En lo que va de este año, la Fiscalía General del Estado señala que 91 mujeres han sido reportadas como no localizadas, de las cuales 42 corresponden a mujeres adultas y 49 menores; de este total, precisaron que 62 han sido localizadas, 26 adultas y 36 menores de edad, quienes refirieron que fue de manera voluntaria fue su desaparición, en tanto 27 mujeres permanecen sin localizar y dos más fueron localizadas sin vida.
En Morelos, de acuerdo con la Comisión Estatal de Búsqueda, de 2007 hasta 2021, mil 964 mujeres se reportaron como desaparecidas, de las cuales se localizaron mil 323, pero 614 permanecieron sin localizar y de 27 mujeres se informó que se desconocía su status.
La muerte de Evelin encendió las alarmas sobre una posible red de trata de personas en la zona oriente del estado. La joven de 22 años acudió a una cita de trabajo a una cafetería ubicada en el centro del municipio el 24 de marzo; ahí fue vista con vida por última vez. Posteriormente desapareció y dos días después, el 26 de marzo, su cuerpo fue encontrado en un canal de agua ubicado en la calzada Santa Inés, en Cuautla.
El fiscal del estado, Uriel Carmona Gándara, señaló que una de las líneas de investigación que se siguen por el feminicidio de Evelin está relacionada con la trata de personas.
De risa, cifras del Secretariado de Seguridad
"Los reportes del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad son de risa, porque informa que en los últimos años en Morelos solo se han registrado tres casos de trata. Eso no es cierto”, aseguró Teresa Ulloa, presidenta de la Coalición contra la Trata en América Latina y el Caribe.
Para ella el número es por lo menos 300 veces más alto y el problema es que las autoridades encargadas de prevenir y sancionar este delito no saben como integrar los expedientes y tampoco los jueces saben cómo manejarlo.
“Creo que si fueran más humildes, si aceptaran ser capacitados, tendríamos otra situación. Capacité hace dos años al personal de la de la Fiscalía de Morelos y había muchos interesados en conocer sobre el tema, pero no todos”, aseveró Teresa.
La pandemia provocó que los casos aumentaran debido a que muchas mujeres se quedaron sin trabajo. Esto las llevó a explorar las redes sociales en busca de un empleo y fue entonces que los criminarles aprovecharon el momento para engancharlas.
Denunció que la Fiscalía que se encarga de atender los delitos de alto impacto, no tiene focalizado el tema en Morelos. Lo mismo sucede a nivel nacional con la Unidad Especializada en Combate a la Trata, consideró Teresa Ulloa, quien ha trabajado de cerca, desde hace un lustro, con víctimas de trata.
“Tenemos en la asociación el caso pendiente de una víctima de Morelos que un tratante de Tlaxcala se la llevó a explotarla a Nueva York y es increíble que ni la Federación ni las autoridades locales hacen nada para prevenir y sancionar este delito en el estado”, destacó.
Muchos de los casos que están ligados a la trata en Morelos y el resto del país solamente se investigan como un asunto de desaparición, en donde las redes criminales convencen a sus víctimas y entonces las autoridades catalogan esos casos como ausencias voluntarias.
Lo que no se dice es que detrás existe todo un trabajo psicológico que los tratantes realizan con ellas para convencerlas de alejarse de sus casas para después explotarlas sexual o laboralmente en otros estados o incluso fuera del país.
'El presentimiento no falla: venía algo peor'
"Era 18 de marzo de 2013. Tenía seis meses de embarazo y salí de casa de mi pareja, el papá de mi hijo, para dirigirme a mi casa. Estaba afuera del fraccionamiento Casas del Río, le hice la parada a un taxi, pero una camioneta tipo van se le cerró. El taxi ya no se detuvo, se siguió derecho hacia el puente de San Pedro Apatlaco.
Todo pasó tan rápido. El instinto de supervivencia o te paraliza o te hace correr, querer huir. En mi caso estaba embarazada. No pude gritar, me quedé muda. La camioneta se detuvo, del lado del copiloto un sujeto me dijo que si quería que me llevara; le dije que no. No me di cuenta cuando se bajó de la camioneta y me metió, me jaló hacia la parte de atrás. “Ya vámonos”, le dijo al hombre que iba manejando.
Te sustraes por momentos de la realidad. No piensas que eso te esté pasando; o sea, yo volteaba y veía hacia atrás cómo nos íbamos alejando de la casa del papá de mi hijo. Realmente no alcanza tu cerebro a dimensionar que es realidad lo que estás viviendo. Para mí era una pesadilla.
El sujeto que iba atrás conmigo me sentó en sus piernas y me comenzó a tocar, a besar. En esos momentos sabía que debía reaccionar, hacer algo: trato de alejarlo, pero también entiendo que no tengo otra salida. Me llevan dos sujetos dentro de una camioneta. Vamos en marcha.
Se dirigen hacia Coahuixtla; irónicamente conozco esos rumbos, crecí ahí, sabía por dónde me traían. Le dije al sujeto que si iban a abusar que lo hicieran, pero que me dejaran con vida, iba embarazada.
