Los que muerden el polvo de la derrota son impredecibles en México. Y como todo puede suceder, con el fin de evitar los gritos y sombrerazos después de haber perdido la presidencia, la gubernatura, el ayuntamiento, la senaduría o la diputación, las propuestas a lo largo de este siglo no han faltado. Van desde firmar un pacto de civilidad, efectuar debates sobre “el consentimiento de los perdedores”, hasta la sugerencia de repetir mentalmente “soy contrincante político, no enemigo” y en el extremo acudir a una terapia poselectoral.
Pero hay quienes sugieren a los babyboomersescuchar el primer verso de la canción Hasta que perdió Jalisco interpretada por Jorge Negrete:
“A la sangre pretenciosa / que me corre por las venas/ he tenido que calmarla / por lo menos esta vez”.
Paralos de la Generación X,la recomendación esleer los versos de Benedetti:
“…cantamos porque el grito no es bastante /y no es bastante el llanto ni la bronca/cantamos porque creemos en la gente/ y porque venceremos la derrota…”
Y a los Millennials, oír a Radiohead en su interpretación No Surprises, y aquel verso: “Elegiré una vida tranquila/ un apretón de manos de monóxido de carbono/. Sin alarmas ni sorpresas…”
EJEMPLOS DE HUMILDAD
En México, ciertamente, hay ejemplos de cómo admitir cuando se pierde.En 2000 el presidente Ernesto Zedillo reconoció la derrota del tricolor: “México ha vivido una jornada electoral que, por su orden y legalidad, por su transparencia y civilidad, ha resultado ejemplar”,dijo.
En 2006, Roberto Madrazo señaló que el proceso fue “legal, legítimo, transparente y no deja lugar a dudas de cuál es el resultado…”
En esa ocasión, Andrés Manuel López Obrador -por vez primera candidato a la Presidencia de la República, aunque ya había participado en tres elecciones más a gubernaturas, de las cuales había perdido dos-debido a la victoria de Felipe Calderón, efectuó marchas de protesta, actos de desobediencia civil, realizó un plantón durante 48 días en el Paseo de la Reforma y se autoproclamó “presidente legítimo”.
Para 2012 el tabasqueño, ante el triunfo de Enrique Peña Nieto por más de 19 millones de votos, 38.1% contra 31.6%, desconoció los resultados, alegó fraude y pidió el recuento de todos los votos.
Pero en la historia de nuestro país también ha habido otros personajes de diversos partidos, que han aceptado haber perdido, como Gustavo Madero, dirigente de Acción Nacional, y la propia Josefina Vázquez Mota, única mujer candidata en la contienda de hace seis años.
Sí, hay políticos con clase que admiten la derrota, como Armando Guadiana, de Morena, en Coahuila o en 2016 Enrique Serrano Escobar sobre la gubernatura de Chihuahua; lo mismo Josefina Vázquez Mota lo hizo con los resultados en el Estado de México.
No obstante, es cierto lo que señalan Pablo Xavier Becerra Chávez, Manuel Larrosa Haro y Javier Santiago Castillo acerca de que no hay reglas electorales que enseñen a unpolítico el arte democrático de saber perder.
Otros investigadores, como Andrés Valdez Zepeda, de la Universidad de Guadalajara, en su trabajo “Administración de la derrota electoral y reconstrucción del capital político: un análisis del caso Brasil y México”, dice por ejemplo respecto a nuestro país.
“…en lugar de tratar de explicar su derrota debido a sus errores, insuficiencias y debilidades, sean estás estratégicas o coyunturales, se trata de culpar a los adversarios de haber impulsado acciones fraudulentas o de enfrentar elecciones inequitativas para tratar de explicar el resultado adverso. Incluso, en muchos de los casos, se impugna no sólo el resultado final ante los tribunales electorales competentes, judicializando los procesos electorales, sino que se llama a movilizaciones nacionales de protesta política para denunciar el “fraude electoral,” evitar la “toma de protesta” de los nuevos gobernantes…”.
Es nuestra realidad y de ahí uno de sus consejos:
“Es recomendable mostrar en los hechos una actitud responsable, que anteponga el interés general de la nación por encima del interés particular o de grupo, para aceptar la derrota a pesar de la celebración de elecciones que pudieran haberse percibido como inequitativas y del impulso de presuntas acciones fraudulentas llevadas a cabo por los adversarios, mismas que pueden y deben, en su momento y forma, ser denunciadas públicamente y ante los tribunales competentes por el propio candidato y su partido. Es decir, aceptar no implica necesariamente callar o conceder…”