinero sacó a sus niños cuando entraron los del campamento, como diciendo que sus hijos no se iban a mezclar con ellos”, recuerda.


El futuro de los niños jornaleros

Nadie sabe qué va a pasar con ellos. A la hora en que debían tomar clases, dos niñas cuidaban de sus borregos mientras los animales pastaban en el campamento. Guadalupe, un niño de 12 años, espera recuperarse de las fracturas que sufrió en sus dos manos para reincorporarse a la escuela. Volverá a cursar el tercer grado, y su madre sólo espera que esta vez nada le impida quedarse.

Algunos padres tienen una última esperanza, pues en la localidad Leopoldo Heredia hay una escuela exclusiva para niños jornaleros. Ayer, sin embargo, tenía las puertas cerradas y los salones estaban vacíos.

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