“¿Sabes qué?, Yo no soy de aquí, vengo de otro estado. Me vine porque mi esposo me dejó embarazada”. Empecé a maquilar una historia con la que no me sintieran como una amenaza. Si de por sí ya era vulnerable, quería hacerme ver más vulnerable para defender el bebé que llevaba en mi vientre.
Cuando la camioneta se detuvo habíamos avanzado muchas cuadras. Ya estábamos en los campos de caña de El Jagüey. Ahí, ambos sujetos abusaron sexualmente de mí. Iban alcoholizados. Fue la primera vez que intenté escapar. Desnuda, me logro salir de la camioneta, corrí a los campos de caña. Sólo quería sobrevivir. Nunca me amordazaron ni me amarraron. Veo que viene otro carro, intento pedirle ayuda, pero en lugar de frenar, acelera, me iba a atropellar. Era un bocho rotulado como taxi de la Ciudad de México, el verde que antes tenían. Se siguió derecho; atrás podría asegurar que venía una mujer.
Posteriormente se bajó uno de los sujetos y comenzaron a discutir; uno de ellos me agarró del cabello y me aventó a la camioneta. Habían pasado aproximadamente tres horas. Mi teléfono comenzó a sonar, yo sólo veía cómo la luz se prendía. Alcancé a ver el nombre de mi pareja; sonaba insistentemente. Ahí me di cuenta que me empezaban a buscar.
Quien se quedó conmigo en la parte trasera en todo momento fue el mismo, el copiloto, quien me levantó. Y entonces pasó algo muy bizarro, comenzó a indagar sobre mi vida. A decirme: “eres muy bonita, ¿por qué tu esposo te dejó? ¿Cuántos meses de embarazo tienes?”. Y entendí que era con él con quien podría hacer alianza, apoyarme.
La camioneta se dirigió como camino a Tenextepango. El presentimiento no falla; yo sabía que venía algo peor. No era un secuestro, el teléfono no dejaba de sonar, era para que hubieran tomado la llamada y pedido un rescate. Tampoco era el abuso, porque ya me hubieran dejado tirada o golpeado. Este no es el objetivo final, pensé.
Le dije al hombre que iba conmigo que si me quería llevar con él, que me llevara; “ayúdame, llévame contigo”, me dijo que no porque en unas horas se irían a Estados Unidos. Insistí: “Me voy contigo; esto nunca pasó, de todas formas no tengo pareja, mi esposo me dejó, no tengo familia. Estoy en un lugar que ni conozco. Hacemos vida en Estados Unidos. Ya vámonos tú y yo”.
Le dijo al conductor que me llevaría con él, pero no cedió, “tenemos que entregar el paquete”, dijo. Usaba diferentes palabras, como si yo fuera un producto. Estaba claro que no era la primera vez que lo hacían.
Llegamos a una casa de seguridad. Me baja el conductor de los cabellos, era una casa con unas bardas altas, un zaguán blanco y, adentro, el horror: sangre, instrumentos de hospital, cuchillos, bisturíes, tijeras.
Yo me aferraba al hombre que venía atrás conmigo, “ya vámonos, por favor; tú y yo podemos hacer muchas cosas juntos”. Hubo un momento en el que incluso me abrazó. Y comenzó otra discusión entre ellos. El conductor decide que llevaremos al hombre que iba conmigo a su casa. Nos subimos nuevamente a la camioneta; ahora estábamos en el centro de Coahuixtla, a la colonia Reforma. Se estaciona en una de las casas y lo deja ahí. Vamos de regreso a la casa donde me tenían.
En la camioneta ahora sólo estábamos el conductor y yo. Busqué algo con lo que pudiera golpearlo, enterrarle en los ojos, en el cuello. Era mi vida y la de mi bebé o la de él. No encontré nada, pero me pude percatar que la puerta del copiloto estaba sin seguro. Entonces, tu cuerpo reacciona; créeme que la adrenalina y el instinto de supervivencia te hacen sacar fuerzas que no te imaginas que puedes tener, te hacen tener reacciones que no te imaginas que puedes tener, y te hace que tus reflejos sean mucho más ágiles de lo que normalmente serían. Entonces, cuando yo veo esta posibilidad de escapar, dije: me voy a aventar por la puerta.
Me meto entre los dos asientos, el del copiloto y el chofer, y abro la puerta; sosteniéndome de la manilla me aviento hacia el asfalto. En el momento en que yo decido dar este brinco es porque yo veo que viene acercándose un señor en una bici y una combi de El Jagüey circula por ahí; eran como las 5:00 de la mañana, me aviento, caigo con la cadera para no caer con el vientre, y me arrastra un tramo y cuando empiezo a perder las fuerzas de las manos me suelta, pero él frena.
