La contingencia sanitaria del Covid-19 trajo episodios oscuros para muchos negocios de Cuautla. Para el Rancho Revolución, productor de girasoles, significó tener que enfrentarse a un sembradío de cerca de 10 mil girasoles marchitos. No hubo nadie que los comprara. Pero lejos de tirar la toalla, cerrar las puertas y despedir a los trabajadores, el encargado del lugar descubrió que ese era el momento de demostrar que, en los momentos difíciles, la unión hace la fuerza.
“En los tiempos buenos ellos nos han apoyado; en los tiempos malos, es sacar la casta por ellos. No hemos tenido que prescindir de ninguno de nuestros colaboradores; al contrario, hemos buscado los mecanismos para sostener a esas familias”, cuenta Héctor Hernández, al otro lado de una de las mesas en la que hoy la gente vuelve a tener la oportunidad de tomar las bebidas e ingerir los alimentos que se preparan con las fresas que también se siembran en el lugar. Los girasoles, por su parte, han vuelto a florecer.
Rancho Revolución
La historia del Rancho Revolución se remonta a 2019, cuando Hernández, inspirado por la idea de crear un lugar en el que la gente comulgara nuevamente con la naturaleza, abrió un sitio en el que los clientes no sólo pudieran encontrar girasoles y fresas, sino que ellos mismos los cosecharan con sus propias manos.
“Esto empezó a crecer a partir de que la gente puede venir y cosechar, entrar en contacto con la naturaleza, es algo que no se ve, pues normalmente vas al súper o al mercado y adquieres lo que vas a llegar, lo tomas de un anaquel y listo, pero no sabes de dónde viene”, explica.
El agua de fresa que preparan aquí es rica y refrescante. La hacen en una cocinita en forma de cabaña ubicada a pocos metros de la entrada, donde están todos los ingredientes para preparar agua de sabor, fresas con crema y pasteles, cuando es temporada de elotes. A un lado de la campaña, unas mesas y sillas de madera ofrecen al frente la vista del sembradío, y detrás el ir y venir de los vehículos que recorren la carretera Cuautla – El Hospital. Todavía llega poca gente.
“Están llegando cerca de treinta personas al día, lo que es una cifra buena en comparación con las semanas en que la pandemia estaba en su punto más alto, el semáforo estaba en rojo y nadie salía, una temporada en la que recibíamos cinco o seis visitantes por día, si bien nos iba. Sin embargo, antes de la pandemia venían entre sesenta y cien personas a diario”, relata Héctor.
Supervivencia y recuperación
Para muchos de los negocios que han logrado superar la cuarentena y que hoy aspiran a recuperar la prosperidad que disfrutaban en el pasado, la clave ha consistido en el correcto manejo de las redes sociales y el servicio de entrega a domicilio. El Rancho Revolución no ha sido la excepción: sólo hasta hace unas semanas, cuando el semáforo de contagios de Covid-19 en Morelos pasó de color rojo a anaranjado, las ventas se hacían a domicilio y haciendo uso de las redes sociales, un territorio que el personal tuvo que aprender a dominar.
“Nos adaptamos de tal manera que la gente si ya la gente ya no venía al campo, trataríamos de hacerle llegar los productos, las flores y las fresas, hasta su hogar. Así fue como emprendimos una cruzada para entender el comercio electrónico y cómo era que nosotros teníamos que entrarle a las redes sociales, empaparnos de ellas y crear un mercado ahí”.
Una vez que la gente supo que el lugar seguía abierto a través de las redes sociales, el equipo, en el que Héctor se ve apoyado por cinco personas que lo ayudan en los sembradíos, se valió de un servicio motociclistas que se lanzaron como repartidores a domicilio en la región en una colaboración se tradujo en ventajas para todos: los motociclistas gozaron de un empleo temporal, el rancho contó con un medio para hacer las entregas y la gente pudo tener fresas y flores hasta la puerta de su hogar.
“Hemos mandado todos nuestros productos a los hogares de las familias”, afirma Héctor.
Desde luego, es demasiado pronto para que las cosas vuelvan a ser como antes. Si bien las ventas empiezan a recuperarse, la producción de girasoles, por ejemplo, está limitada en un 50 por ciento, pero Hernández confía en que habrá tiempos mejores. Para agosto, planea ofrecer un cultivo abundante de flores de cempasúchil.
“La clave es la persistencia y un poco de fe. Soy un hombre religioso, pero también es el trabajo constante y arduo, porque es lo que exige el campo, y más en estas circunstancias. Es no dejarse vencer por las pérdidas, sino abonar a la esperanza y seguir sobre esa línea, porque vendrán tiempos buenos”.
