El rictus de miedo, la palidez en los rostros de la gente que salió a las calles a unos segundos del sismo, y preguntó a sus vecinos, "¿cómo estás?", removió los escombros del tiempo y situó en aquel prolongado sismo que devastó a Jojutla, arrebató la vida de decenas de personas y dejó serios daños en inmuebles icónicos de la zona sur del estado de Morelos.
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En la ciudad arrocera, lustradores de calzando se levantaron de sus sillas, se miraron fijamente, y voltearon a sus alrededores, recordaron el crujir de la desaparecida Casa Pacheco. En la alameda,a Jaquelín Bahena se le estrujó el pecho y recordó la dolorosa perdida de su tío El Chato, quien quedó atrapado en los escombros de su casa. Y a una cuadra, pasando el puente de los suspiros, también murió la esposa y la hija de Marcos Gil Bahena, su primo.
Las imágenes de los daños en la Iglesia de San Miguel, del Santuario del Señor de Tula, del Colegio Morelos donde todos salieron ilesos, golpean en los recuerdos de las familias a las que la reconstrucción no les ha hecho justicia. En la colonia Zapata, donde una nueva capilla sustituye la de la Santa Cruz, Aleida Romero sabe que nada ni nadie podrán sustituir a su madre y a su hija.
Aún en proceso de reconstrucción, el Ayuntamiento de Jojutla fue testigo del sismo; esta ciudad no es la misma, ese 19 de septiembre se perdieron varios monumentos históricos, como las viejas casonas de adobe, la estación del tren interoceánico y el espectacular molino de arroz de la perseverancia.
Con el temblor en las piernas, la gente recuerda cómo corrieron a las escuelas, en busca de sus hijos, inmuebles que en su mayoría fueron derribados y reconstruidos, otros como la emblemática escuela secundaria Benito Juárez, lleva un lento proceso de reconstrucción, y el Hospital General Ernesto Meana San Román.
En Zacatepec, al momento del sismo recordaron a sus dos compañeros que murieron cuando la corona del emblemático chacuaco cayó y meses después fue demolido, hay quienes conservan fragmentos del cemento.
Y desde el mercado provisional, los comerciantes que abandonaron sus puestos, recuerdan cómo sentían que las altas paredes del mercado municipal enclavado en el casco de la hacienda azucarera Juan Pagaza se movían, y suspiran al agradecer que sigan vivos, como las 32 familias de la exhacienda que siguen sin poder estrenar las casas en el condominio que les construyó una fundación.
Volver a recordar la nube de polvo, las sirenas, los rescatistas, los voluntarios, la falta de energía eléctrica, de señal en los teléfonos, sigue cimbrado a la gente; y este temblor sólo removió heridas.