En el momento en que frena se echa de reversa para atropellarme, tengo varias cicatrices en la pierna, con la llanta se llevó la mitad de mi tobillo, la llanta trasera queda sobre mi pierna, entonces ya no me pude levantar, una de mis piernas estaba prensada con la llanta trasera; él se baja de la camioneta, me jala y no me puede sacar; entonces empiezo a gritar y me dice: “Ahora sí, maldita perra, hasta aquí quedaste, ya me tienes hasta la madre, hasta aquí quedaste” y se regresa a la camioneta; pensé que me mataría. No sé cómo jalo mi pierna y pude salirme.
En el momento no sientes dolor, tu corazón está totalmente acelerado, no piensas si te vas a lastimar; hay una parte de tu cerebro que en esos momentos se apaga, pero hay otra que está muy alerta. Yo me incorporo y corro hacia una casa, abrazo la reja y empiezo a gritar que por favor me abrieran, fíjate que lo que yo pensé en ese momento fue gritar mamá ábreme, por favor, y este sujeto corre. Ya no le dio tiempo de llegar a su asiento donde iba a agarrar lo que iba a agarrar, sino que corre y me jala de los cabellos.
No me pudo zafar, yo estaba tan prensada de las rejas de ese zaguán que no me pudo zafar. Mucho me ayudó que él fuera también alcoholizado porque no tenía tanto reflejo para reaccionar. Cuando él se regresa otra vez, dije va otra vez hacia la camioneta y yo al ver que nadie me abría y nadie me ayudaba y nadie salía, pues corro.
Entonces no sé cómo corrí, sé que corrí pero no sé cómo doy la vuelta a esa casa donde estábamos y había un callejón oscuro, pero alcanzo a ver que en esa casa donde yo pedí auxilio, donde yo grité, se encienden las luces. Entonces me imagino que ahí él se comenzó a poner nervioso. Yo corro hacia ese callejón y veo un terreno baldío de mi lado derecho, cercado, bueno me di cuenta que estaba cercado cuando me quise meter porque me estrellé contra los alambres de púas.
Entonces brinco y caigo del otro lado en un hoyo, al fondo de ese terreno veía como una casa de cartón, de donde tiempo después salen dos personas, un señor y una señora con una lámpara, y escucho que la señora le dice al señor: “por aquí aventaron el bulto”.
Escucho una voz, no sé si de hombre o de mujer, lo que recuerdo fue que dijo: “Aquí hay una camioneta encendida con las puertas abiertas sobre la calle principal”.
La gente comenzó a llegar, eran como 10 personas, entonces pude pedir ayuda. En la huida pude tomar mi teléfono; le marqué a mi pareja y le pedí que fuera por mí, que le llamara a una ambulancia y a la policía.
Llegaron los paramédicos y me sacaron. No sé en qué condiciones estaba; me sacaron del pozo y me subieron a una camilla; se acerca un oficial a preguntar si sabía de quién era la camioneta, le dije que no, pero que ahí me traían secuestrada, que habían dejado a un sujeto como a tres cuadras de donde estábamos. Minutos después se acerca otro oficial y me pide identificar a un hombre que habían detenido. Era él, era el hombre que me tenía secuestrada, lo reconocí por la ropa y la complexión.
Llego al hospital; me meten a Urgencias, yo lo único que quería era saber cómo estaba mi bebé; me dice el doctor: “hija, tu bebé trae frecuencia cardiaca, pero traes placenta distendida, más o menos un 30 por ciento de desprendimiento de placenta, y me dice: esto es muy grave porque el bebé puede quedarse sin oxígeno en cualquier momento”, tenía que esperar al médico legista. Rompí en llanto.
Fue un momento de catarsis muy fuerte el darme cuenta que me estaba pasando. No sé cuánto tiempo tardó en llegar el médico legista, pero fue mucho; ahí te das cuenta que las autoridades no tienen conciencia de género, no tienen sensibilización, podrán tener todos los protocolos, los escritos al lado de su escritorio o podrán venir a capacitarlos en cuestión de cómo atender un feminicidio o cómo atender a víctimas de feminicidio, víctimas de violencia, de violación, pero no hay sensibilización, en la práctica no hay sensibilización.
Lega el médico legista y te sientes como un pedazo de bistec; cuando me voltea para ver las lesiones de la espalda, vio un tatuaje en la espalda, en la cadera baja, y me dice: “mira, cómo no quieren que las violen si andan todas tatuadas”. No sabía si llorar o mentar madres. No hay realmente una preparación en ninguno de los poderes, en ninguna de las personas que actúan, ni médicos, ni ministeriales, no las hay, incluso aunque sean mujeres no hay una conciencia de género, no hay una sensibilización.
Después llega el ministerial a tomar declaración, yo sólo quería descansar, recuperarme. Estuve a punto de morir y estaba preocupada por mi hijo.
Actualmente, uno de los responsables está en prisión, el otro se dio a la fuga. Que desgracia que tengamos que hacer tanto alboroto para que nos volteen a ver. Hoy siento una angustia muy grande porque este sujeto está libre".
Con información de Ofelia Espinoza y Javier Omaña
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