El girasol
Aunque se considera que cultivo del girasol inició alrededor del 1000 a.C. en la región de Norteamérica y Centroamérica, existen indicios de que su cultivo primigenio ocurrió justo en México, cerca del año 2600 a.C. A través de los siglos, esta flor, que tiene usos alimentarios, oleaginosos y ornamentales, ha sido relacionada con el sol por la cultura mexicana, así como por otras culturas de la región que lo utilizaban como representación de la deidad del sol: además de los aztecas, los otomíes y los incas también depositaban en sus pétalos anaranjados una presencia suprema.
Su cultivo en otras regiones del mundo se extendió a partir de la llegada de los españoles al continente: tras su llegada al continente, hacia comienzos del siglo XVI, los conquistadores volvieron a Europa con figuras de oro de girasoles, así como semillas que permitieron que su cultivo se extendiera hacia todo el mundo.
¿Por qué siguen al sol?
Los sutiles movimientos que realizan los girasoles en el transcurso de un día, siguiendo al sol desde que sale hasta que se pone, habían sido un misterio con matices románticos durante mucho tiempo: siempre volteando de este a oeste mientras el sol avanza, y volviendo a buscar el este para esperarlo el día siguiente, hasta que un día, cuando maduran, sin más, dejan de hacerlo y se quedan para siempre mirando hacia el oriente, como si hubieran querido acompañar al astro un último día.
En 2016, la BBC informó sobre los resultados de un estudio realizado por un equipo de investigadores de la Universidad de California, en Estados Unidos, según el cual los movimientos que hace el girasol hasta que llega a la madurez se deben a una especie de reloj interno.
A través de una serie de experimentos, los biólogos llegaron a la conclusión de que parte del tallo de la planta se estira durante el día, mientras que la otra parte lo hace por la noche. Cuando se vieron limitados o desorientados en las pruebas realizadas, en las que su tallo quedó inmovilizado o se crearon ciclos diarios de 30 horas, el tamaño de sus hojas resultó afectado. En razón de estos resultados, es el tallo de los girasoles lo que les permite aprovechar al máximo la luz del sol, un movimiento que se ve potenciado por su ritmo cardiaco.
“Aunque la presencia de luz es fundamental, es el ritmo cardíaco realmente lo que determina cuándo gira el sol (y cuándo deja de hacerlo), anticipando, de alguna forma, la llegada del sol”, indicaba el artículo “¿Por qué los girasoles siguen al Sol y de un momento a otro dejan de hacerlo?”.
Al final, el movimiento se detiene una vez que alcanzan la madurez, pero es justo en ese momento de su vida cuando sus flores resultan más atractivas para los insectos polinizadores, lo que permite que sigan reproduciéndose.
Cultivo de girasoles, una cuestión de paciencia
Una vez que florecen y maduran, el girasol puede ser una de las flores más atractivas, pero su cultivo es todo un asunto de paciencia en el que se deben cuidar varias aspectos.
En primer lugar, el lugar debe ser el ideal: si bien son plantas fuertes y resistentes a las plagas, el espacio debe estar abierto a la luz del sol.
De acuerdo con Héctor Hernández, el proceso inicia con la preparación de la tierra:
“Para que una raíz o planta se pueda desarrollar, la tierra tiene que estar blanda, así que lo primero que hacemos es preparar la tierra de modo que esté lo más suave posible para la raíz”, explica.
Posteriormente, los trabajadores dan forma a una serie de surcos a lo largo de la parcela, sobre el que se extiende un sistema de riego que permite que las plantas reciban el agua que necesitan.
Una vez plantados, los cuidados deben continuar pacientemente a lo largo de 60 días, dos largos meses tras los cuales los botones empiezan a abrir.
“Por medio de las mangueras hacemos llegar el agua a las plantas, se siembra una semilla de girasol cada unos quince centímetros, pero para cosechar tienen que pasar sesenta días”, relata el ingeniero, señalando el botón de una flor que, según sus cálculos, empezará a abrir mañana.
DATO
Lejos de tirar la toalla, cerrar las puertas y despedir a los trabajadores, el encargado del lugar descubrió que ese era el momento de demostrar que, en los momentos difíciles, la unión hace la fuerza
DATO
Aunque se considera que cultivo del girasol inició alrededor del 1000 a.C. en la región de Norteamérica y Centroamérica, existen indicios de que su cultivo primigenio ocurrió justo en México, cerca del año 2600 a.C. A